Una ópera prima modesta sobre una mujer (Dale Dickey) que pasa unos días a a orilla de un lago disfrutando de pequeños detalles que la hacen sonreír mientras espera a alguien.

La paleta de colores tiene amarillos, ocres, verdes, azules, y el color impregna la fotografía de una gran belleza natural en casi todo momento.
Es un trabajo sutil, que va acumulando pequeños detalles uno junto a otro para formar algo más grande, procurando capturar una impresión honesta, y lo consigue.

Su tono es amable en parte y melancólico en otro y están bien llevados, en la primera obra de un autor con buena proyección, sensibilidad, y al que seguro le seguirán la pista desde todos los círculos independientes.
Muestra en papeles distintos tanto a Dale Dickey como a Wes Studi, que habían tenido papeles secundarios muy potentes e importantes en sus carreras, pero que no habían disfrutado del protagonismo absoluto (en el caso de Dickey) o de personajes con el corazón tan abierto (en el caso de ambos), y está obra les aporta otro registro.

Es una obra sobre la soledad, y en ella gestiona atisbos y anhelos románticos con mayor o menor acierto, pero la sencillez de esta canción de amor sobre corazones solitarios supone una gran carta de presentación.

Una serie difícil de calificar. Por un lado posee una imaginería visual fascinante, con imágenes llenas de fuerza, casi oníricas, cuenta con un gran estilo y aborda una enorme cantidad de temas sugerentes e interesantes, algunos de sus detalles son realmente notables y merecería un 8.
Por otro lado el guion hace aguas, no sabe manejar el material ni dirigirlo, no por no buscar una trama entretenida o retadora, sino por ser incongruente, absurda y abusar sin medida de los deus ex machina, por lo que merecería un 2.

La serie pretende ser compleja y abordar la naturaleza humana, mostrar al hombre como un lobo para el hombre, situándonos en un lejano planeta con los últimos vestigios de la humanidad. Tanto el pasado que desemboca en esa situación, del que se muestra muy poco, como los temas que genera, los sentimientos en los androides, los dilemas morales, la historia de ese aparentemente vacío planeta, son cuestiones a priori de gran interés que por desgracia se van difuminando en un cúmulo de sinsentidos, los cuales al principio pueden llevar a una lectura metafórica de la serie, pero lamentablemente cuanto más avanza más absurda y vacía se vuelve.

Una producción a la que Ridley Scott aporta presupuesto y estilo visual así como algunos de los momentos e ideas más irrisorios de Prometheus, en la que se puede apreciar en el buen trabajo de Amanda Collin algún eco de Metrópolis al vislumbrar a la nigromante surcando los cielos, y combinar tanta luz y oscuridad como la que puede existir en el alma humana o en esta serie por desgracia decepcionante.