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España España · El Puerto de Santa María
Críticas de Jesus Gonzalez
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Críticas 79
Críticas ordenadas por utilidad
6
25 de agosto de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ser humano es el único organismo conocido que realiza reflexiones sobre la lógica y a la vez abandona todo rastro de ella en sus acciones. Se olvida de que hay que mirar para poder ver. En demasiadas ocasiones nos abandonamos al egoísmo y a la indiferencia, pasando por alto nuestro inconmensurable y fascinante alrededor, incluyendo todo lo que en él habita. Somos ciegos hacia fuera; escépticos empecinados y compulsivos; y no nos basta con ver la llaga sangrar frente a nuestros ojos, necesitamos palparla con los dedos.

Tanto he tardado en mirar, hacia atrás en esta ocasión, que casi no rescato el recuerdo de un niño y su amigo, un dragón verde de alas rosadas. Hablo de Pedro y el Dragón Elliot (1977) el clásico de Disney que David Lowery ha recuperado en su Peter y el Dragón (2016), construyendo un “remake” que apuesta por la emoción sincera, el realismo visual más atronador y la parquedad estructural propia de las historias más sencillas del estudio.

La historia que nos concierne tiene comienzo cuando Pete, huérfano repentino, se adentra en lo más profundo del bosque de Portland para conocer al que será su protector, amigo y única familia durante los 6 años siguientes: un enorme y peludo dragón verde de aspecto bonachón. Tras todo ese tiempo viviendo en el bosque, Pete tendrá un encontronazo con la mirada esmeralda e inocente de Grace (Bryce Dallas Howard), lo que supondrá su inmersión en la realidad de la civilización y la ruptura con lo que, hasta el momento, consideraba su mundo y su hogar.

Nadie quiere creer a Pete cuando dibuja a su amigo Elliot. “¿Es un amigo imaginario?” pregunta la joven Natalie (Oona Laurance). Tan solo Meacham (Robert Redford), el padre de Grace, reconoce en Elliot al dragón que protagoniza sus recurridas historias, convertidas en leyendas con el implacable paso del tiempo. Es justo ahí, sobre la delgada línea en la que convergen fantasía y realidad, donde aparece la magia, el salto de fe hacia la cálida credulidad del que por fin mira y ve.

Pese a todo, en la simplicidad ingenua de Peter y el Dragón es donde encuentro más problemas a la hora de lanzarme hacia el entusiasmo con el que seguro saldrán los más pequeños de la sala. En su total falta de complejidad emocional y tensión narrativa; en el vacío en el que se encuentran los supuestos villanos de la historia, y en la falta de valentía de una obra que se auto-concede continuamente la medalla de ser valiente, a pesar de sus intentos por reivindicar elementos tan loables como el amor por la familia o el respeto por la naturaleza. Todo lo contrario a lo que sí consiguió Brad Bird en 1999 con su obra maestra y claro referente: El Gigante de Hierro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jesus Gonzalez
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4
11 de agosto de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El universo cinematográfico que está construyendo DC necesitaba de una pieza que aligerase de algún modo ese tono denso y oscuro que estaban adquiriendo las películas de sus héroes, y qué mejor manera de hacerlo que adaptando una de las historias del Escuadrón Suicida, un grupo de villanos (o mejor dicho, anti-héroes) obligados por el gobierno de los Estados Unidos a trabajar en misiones secretas de peligrosidad extraordinaria.

A pesar de lo propicio de la propuesta, el resultado final ha sido un auténtico fracaso. Para comprender mejor los motivos de este fiasco, debemos conocer el contexto de pánico que ha rodeado en todo momento la producción de la película, y por tanto, la calamitosa sucesión de malas decisiones que han desembocado en lo malogrado de la misma. Gracias al reportaje publicado recientemente por The Hollywood Reporter, podemos dilucidar los motivos por los que Suicide Squad estaba prácticamente abocada al desastre, y no me queda más remedio que deducir que los verdaderos villanos de Suicide Squad no llegan a aparecer en pantalla, pero sí que dejan su hedionda huella en prácticamente todas sus escenas. Me refiero, claro está, a esos villanos que moran los despachos de DC Entertainment y de la Warner Bros; a los que se dedican a violar la cohesión, la coherencia y el tono en oscuras salas de montaje; a los mismos que dan más importancia a una inamovible fecha de estreno que al correcto desarrollo del guion; y a aquellos que deciden hacer varias versiones de una obra que acaba huérfana de autor, o peor aún, con superávit de ellos.

La versión final de la cinta, una amalgama de tonos que ni siquiera sabe lo que quiere ser, se puede dividir en tres actos fácilmente identificables: un primer acto repleto de escenas de presentación de personajes excesivamente largas y expositivas; un segundo acto, más acorde a la visión que tuviese el propio Ayer sobre su obra, que intenta ahondar de alguna manera en los personajes que conforman el grupo; y un tercer acto que desemboca en un nefasto clímax, reiterado hasta el infinito en el género y protagonizado por unos villanos huecos, triviales y estériles (Cara Delevigne deja mucho que desear interpretando a Enchanteresse, pero peor aún es lo de su “hermano”).

La película, divertida solo a ratos, no posee alma ni rumbo, y eso se palpa en el irregular e irrelevante desarrollo de la historia; en el desastroso montaje visual y su nada acertado acompañamiento musical; y hasta en la caracterización de algunos actores, como es el caso de Joel Kinnaman (Rick Flag), cuyo peinado varía entre rapado y largo de una escena a otra, debido a las regrabaciones anteriormente comentadas. También cabe destacar la cantidad de metraje inédito que ha quedado finalmente fuera del film, como ha demandado el actor Jared Leto tras comprobar las escasas apariciones que finalmente posee su personaje, una versión macarra y mafiosa del Joker que queda muy lejos de la anterior interpretación del personaje ofrecida por Heath Ledger en The Dark Knight (2008).

Se intuye, por otro lado, cierto esfuerzo poético por parte de algunos componentes de este Escuadrón Suicida, con el propio David Ayer a la cabeza intentando recrear sin éxito las aventuras de Snake Plissken en Escape from New York (1981), a la vez que realiza una revisión de su anterior película, Sabotage (2014); Margot Robbie (Harley Quinn) demostrando inútilmente que maneja facetas dramáticas y cómicas en un mismo personaje, a mi parecer, el más interesante y divertido de toda la película; Jai Courtney (Boomerang) dejando un muy agradecido toque de humor socarrón en cada una de sus apariciones, así como Jay Hernandez (Diablo) haciendo lo propio pero desde una vertiente mucho más dramática; y Will Smith (Deadshot) salvando, en cierto modo, el difuso arco evolutivo de todo el grupo. Poco más se puede arañar de una película dominada en todo momento por la cobardía de sus villanos, los que a la hora de la verdad, no se han atrevido a ser valientes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jesus Gonzalez
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9
19 de enero de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allá por 1992, un niño de Knoxville presentaba al mundo su ópera prima: “Reservoir Dogs”, una obra pequeña e íntima en apariencia, pero enorme y trascendente en perspectiva. Era el nacimiento como director de Quentin Tarantino.

Aquel niño, que ya en ese momento se encontraba cruzando la orilla de su edad adulta, tiene ahora 52 años, pero sigue siendo un niño. Solo un crío atrapado en el cuerpo de un hombre es capaz de adorar al cine con la devoción y la inocencia que a Quentin le caracteriza, pero también con el ego y la osadía de un mocoso irritado, alguien que sigue empeñado en rememorar, referenciar y homenajear al cine para salvarlo de la industrialización que lo amenaza, cueste lo que cueste, y si hay que rodar su octava película en Ultra Panavision 70, el formato panorámico por excelencia, se hace. Todo sea por salvaguardar el recuerdo nostálgico de los clásicos y la densidad de atmósfera que se nos ofrece en la obra de la que hoy hablamos: “The Hateful Eight”.

De inicio nos encontramos con una terrorífica composición de Ennio Morricone, y de fondo, un paisaje nevado. Es prácticamente imposible no mencionar aquí a John Carpenter y a su obra maestra: “La Cosa” (1982), de la que Quentin Tarantino se nutre, como en su momento hizo el propio Carpenter con las obras de Howard Hawks y John Ford. Ya lo dijo Pablo Picasso: “Los grandes artistas copian, los genios roban”.

El título de la película en español, “Los odiosos ocho”, no agrada en absoluto al oído ni a la vista, pero sí que refleja a la perfección el sentimiento general que ahonda en uno conforme avanza la trama, ya que el guion, del propio Tarantino, se encarga de reunir en una cabaña a la peor calaña posible, un reparto coral que, de manera impecable, canaliza los despojos y las miserias que asoman tras una guerra civil, mostrando un fiel reflejo de la sociedad norteamericana en la época de la reconstrucción. ¡Y qué diálogos! Me encantaría pasarme horas y horas viendo a Kurt Russel, Samuel L. Jackson, Jennifer Jason Leigh y Walton Goggins charlando en una diligencia, con esa ventisca asomándose amenazante por la ventana, como si de un diluvio purificador se tratase, dispuesta a borrar del mapa de los EEUU todo resto de su afrentosa historia reciente.

El Tarantino más maduro posible, dentro de su innegable condición de niño eterno, nos regala este intrigante y maravilloso western, en un ejercicio de estilo aún más perfeccionado, con más sangre y sesos desparramados por el suelo que nunca. Solo quedan dos. No se las pierdan.

Más en mi blog: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2016/01/19/the-hateful-eight/
Jesus Gonzalez
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9
19 de noviembre de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay muchos tipos de líneas. No me refiero a las líneas de metro ni a las que se dibujan con polvo blanco sobre un lavabo, aunque éstas guarden una estrecha relación con la película de la que vamos a hablar a continuación. Me refiero a las líneas que se marca el propio ser humano. Líneas que nos delimitan, que nos definen, que nos encierran y nos liberan.

En “Sicario” (2015) la nueva película de Denis Villeneuve, nos metemos hasta el cuello en el mundo del narcotráfico, sobrevolamos El Paso, cruzamos la frontera natural que supone el río Bravo, y pisamos el horror en la tierra que es Ciudad de Juárez, estado de Chihuahua, México. Nuestro punto de vista será el de Kate Macer (Emily Blunt), una joven agente del FBI especializada en misiones de rescate de rehenes que es reclutada por Matt Graver (Josh Brolin) quien dirige un equipo de inter-agencias (DEA, CIA) cuyo objetivo último es el de golpear duro al narcotráfico, en concreto al cártel más importante y sanguinario de México. El grupo contará con el asesoramiento de Alejandro (Benicio del Toro) un hombre enigmático, turbio y temible.

Como ya hiciese “Traffic” (2000), en la que también participó el propio del Toro, “Sicario” ofrece una visión horripilante, cruda y realista del narcotráfico, la guerra más absurda y letal de nuestro tiempo. Una guerra entre sistemas, donde la política y la economía, como en todas las guerras, tienen un peso importantísimo en una lucha sin final ni solución aparente, como el propio Matt le dirá a Kate en la película, no mientras un 20% de la población mundial siga drogándose.

Lo que diferencia a “Sicario” de otras crónicas sobre el narcotráfico no es el contenido, donde Villeneuve se sirve de un guión austero y preciso, es el continente: su puesta en escena, su fotografía, su ambientación, su banda sonora, la ambigüedad y desconcierto latentes, todo constituye un relato visual impecable, sobrio, cuyo ritmo funciona como un reloj, y que acaba pegando tu culo al asiento de tal manera que cuando salgas del cine aún notarás su peso en la espalda.

Como ya hiciese en “Prisoners” (2013) o anteriormente en “Incendies” (2010), Villeneuve se apoya en su innata capacidad de crear tensión para impulsar la narración de la trama. La escena inicial, que nace con un tema in crescendo de Jóhann Jóhannsson, puede ser uno de los inicios más demoledores del género, una declaración de intenciones sobre lo que vamos a sentir durante las 2 horas que dura la película: una tensión incipiente que crece y crece a la par que nuestro desconcierto, identificado a la perfección en una magnífica Emily Blunt, que consigue contener a su personaje ofreciendo una interpretación escandalosamente sobria.

Curiosa e irónicamente, los puntos álgidos de esta tensión se dan en un atasco (¡menudo atasco!) a la salida de Juárez y en el silencio del desierto de Arizona, durante el anochecer. Si hace poco comenté que las puestas de sol existían para que Michael Mann las filmase, el director estadounidense tiene en Denis Villeneuve un heredero de garantías, gracias sobre todo al maestro de la cinematografía que lo acompaña, Roger Deakins, cuyo protagonismo narrativo compite a veces con los propios diálogos de la película, dibujando escenas verdaderamente memorables, ya sea mediante el uso de majestuosos planos aéreos o de íntimos acercamientos en primera persona.

Y bueno, si al principio del texto comentaba que existen muchos tipos de líneas es porque “Sicario” cruza muchas de ellas. Cruza las líneas que separan el género del thriller con el de la acción, y también aquellas que definen y clasifican bandos y personajes. Cruza las líneas que separan lo estético de lo narrativo, el cine comercial del cine de autor y las que dividen lo visual de lo sonoro. Los personajes de “Sicario” también cruzan esas líneas. Todos. En otras películas las líneas se “cruzan” para justificar una acción de dudosa moralidad, sin embargo el personaje no deja de estar claramente definido. En “Sicario” los personajes están definidos por pequeños detalles que no consiguen ajustarlos ni encorsetarlos en ningún lado de la línea. Tengo que recalcar, que cuando cruzamos una línea, ésta automáticamente desaparece. Si mueves una línea de su sitio se borran los límites y todo se mezcla, no hay bandos, no hay niveles, no hay objetividad ni moral, y eso acerca mucho la ficción a la realidad, por lo que, por si no te había quedado claro hasta ahora, te estoy diciendo que “Sicario” es un películon de cojones, y que deberías a ir a verla.

¿Aún no te decides? Vale, pues deja que te hable por último de mi amigo Alejandro, el personaje de Benicio del Toro. Mi amigo Alejandro no habla mucho, pero cuando lo hace, puede salvarte la vida o acabar con ella. No es un hombre de palabras, sino de miradas, y con ellas te advierte de cuando debes dejar de apuntarle con un arma y cuando deberías haberlo hecho antes que él. Alejandro perdió a quien quería. Alejandro es capaz de enseñarte a Dios en la tierra y llevarte el infierno a la mesa mientras cenas. Alejandro es un lobo, y tú, no lo eres.

Más en: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2015/11/19/sicario-cruzando-lineas/
Jesus Gonzalez
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8
27 de junio de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno termina de ver esta cinta, duda mucho que pueda ser la primera película de alguien, pero sí, John Maclean se saca de la manga una magnífica obra que sorprende, y de qué manera, por su inesperada calidad.

La historia, pese a ser bastante simple, está llena de sutiles giros que adornan en su justa medida el guión, convirtiendo lo que podría haber sido un simple Western más, en una obra moderna llena de dosis de humor negro, diálogos inteligentes y escenas que tocan varios géneros, todos ellos de manera satisfactoria.

Esta aventura comienza cuando nuestro protagonista (Jay), interpretado por el joven y talentoso Kodi Smit-McPhee cruza su camino con el forajido al que da vida Michael Fassbender (Silas), mientras se dirige hacia el oeste en busca de su amada. Tras aliarse, bajo ocultas intenciones, sortearán situaciones y personajes de lo más extravagantes hasta llegar a su destino, donde disfrutaremos de un clímax propio del mismísimo Tarantino.

Sorprenden gratamente la fotografía y la banda sonora, quizás por lo bien que conectan y enlazan la historia, ya que sirven de lienzo, junto con los diálogos que intercambian nuestros protagonistas, para dibujar escenas realmente maravillosas. Me gustan mucho los flashbacks, simples pero eficientes, y la escena del sueño, que conecta con el final cerrando un círculo perfecto.

Recomendación absoluta a una de las sorpresas de este 2015, que puede llegar a convertirse en un clásico del Western moderno.
Jesus Gonzalez
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