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Seychelles Seychelles · Monchópolis
Críticas de Monchita
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Críticas 86
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
27 de febrero de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Bicho de siete cabezas” es una expresión brasileña que, traducida en términos igualitarios al castellano, vendría a significar algo así como “hacer una montaña de un grano de arena”. Exagerar, vaya. Como hizo el padre del pobre Neto.
En un barrio de clase media brasileño vive Neto, un joven que, como tantos otros de su edad, de vez en cuando fuma porros. El padre, de casualidad, descubre un porro en la chaqueta de su hijo y cree que el problema es grave, que su hijo es drogadicto. Y aquí conocemos que el problema es el padre.
Laís Bodanzky , entre compás y compás de música pastillera y un montaje abrupto, crea una película de cine denuncia. Una película que se puede valorar más desde el lado social y humano, sobre todo, si tenemos en cuenta que está basada en las vivencias reales de Austregésilo Carrano.
En primer lugar, vemos una carta del hijo al padre en la que le advierte que se aleje porque le va a contar ciertas cosas que le van a doler. Y así nos metemos de lleno en un flashback de hora y media lleno de penurias, días grises y dolor desde el momento en que Neto ingresa en una clínica de desintoxicación. Las imágenes, de estilo casi documental, nos muestran cómo es la vida en una institución pública brasileña donde no importa que los pacientes estén hacinados mientras el Gobierno siga enviando fondos. Donde los pacientes son maltratados psíquica y físicamente hasta el punto de quedar desquiciados, anulados. Donde, en definitiva, los derechos humanos son un cero a la izquierda.
La poca cohesión familiar y la incomunicación entre padre e hijo son los detonantes de una situación que sirve, al director, de denuncia. Neto, el protagonista, dará tumbos en su vida desde esa experiencia porque le marcará negativamente. Aunque eso, también cambiará su perspectiva.
Cine social crudo, directo y sin ambages, que saca a relucir el lado más podrido de las instituciones mentales y el abuso de poder de los mandamases. Rodrigo Santoro compone, además, un personaje creíble. Débil en su cautiverio forzado y...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Monchita
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8
13 de febrero de 2012
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Baba Yaga es un brujo malo que vive en el bosque.
Dentro de la amurallada ciudad residencial Camelot Gardens, todo el mundo es feliz. Ese gran muro que les rodea les supone la protección necesaria para que ningún elemento del exterior perturbe su supuesta pacífica existencia. Lo que suceda fuera de esas puertas, no existe. Así todos podrán seguir siendo tan hipócritas como siempre; fingir, pretender ser y enorgullecerse de sus ostentosas vidas. Aparentar. Ocultar sus problemas. La hipocresía de las clases acomodadas.
John Duigan trata de poner el dedo en la llaga al criticar el estilo de vida de los “ricos”. No llega a los niveles ácidos y de crítica mordaz del retratista de sociópatas Todd Solondz pero al menos nos hace reflexionar sobre las diferencias clasistas y los contrastes sociales (no hay más que ver la hospitalidad de la gente humilde reflejada en la familia del jardinero). Para ello, el australiano de origen inglés, se vale de una historia contada a modo de cuento pseudo-macabro y fantasioso, con ese paralelismo con el mito eslavo de Baba Yaga, donde una niña (Mischa Barton) entabla una extraña y tierna amistad con un jardinero (Sam Rockwell).
La niña está harta de una madre fingidora y de un padre cobarde con complejo de inferioridad, incapaz de aceptar a su hija a causa de una enorme y fea cicatriz que ésta tiene en el pecho como consecuencia de una enfermedad cardíaca. Es antiestética y los demás no se la pueden ver. Un día, en el bosque extramuros, la niña conoce por casualidad a Trent (Rockwell), el jardinero de origen humilde que cuida el césped de los habitantes de Camelot Gardens. Comprende que ese chico es el único auténtico entre tanta basura, el único que no tiene que fingir ser algo que no es.
Baba Yaga no siempre es malo.
La sociedad de las falsas apariencias es criticada en 'Inocencia rebelde' sin demasiada sutilidad. Si hay un ladrón en una zona rica, ése es sin duda el pobre.¡Hasta regalar una tortuga es más grave que el acoso sexual!
Baba Yaga no es quien parece.
La niña quiere huir de su vida y el jardinero rompe su monotonía. Precioso el momento en que ambos bailan encima de la camioneta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Monchita
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9
15 de noviembre de 2011
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Principios de los 90 en la Australia desértica. Un joven Stephan Elliott intenta sacar adelante un proyecto sobre drag queens y lo que ocultan debajo de tanto maquillaje. Elliott tenía claras sus ideas porque conocía los ambientes gays de Estados Unidos y del Reino Unido. Quería perfilar unos personajes humanos, divertidos y sensibles. Contó con un Terence Stamp, a punto de dejar su carrera por culpa de hacer sólo papeles de malote británico, encantado ante la posibilidad de cambiar de registro. Contó también con Hugo Weaving, su amigo y protagonista de su ópera prima 'Frauds'. Sólo le faltaba un tercer hombre – uno guapo, le aconsejaron – y eligió a Guy Pearce, famoso en Australia gracias a la serie 'Neighbours'. Ya tenía a sus tres reinonas dispuestas a deambular a lo largo del árido y yermo país de los canguros.

'Las aventuras de Priscilla' es una road movie típica en su desarrollo pues cuenta la evolución de los personajes en el transcurso de un largo y tortuoso viaje. Pero atípico en su contenido pues son tres hombres vestidos de mujeres, tres hombres que conviven con su “doble condición”. Lejos de dramatismos innecesarios, Elliott opta por la diversión, el optimismo y el buen rollo. Eso queda reflejado en el pomposo y vivaz vestuario. Varios modelitos pasean por la pantalla, teniendo su punto culmen con ese 'Finally' en el que cambian hasta tres veces de ropa. La música, tan alegre y que invita a bailar, es otro punto a su favor. Chistes jocosos o escatológicos combinados con momentos emotivos construyen un equilibrado y disfrutable guión.

Cada uno de los protagonistas aporta su toque personal y único. Mitzi (Weaving) es un hombre con sorpresa, emocional y racional, que busca una estabilidad laboral e interna. Bernardette (Stamp), un transexual, quiere tener alguien a quien amar y que le ame. Su drama empieza cuando muere su pareja y el viaje propuesto por Mitzi le hará replantearse ciertas cosas. Felicia (un histriónico y divertidísimo Pearce) es una LOCAZA (sí, en mayúsculas) con la ambición de ser eso, una locaza, muy orgullosa de ello. No se avergüenza de su condición sean cuales sean las consecuencias. Además, su indumentaria es la más ridícula, llamativa y provocativa. Por eso, Felicia es mi debilidad.

En el viaje, las drag queen descubrirán que, pese a que Sydney -lugar del que parten – es muy liberal, el resto de Australia puede ser más hostil. 'They will survive', a lo Gloria Gaynor. Míticos son dos momentazos: en el que actúan cantando la canción de la diva del soul ante los aborígenes y el aria “interpretada” por Guy Pearce en el techo de su autobús. Los paisajes desérticos, inhóspitos a priori para estas tres valientes, tres personas lanzadas a comerse el mundo y conocerse a sí mismas, conforman un bello marco perfecto donde desarrollar la historia.

Y todo esto ocurre mientras van subidas al lomo de un autobús color morado. Perdón, lavanda. Se llama Priscilla y es la reina del desierto.
Monchita
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6
12 de noviembre de 2011
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La otra noche, mientras cenábamos con unos amigos, una amiga se sorprendía por mis notas altas a pelis juveniles ochenteras. Aquella década, plagada de títulos míticos para el subgénero, trataba a los adolescentes con cierta inteligencia cuando no metían tetas y sexo a saco en la trama, como es más habitual ver en el cine contemporáneo. Ahí quedan películas como 'El club de los cinco', 'No puedes comprar mi amor', 'Cuenta conmigo' o 'Rebeldes', entre otras. Lo importante en ellas era la cercanía, la cotidianidad, la humanidad, el encanto que desprendían los personajes retratados, la capacidad de empatizar con ellos. Cada vez que veo una peli ochentera siento nostalgia por aquella época del instituto, con mis antiguos amigos, los primeros amores, las clases, la relación con los profesores, los fines de semana de risas y borracheras. Será por eso que me gustan.

Y me gusta cuando un adolescente se siente “más raro que un perro verde” y potencia esa diferencia para destacar. Cuando Scott Howard descubrió que era un hombre-lobo, su vida se jodió. Pensó que sería el más impopular de la clase, nadie le aceptaría. Ya no bastaba con ser un patoso jugando al básquet, no, ahora encima su fisionomía le iba a putear. En vez de quedarse llorando en una esquinita, encontró cómo sacarle partido a tal tara, ser él mismo. La moraleja de la película está clara, ¿no?.

Pero seamos serios. A parte de verle esos valores humanos positivos a la película, no hay que olvidar que no es más que una cinta de evasión, hecha pura y duramente para entretener. Contaba con un joven Michael J. Fox, en la plenitud de su carrera (poco antes inmortalizaría a Marty McFly, el personaje de su vida), un reclamo para las jovencitas y para todos esos chicos normales. Porque Fox es un actor de aspecto frágil, simpático y cercano, alguien en quien verse fácilmente identificado ya que lo corriente es que un instituto esté lleno de “michaelitos” y no de matones, de guaperas ni de empollones.

'Teen Wolf' queda como una curiosidad, una historia sobre un rara avis, un hombre-lobo baloncestista en el instituto. Jo, ya hubiera querido tener un compañero así. Mi instituto era muy aburrido.
Monchita
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5
24 de octubre de 2011
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hecha por mujeres y ¿para mujeres?, Caramel construye una semi-azucarada película de historias cruzadas. Cinco mujeres, cinco historias y poca chicha. Nadine Labaki se queda en lo superficial, en lo políticamente correcto. Hasta parece que, una vez está terminando el metraje, las historias no han evolucionado absolutamente nada, aunque sí lo hayan hecho (algunas muy levemente), porque es tan suave, tan poco profunda, que no deja poso. Y eso que podría haber sido una interesante reflexión sobre cómo es/cómo aparenta ser la vida de las mujeres en Líbano una vez alcanzan cierta edad.

La una, enamorada de un hombre casado y la muy tonta se empeña en sufrir. Erre que erre... No le basta con tener una heridita, no, la tía tiene que hurgar hasta que se le infecta y esté bien jodida. Moraleja: no te enamores del primer imbécil que te hace caso. Desgraciadamente estas cosas pasan. Es una jodienda no poder elegir de quién enamorarte. Labaki se reserva para sí el mejor papel, a lo Allen o Moretti, y no le queda grande puesto que su cara refleja esa mezcla de mujer de carácter y dulzura requeridos por su personaje. Otra se va a casar pero ya no es virgen. Y se lo tiene que ocultar a su marido a toda costa. Esta historia plantea un interesante dilema moral y religioso. Podría haber dado más juego pero se resuelve de forma chusca, casi sin importancia ni peso en la historia. Muy mal, Labaki.
Una vieja que se resiste a hacerse mayor. Menudo personaje más irritante y patético han compuesto. Prescindible.
Luego hay por ahí una señora que no puede ser feliz debido a que cuida de su hermana, demente senil (o eso creo). El intento de hacer de la viejecita demente un componente cómico no cuaja con el resto de la película. Si lo hubieran hecho de forma que sintiéramos lástima de ella y no nos riéramos de la situación, habría quedado más creíble. Además, la vieja tenía una voz chirriante, un mezclijo entre el Pato Donald y la voz del niño de 'El tambor de hojalata'.
Y bueno, la que me parece la peor de las historias es la de la lesbiana. Muy poca valentía para hablar del tema de la homosexualidad. Y muy poca sutilidad para tratarlo sin que cante tanto. O lo haces bien, o no lo hagas. Mucho tendrá que ver el hermetismo mental y los tabúes de su religión y de su cultura, sin embargo, se podría haber sacado a este personaje aún más jugo. Y no me vale que me venga con metáforas tan churreras para ir de guay (ese corte de pelo...).

Caramel se puede ver si no esperas algo trascendental ni evolutivo en el carácter de las mujeres protagonistas. Lo siento mucho porque, si está hecha -especialmente- para que las mujeres empaticemos con las protagonistas, no lo ha conseguido. Más profundidad, más desarrollo le ha faltado. Es el hándicap de las películas corales.
Monchita
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