La película se abre con un vistoso plano-secuencia que nos presenta el inquietante vecindario donde sucede la acción. Poco a poco la atmósfera se va enrareciendo mediante pequeños detalles de carácter ambigüo hasta culminar en una recta final memorable y tremendamente desasosegante. Aquí (y en "La semilla del diablo") está el gérmen de todas esas películas de vecinos raros y de las que explotan la sensación de ser observado por alguien invisible. Maravilla visual (fotografía del favorito de Bergman), grotesca y envolvente a la vez, sin duda es una de las cumbres de su autor y una de las mejores películas de terror de los 70. La música de Philippe Sarde exquisita. El reparto canela fina, en especial los veteranos Shelley Winters, Melvin Douglas y Jo Van Fleet, impagable trío que no defrauda. Imperecedera.

Hay momentos muy significativos (no desvelaré nada) que posteriormente directores postmodernos como Brian De Palma ("Vestida para matar"), David Lynch ("Carretera perdida"), Rob Zombie ("The Lords of Salem"), Darren Aronosfky ("Cisne negro"), Andrzej Zulawski ("La posesión") o Álex De La Iglesia (demasiado evidente en "La comunidad") han reinventado de manera ejemplar y magistral.

Tras firmar secuelas infumables de "Saw", experimentos fallidos como "Repo! The Genetic Opera" o un remake apócrifo como "Mother's Day", Darren Lynn Bousman vuelve a la carga con un título mucho más estimable e inteligente de lo que aparenta. Es una "monster-movie" de eso no hay duda, pero los que esperen que únicamente se limita a homenajear a "Grizzly", "Profecía maldita" o "Tiburón" se llevarán una sorpresa al comprobar que los mayores referentes de Bousman se encuentran en "El Resplandor", "Terror en Amityville" o "La semilla del diablo" (la destrucción del nucleo familiar). Con una excelente fotografía e iluminación natural de Joseph White, hay planos donde se respira su atmósfera -fruto de la elección del formato en 16mm-, y actores que mantienen el tipo como Stephen Moyer (el Bill Compton de "True Blood" consigue transmitir un mal rollo tremendo), Mia Kirshner (aquella Christina de la "Exótica" de Atom Egoya o "La Dalía Negra" de Brian De Palma) y Shawn Ashmore (Iceman en "X-Men" y que repite con el director tras "Mother's Day"), el film juega con el suspense, la ambigüedad y el folclore y no enseña sus cartas hasta el acto final. Los efectos prácticos se agradecen en esta era donde lo digital devora lo orgánico. En definitiva, "The Barrens" demuestra que estamos ante un director que comenzó sin ningún crédito y que está madurando en cada nuevo trabajo. Por algún extraño motivo, su distribuidora Anchor Bay (la misma que "The Lords of Salem") no la ha vendido a festivales como Toronto, Sitges o Fantasy Film Fest, una oportunidad perdida para los espectadores dada su calidad. Esperemos que aquí al menos la editen en formato doméstico. Una cult-movie en potencia.

Vista hoy, nos puede parecer que “Las colinas tienen ojos” es una película algo ingenua, pero en su momento (hace ya más de treinta años), desató controversias respecto a su carácter explícito y su alegoría sobre la violencia que forma parte natural del ser humano. Fue uno de los títulos que mejor ilustraron el enfrentamiento entre civilización y barbarie, al margen de aprovechar el tirón de “La matanza de Texas” y la lectura política de “La última casa a la izquierda”. La película de Craven superó su condición de película de explotación gracias a una serie de virtudes que sigue manteniendo. Virtudes que se convertirían en cliché en otras películas de temática similar. Desde la elección del reparto (de ello hablo más abajo) hasta un rodaje austero en pleno desierto, con esos paisajes irrealmente áridos y esa sensación de amenaza tan atroz, rozando, aunque suene paradójico, la claustrofobia. Película río (re-estableció algunos cánones del género), con interesantes apuntes políticos (acentuados en la superior versión de Alexandre Aja) y una sordidez moral remarcable (véase el célebre asalto a la caravana). Hallamos aquí a dos actores que se convertirían en sendas presencias icónicas del género; por un lado la encantadora Dee Wallace, que encadenaría colaboraciones con Joe Dante, Steven Spielberg, Lewis Teague, Tobe Hooper, Peter Jackson, Rob Zombie o Ti West. Por otro, Michael Berryman, que repetiría con Craven en "Bendición mortal", "Invitation to Hell" (TV) y en la inenarrable "Las colinas tienen ojos 2" (¡Verla para creerla!!), además de ser convocado para "Cut and Run" o "Los renegados del diablo". Así, “Las colinas tienen ojos” ha quedado como un clásico del llamado “American Gothic” y una película ineludible para entender la evolución del terror norteamericano de los 70. Pese a quien pese.

A partir de una premisa digna de telefilm Joseph Ruben contruye una película con esporádicos aciertos y con un personaje que se apodera sin dificultades del relato, obviamente el que hace referencia el título, encarnado con bastante soltura por Terry O' Quinn (luego famoso por “Perdidos”). Con un arranque muy conseguido donde vemos como el psicópata cambia de identidad, se ducha (sorprendente ese desnudo masculino), recoge los juguetes y abandona el hogar dejando atrás un reguero de sangre. En busca de un sueño americano que no existe, no duda en utilizar métodos drásticos cuando percibe que los cimientos del núcleo familiar peligran. La hija de la nueva familia (Jill Schoelen, joven promesa a quien perdimos la pista en subproductos de terror) enseguida presiente algo siniestro en el padre nómada, y empieza a investigar por su cuenta… La película por momentos adolece de cierta mediocridad, con situaciones totalmente intercambiables con cualquiera película con adolescentes de los 80. El personaje de la madre está totalmente descuidado, y por ejemplo, no profundiza en aspectos más oscuros del padrastro respecto al sexo, su ideología conservadora o su desdoblamiento de personalidad. En la recta final cuando se descubre el pastel, la película gana en ritmo y atmósfera, pero no llega al desmelene que se le suponía.

Aún así, este título creó escuela, eso es indiscutible, y ha sido modelo de películas como “La mano que mece la cuna”, “La tutora”, “El buen hijo” dirigida por el propio Ruben, “De repente, un extraño”, “La huérfana”, su reciente remake con Dylan Walsh y demás películas con intruso perturbado. Como dato anecdótico, Schoelen nos enseña todos sus encantos sin ningún pudor. Y pensar que su personaje me parecía algo mojigato.

Terrence Malick es un director muy introspectivo y contemplativo, con lo cual no podíamos esperar una película de aventuras que siguiese los patrones establecidos. Resulta una experiencia increíble, es una película muy visual (gran fotografía) pero también sensible y emocional hasta límites insospechados. No es para verla en cualquier momento, hay que estar predispuesto y relajado, y dejarse llevar por la narración existencial de Malick (al igual que ocurría con la inferior "La delgada línea roja"). Colin Farrell está pletórico, con un director cualificado es capaz de ofrecer una gran interpretación (también meritoria en "Alexander", aunque algunos dijeran que le quedaba grande el personaje), y pasará mucho tiempo hasta que haga una obra tan brillante como la que nos ocupa. Ni siquiera Michael Mann consiguió sacar el talento del irlandés en un papel que en teoría le iba mejor (el chuleta Sonny Croquect de "Corrupción en Miami"). Una pieza de (alta) orfebrería.