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Críticas de Augusto Faroni
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Críticas 28
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
25 de agosto de 2021
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se estrenó Silverado, allá por 1985 -que como estará de lejos Japón que ni siquiera conocíamos a Kevin Costner- los expertos decían que el western era un género muerto, y que la película de Kasdan, lejos de resucitarlo, sólo venía a profanar su tumba.

Ahora que tras varias décadas de remoloneo por fin he visto la película, tengo que decir que hombre, que se pasaron tres huevos con el pobre Lawrence Kasdan. Que Silverado no es desde luego ninguna maravilla, más bien lo contrario, todo tan trillado y tan tontorrón en su planteamiento, y en sus tiroteos, pero que tampoco es el peor western de la historia. Ni de coña, vamos. Está a la altura de decenas de clásicos viejunos que esos mismos puretas calificaban con cinco estrellas en las revistas, o con cinco orgasmos en la radio, acompañando la galaxia o la lefa con su prosa florida y su adjetivismo literario.

El otro día, sin ir más lejos, yo bostezaba lo mismito que hoy con Johnny Guitar, que también empieza con unos mentecatos acodados en la barra del salón, que ni se conocen ni tienen oficio definido, sólo estar allí, mamándose, y diciéndose tonterías de este lado del río Pecos, o de aquel lado del Mississippi, forastero y tal, que yo te conozco, eres hermano de Bill Donovan, y vienes a cobrarte una deuda de sangre, pecador de la pradera, desenfunda si tienes valor y bla, bla, bla..., mientras uno se rasca la cabeza en el sofá y se pregunta quiénes son estos tipos, y de dónde vienen, o a qué se dedican, que ni vacas se ven por los alrededores. Yo creo que el problema es que estos pueblos de las películas siempre los construyen donde no hay agua -al contrario que cualquier civilización heredera de los sumerios- y que por eso van todos como van, lunáticos y deshidratados, o bebiendo whisky a todas horas.

Silverado es aburrida, previsible, como hecha para niños sin bagaje, o cortitos de entendederas. Pero entretiene, como la mano en pena que cantaba Javier Krahe. En realidad es una mierda, pero no sé, había que verla, porque me faltaba, y porque es de Lawrence Kasdan, que una vez dirigió películas maravillosas, y escribió los guiones de las películas de Luke, y las aventuras de Indy. Por eso mismo le odiaban tanto, y le siguen odiando, los puretas.

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Augusto Faroni
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7
25 de agosto de 2021
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viendo Los siete samuráis me acordaba todo el rato de Paco Calavera, cuando contaba que a él, las películas japonesas, y más si eran precisamente de samuráis, le producían una extrañeza inconsolable. Calavera, a su modo, imitaba al guerrero que se declara a la dulce aldeana pero que más bien parece que la esté insultando, gritándole a la cara con cara de enajenado, “¡Ojojuná!”, y “¡Konidimá!, y “ ¡Uuuuuh... Korigató!”, cosas así, mientras el subtítulo en castellano reza: “Te quiero. Eres la luz de mi vida. Te trataré como a una flor de la orquídea en la mañana...”. Y al revés, claro, porque luego Calavera imitaba a esa proto-gueisa de mirada clavada en el suelo, lánguida y virginal, que en voz minimalista responde al guerrero con fonemas muy dulces mientras el subtítulo traduce: “Eres un cacho de mierda. Si no te vas de aquí voy a avisar a mi padre, el shogun, para que venga con su guardia y te corten los testículos para abonar con ellos el arrozal...”


Quiero decir, sumándome a la tesis de Paco Calavera, que estas películas de Akira Kurosawa siempre me dejan medio admirado y medio empanado. Lo que se ve es exótico, sí, y a veces subyugante -¡esa batalla final bajo la lluvia, por Dios!- pero en el fondo es como ver una película de marcianos. Quiero decir, rodada por los marcianos. Los siete samuráis tiene un magisterio, un saber hacer evidente, pero no puedo evitar la comezón intelectual de estar perdiéndome las claves del asunto. Me sacan de la historia algunos diálogos besuguiles, algunas reacciones extemporáneas, algunas conductas de orates que corren bajo los rayos del sol naciente. Es una minusvalía mía, o un abismo cultural insalvable.


Y además, es todo muy lento, lentísimo, 205 minutos de metraje que se podían haber quedado en dos horas como mucho, pongamos dos horas y cuarto, para incluir alguna escena de costumbrismo en el arrozal. De hecho, los americanos, una década después, contaron exactamente lo mismo en casi la mitad de tiempo, cuando hicieron su propia versión. Me gustaría volver a verla, Los siete magníficos, pero ya tengo asociada su tonadilla inmortal al tipo de los bigotes que la pone cada mañana en la radio, como preludio de su hablar venenoso. Un asco, con lo bonita que es.

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Augusto Faroni
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5
25 de agosto de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para empezar, no sé por qué la película se titula “Orfeo Negro”, y no simplemente “Orfeo”. Es obvio que Orfeo es un muchacho de raza negra que conduce su tranvía, toca su guitarra y baila en los carnavales de Río con la alegría del trópico, pero esto no tiene nada de particular, nada de racial, a no ser que nos quieran vender la moto -que tampoco parece- de que los de su raza son unos tarambainas de mucho cuidado. Es por eso que lo de “Orfeo Negro” suena tan bobo, y tan redundante, como “Barton Fink blanco”, o “Los siete samuráis amarillos”. Una gilipollez.


Tengo que confesar, de todos modos, que quizá haya una explicación racional para esto, una que sucede más allá del minuto 41 de metraje, que es cuando he dicho basta y me he puesto a mirar por la ventanilla del tren, más pendiente del paisaje montañoso coronado por los molinos. Me pregunto si al final había otro Orfeo en la película, uno blanco, que rivaliza con nuestro muchacho en la conquista de las mujeres. O si remarcan lo de negro en contraste con el griego de la mitología, enamorado de Eurídice, que todos suponemos blanco jónico, o dórico, o corintio. Me pregunto, también, ya desentendido de la película, qué hubiera hecho Don Quijote por estas tierras de León, en el siglo XXI, enfrentando a estos molinos que no son gigantes, sino el mismísimo Galactus multiplicado por mil, que vino de otra galaxia a renegociar las energías.

A “Orfeo Negro”, como a tantas otras películas, he venido engañado por la publicidad. Me decían que esto era una película, pero no lo es: es un documental enmascarado de la vida en las favelas, pobretona pero alegre, antes de que la droga lo invadiera todo y Zé Pequeno viniera a poner orden con su pistola. También me dijeron que aquí estaba el origen de la bossa nova, casi retransmitido en directo, con Vinicius de Moraes y tal, pero aquí, hasta el minuto 41 sólo había sonado “Tristeza” y tampoco en su totalidad. Un rollo. Y una envidia, el tal Orfeo, que las vuelve locas a todas con su baile de pies , y su sonrisa de Pelé.

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Augusto Faroni
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