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España España · Santander
Críticas de Simsolo
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Críticas 53
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
13 de diciembre de 2014
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una lástima que los responsables de “American Heist” no hayan sabido unir sus dos mundos con mayor soltura. Y no me refiero a la diatriba Ley y Orden, sino a la imposibilidad de casar el drama íntimo de dos hermanos desbordados por eso que, vulgarmente, llamamos pasado, con la pirotecnia de un thriller más o menos convencional. Lo segundo se empeña siempre en restar profundidad a lo primero. Donde respira “American Heist” es en la descarnada relación entre los dos protagonistas delincuentes, un Brody salido del campo de concentración de una cárcel, y un desubicado Christensen, siempre en vilo; en cuanto asoman su hocico los nuevos profesionales del negocio, eso pandilleros sin demasiada enjundia, la película encoge. Tampoco aporta coherencia el papel de la novia del hermano joven, aún por redimir; no estorba gran cosa, pero más por la sutil presencia de Jordana Brewster (una actriz habitualmente desperdiciada en floridas películas de acción) que por el esmero del guionista en dignificar su rol.

Los mejores momentos de la película están en los juegos actorales, escenas de intimidad que profundizan en los dramas respectivos de ambos hermanos y que no buscan hacer avanzar la acción. Cuando ésta llega, en un pretendido paroxismo que intenta casar fatalidad con espectacularidad, persecuciones y tiroteos parecen molestar, rozando incluso al absurdo con el derribo a tiros de un helicóptero. Una escena más propia del peor film de catástrofes que de un policiaco centrado en el análisis de sus condenados protagonistas. Queda, eso sí, la sensación de que el destino no se puede esquivar. El delito prevalece como un estigma difícil de soslayar. Todo lo demás resulta raquítico o desmesurado, con un atraco final convertido en catarsis y los falsos héroes y los villanos, afrontando sus últimas líneas de guión por separado, sin que sus vidas lleguen a realmente a importarnos.

American Heist no contentará a nadie; es más, posiblemente irrite a una mayoría, tanto a los que busquen profundidad como a los que aspiren a un eficaz entretenimiento. Es un film híbrido, como tantas veces en el cambiante panorama de un género mutante. Dos películas en una, colisionando permanentemente. Escenas que se zancadillean unas a otras sin llegar a un todo, como si al final, la poca ambición de los dos protagonistas y sus renqueantes epopeyas personales, la del hundido presidiario y la del triste mecánico, hubiera contaminado al film mismo y ya no mereciera la pena rodar más.
Simsolo
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8
6 de abril de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un filme circular en el sentido más noble del término: nuestro cazador, el jefe de esa otra manada que vive del dinero de las petroleras, termina su gris odisea en el mismo lugar del que trata de escapar a lo largo de todo el metraje: una madriguera de lobos trocada en el corazón primitivo de nuestro mundo. Allí, de igual a igual, en una escena sostenida por una música acertadamente ajena, con los copos de nieve marcando el ritmo y sin más épica que la de la aceptación, arma sus manos con unas toscas garras que le sitúan a la altura de su enemigo: ese lobo jefe que es su reflejo. No hay escapatoria para ninguno de los dos. El destino puede parecernos manipulable a través de la entereza y el sacrificio, pero llegar al punto de partida sólo es cuestión de tiempo.

Juzgar “The Grey” a partir de precedentes más o menos interesantes, ya sean meros films de supervivencia sobre ficciones o hechos documentales (no voy a citar títulos porque eso sería entrar en el juego de los parecidos), empobrece las reflexiones y es disparar hacia otra parte. “The Grey”, en realidad, tiene más que ver con la reciente “All is lost” que con otros títulos sobre grupos de humanos acusados por la naturaleza y el espécimen de turno. Me da igual la tundra que el fondo del mar o el espacio. Curiosamente, su raíz es más literaria que cinematográfica. Viéndola se me han venido a la cabeza algunos relatos del Klondike de London, sobre todo “Hacer un fuego”. Su tosquedad, el hecho reflexivo en sí y el peso determinante del paisaje y sus circunstancias, encuentran en esta película una trasposición cuando menos interesante. Ayuda, como no, la presencia de Neeson, un actor “moral”, al estilo clásico, dotado para la fisicidad más extrema, alguien capaz de hablar con unas manos sucias y castigadas.

Puede que haya momentos rutinarios u obviedades en los flashbacks, pero contiene momento de cruda belleza (la muerte frente al paisaje nevado del superviviente camorrista, elíptica, integrándose en el mundo que va a matarle) o detalles como el cabello de una de las azafatas retratando la muerte. También todo lo referente a la agonía, esas respiraciones de humanos y animales que nos transfieren una sensación de abandono, de resignación, que conmueve y se repite, tras los créditos finales. El viento helado de un paisaje, en suma, inmisericorde con sus criaturas.
Simsolo
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8
25 de marzo de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las últimas películas de los grandes directores no siempre son consecuentes. A veces, sencillamente, porque el artista no era consciente cuando rodaba de su despedida de las cámaras. Otras hacen de colofón con tal serenidad que se convierten en templos, lugares que frecuentar en busca de ese estado de ánimo que una gran parte de la producción actual –minada por la esclavitud de las modas- escatima al amante del cine. En todo caso suelen ser lecciones de sabiduría. “Un verano en Louisiana” encaja como un guante con el resto de la obra de Robert Mulligan, sobre todo con esos títulos vertebrales y míticos que confrontaron adolescencia y vida adulta en los sesenta y setenta. Podrán discutirse sus aciertos, pero la relevancia de sus partes más conseguidas deja un poso, algo a lo que no tantas películas aspiran. En conjunto trasluce maestría y sencillez, evitando el rencor hacia una industria esquiva con los veteranos.

Vista hoy, “Un verano en Louisiana” es una película isla. No tanto por su tema, esa adolescencia contemplativa que de vez en cuando asoma a nuestras pantallas en otros títulos no siempre reseñables, sino por el modo en que se nos cuenta. Tomarse el tiempo necesario para narrar algo de manera contenida y sabia, sin abandonarse a ningún efectismo, no está al alcance más que de directores con la capacidad de observación intacta. Artistas, en suma, que evitan deslumbrar. Ciertas modernidades, no nos engañemos, están reñidas con la honestidad, por lo que apenas perduran. Mulligan, sin embargo, es un humanista y sus tiernas criaturas, esas dos hermanas que padecen juntas lo inconvenientes del amor, de la educación y el cariño de unos padres enfrentados, nos conmueven. La sutilidad, está claro, no hace taquilla y ese aire entre intemporal y anticuado de la película, probablemente no jugó en su momento a favor de un director dueño de su mundo.

No es un testamento, sino un adiós sincero y emotivo. Cierra una obra y atesora verdades suficientes como para que nos sonrojemos ante el adocenamiento de títulos que repiten fórmulas manidas sin un ápice de encanto. Sin alma. Sin cine dentro.
Simsolo
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9
23 de marzo de 2014
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está claro que midiendo las cosas por el rasero profesional sería imposible ver cine. Según qué gremio, el policiaco faltaría siempre a la verdad de los hechos, el subgénero de catástrofes sólo sería apto para niños que destruyen construcciones de juguete y las historias meramente románticas no pasarían de ser un pasatiempo edulcorado para sensibleros. Viene esto a cuento de que uno navega y en foros afines a esta afición abundan los comentarios destructivos hacia esta película. Curiosamente la califican de tediosa, aburrida y plana, amén de otras cuestiones técnicas ajenas por completo a cualquier espectador de tierra adentro. Todo porque en “All is lost” el uso de las convenciones, esa tabla de salvación de nuestro inconsciente colectivo, es bastante limitado. Quizás sea eso lo que ha descolocado a muchos: no hay esposas o hijos a los que recordar, vida apacible que añorar o tierra firme que besar. Salvo la voz en off del protagonista, que enlaza con el desenlace, el planteamiento conmueve por su desnudez y sin tener que recurrir a toda esa épica melodramática que, por momentos, desvirtúa filmes como “La tormenta perfecta” o “La fuerza del viento”. Chandor da la espalda a su anterior película (en oficinas, con un reparto coral y el diálogo como artificio) y construye su metáfora sin prisa, ayudado por un Redford que, a pesar del bótox, el tinte y la edad, es capaz de transmitir la sensación de fracaso y pérdida inminentes.

Criticar por absurda la escena en que se afeita es tener los ojos cerrados. La gente se afeita en las trincheras y en situaciones terribles en las que, por necesidad, se abraza lo doméstico como defensa. Se trata de reconstruir lo cotidiano para negar que una situación nos supera. Cierto, el tipo se afeita (como cocina, se toma una copa o seca las panas del suelo), pero su rostro refleja un miedo atávico que comprende el océano y la ruina de su barco. Sucede lo mismo con otras cuestiones relativas a la navegación. Menospreciar la película por endeble es estos aspectos es quedarse en la superficie de las cosas. El mérito de “All is lost” reside en su despojamiento de lo superfluo. No está saturada de efectos digitales ni de flashbacks que nos hagan empatizar con el patrón de un barco viejo y dolorosamente “real”.

Admito que en compañía de otros aguerridos patrones que harían esto o aquello o que reaccionarían de una u otra manera, es fácil mofarse y distanciarse de la película, pero eso no va a convertir a “All is lost” en una mala narración. Al contrario. Su fuerza radica en la soledad del protagonista, en esa mirada de despedida a su querido barco desde la balsa, sin un solo reproche que hacerle, en sus torpezas y en sus aciertos, con ese final entre el sueño y la realidad que nos devuelve a la voz que oímos al principio: el retrato de un hombre solo cuando todo se desmorona a su alrededor.
Simsolo
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6
22 de marzo de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una ventaja de los entrecortados pases televisivos es revisar títulos desechados de antemano. Estas líneas probablemente no salven a “Confesiones de una compradora compulsiva” de la guillotina del respetable, pero tal vez sirvan de salvavidas para sus contados defensores. Duele admitirlo, pero la película de P. J. Hogan no es tan mala como parece. La comedia, como género, tiene esos inconvenientes: o es absolutamente ácida y desgarrada o, sencillamente, es tonta e ingenua. Aquí, la ironía es demasiado ligera y el espectador tiene que poner algo de su parte para paladear los pasajes más amargos. La empatía con la atolondrada protagonista también requiere cierto esfuerzo, como si la película se protegiera a sí misma del riesgo con una pátina de brillo sobre la que resulta fácil perder el equilibro. Asideros para no caerse de bruces tiene algunos, principalmente su actriz principal, una Isla Fisher dotada para esa clase de comedia patosa en la que se interpreta no sólo con el gesto, sino también con el cuerpo. No estábamos ante un caso claro de Slapstick, pero nuestra adicta al crédito de plástico destroza situaciones convertida en una émula cohibida del Jerry Lewis del mejor Frank Tashlin.

Tampoco se trata de lanzar las campanas al vuelo. “Confesiones de una compradora compulsiva” hubiera sido mucho mejor con algo menos de contención y un poco más de pimienta. Hay momentos desaprovechados y otros que se prolongan de manera irritante. Los secundarios pierden enteros cuando debían ganarlos y los toques surrealistas no acaban de cuajar pero, insisto, nada insulta al espectador. Incluso hay cierta lectura interesante sobre nuestro presente económico y el grado de felicidad que el mundo financiero nos permite. La crítica de fondo no es un clamor, pero logra que el gran pastel que nos quieren vender los artífices del consumo se quede sin y guindas y glaseado, desvelando sin tapujos el revenido bizcocho de cada día.
Simsolo
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