El visionado de la excelente "Yo, Tonya" me llevó a ver este documental firmado con pulso firme por Nanette Burstein. Al modo de Plutarco, se nos narran dos vidas paralelas: Nancy Kerrigan y Tonya Harding fueron la noche y el día, aunque ambas sufrieron los rigores y estereotipos deleznables como el apelativo "marimachos" con el que insensibles jurados les regateaban puntuaciones.

Las dos lo sobrellevaron. Kerrigan se sofisticó, a su talento natural sumó una elegancia que la haría el ojito derecho del público. Nacida en Portland y con una familia desestructurada, Harding fue siempre un remolino, alguien capaz de hacer el triple axel y perder los nervios con una facilidad pasmosa. Incluso en la biografía puede admirarse la incapacidad de autocrítica y como siempre busca chivos expiatorios.

Pese a ello, merced a las dos el patinaje artístico logró colarse en los telediarios estadounidenses y generar tremenda expectación mediática, un duelo de antagonistas y estilos de vida: nuevamente, Magic contra Larry Bird para reflotar un deporte. Entonces ocurrió "el incidente" de Detroit.

Un golpe tan bajo como torpemente ejecutado, un crimen que podría haber sido encarnado por algún sicario poco espabilado de la fértil imaginación de los hermanos Coen. El documental tiene el acierto de hablar de lo que sabemos, pero también poner el foco en la víctima, una Kerrigan que fue capaz de sobreponerse a todo y a todos.

Se ve con sumo interés en todo momento y nunca decae. Perfectamente contado todo.

Potente remake de uno de los grandes clásicos del cine negro. Si bien su predecesora puede seguir siendo disfrutada sin necesidad de notas a pie de página, sobre todo por el buen hacer de Lana Turner y Garfield, en nada estorba esta aportación de Bob Rafaelson, dirigida con buena mano y un metraje, quizás, un tanto excesivo para el tipo de historia que quiere contar.

Uno de los grandes atractivos es que la célebre novela es versionada aquí por Mamet, un excelente escritor que sabe encontrar en una mayor carnalidad uno de los motores de esta trama de engaño. Los pasajes que él firma fueron perfectamente explotados por una Jessica Lange espléndida y un Jack Nicholson magnético, generando una sórdida química en pantalla ante la que es complejo resistirse.

Hay un reparto que acompaña muy bien sus respectivos carismas, sobre todo la siempre enigmática Anjelica Houston, la cual posee un aura idónea para cualquier trama noir y que logra captar la atención de la audiencia aunque solamente tenga dos escenas.

Mantiene ese aura de fatalismo y logra, incluso, que deseemos que a estas dos criaturas oscuras les salga por una vez bien la jugada.

Es una leyenda. Martin Scorsese es una de las mejores cosas que le han pasado al séptimo arte. Dentro de sus virtudes, en pocos géneros ha explotado mejor que en el de la mafia, llevando a obras maestras como "Uno de los nuestros" o "Casino". Mucho de eso hay en "El Irlandés", un legado final de un veterano cineasta que sigue manejando los resortes de su oficio como pocos.

Reúne a un triunvirato tremendo por su talento: Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci reparten fuerzas en un relato sindical que vuelve a mostrar las entrañas y miserias de la intrahistoria norteamericana. Aunque él mismo ha incurrido de forma involuntaria en su mitificación, aquí tenemos una terrenalidad única en el tratamiento del gángster.

Veremos la etapa crepuscular de esos señores del hampa, no hay grandeza y tampoco último canto de cisne. Se perseguirán entre ellos, habrá delaciones y, aquellos con la suficiente fortuna, terminarán en el asilo y el juego de la petanca.

No aporta novedad a su rico universo, pero se contempla siempre con agrado e interés. La fuerza del retorno de Pesci va para los anales, ese señor bajito que transmite tanto sin decir nada. Entre los secundarios hay lujos como Stephen Graham o Harvey Keitel, intérpretes soberbios.

El CGI aprieta, aunque no ahoga. Un recurso artificioso y que, en ocasiones, desconcierta más que ayuda, si bien no menoscaba el envoltorio final del producto. Los tiempos han cambiado e incuso Scorsese se sube a la moda de plataformas como Netflix para alumbrar esta reflexión a su legendaria carrera.

El hombre que mató a Liberty Valance. El hombre que mató a Jimmy Hoffa.

"Gettysburg" es un proyecto televisivo muy ambicioso. No está pensada para verse de un tirón. Da con un nivel de detalles nada cinematográfico los movimientos de los ejércitos del norte y el sur en una de las batallas más salvajes de la terrible guerra civil. No obstante, pese a lo árida que puede ser en ocasiones, se agradece el mimo y la pasión para la recreación histórica que tiene su equipo artístico.

Intérpretes como Jeff Daniels o Martin Sheen dan un verdadero despliegue para trasmitir la complejidad de sus personajes. Hay una autenticidad en el día a día, en las dudas mirando los movimientos de caballería o las complejas situaciones de los regimientos para defender una colina.

La banda sonora, simple y efectiva, acompaña en una cinta que tiene más pretensiones de clase de Historia que artística. Y ojo, eso no es nada malo. De hecho, quizás uno de los puntos de mejora de "Gettysburg" es centrarse mucho en la militar y no aprovechar la mirada para dar más pinceladas de los problemas sociales (si bien alguna pequeña píldora se suelta sobre el tema del racismo y la esclavitud).

Las personas aficionadas a esta época tienen una cita ineludible. El resto de la audiencia habrá de armarse de paciencia.

En la interesante (por divertida, superficial e irresoluble) disputa por hallar al mejor futbolista de todos los tiempos, Diego Armando Maradona ha contado con una ventaja generacional. Lo suficientemente cerca de la nostalgia como Pelé, pero con más recuerdos en la hemeroteca y el vídeo. Sin el escrutinio diario que puedan tener estrellas como Lionel Messi en un marco mucho más profesional, El Diego es casi (en Argentina sin casi) una religión cuyas personas adeptas atenderán a poca broma cuando se habla de su ídolo.

El Pelusa tuvo una estancia breve en Barcelona. Dejó algún gol genial como su vaselina ante el Estrella Roja o la memorable jugada en el Santiago Bernabéu, engañando a San José para que se estrellase contra el poste para impedir su gol. De cualquier modo, el prodigio surgido de Argentinos Juniors comenzó a desmarcarse de la sensatez que demandaba su talento para sacar el máximo rendimiento.

El film de Roberto Rodríguez cuenta con voces autorizadas: César Luis Menotti, Lobo Carrasco, Josep María Minguella, etc. Es decir, cuerpo técnico, directiva y compañeros de plantilla de blaugrana. Lo curioso es que todavía hay discusiones bizantinas sobre cómo no pudo triunfar del todo una escuadra que aglutinaba a Bernardo Schuster y el 10 de la albiceleste.

Se echa en falta la voz del propio protagonista, si bien se mantiene ese aire de fatalidad y negación de los hechos para dar respuesta justa. Sin quitar las carnicerías salvajes a las que algunos defensas le sometían con impunidad del reglamento, o la célebre "hepatitis", si Maradona no logró perdurar en el imaginario del Camp Nou a la altura de su potencial fue por cuenta propia.

Se esboza el tema de los séquitos de los que se rodeó, su fascinación por la noche en la Ciudad Condal y una rebeldía ante la autoridad (presidente, místeres, etc.) que, algo curioso, en él siempre han tenido una curiosa bula. Irónicamente, en el hermoso caos de una ciudad como Nápoles, sí logró brillar (menos años de los que debió por sus problemas extradeportivos) de una forma admirable, mientras ese Barça dependiente logró al fin una liga y hasta disputar una final de Copa de Europa perdida en Sevilla.

Fruto de esa fascinación y la leyenda, no se coloca el foco en los puntos más oscuros (no en aras de la prensa amarilla, más bien una indagación de cuándo empezaron los demonios a formarse), rememorándose batallitas muy interesantes, pero ya casi todas conocidas.

El mito está colocado en el centro, faltando que la cámara se atreva a ubicarlo frente al espejo de forma desapasionada pero piadosa.