Siempre será grato encontrarse con propuestas como la que ofrece “Take Shelter”. Película independiente que nos sumerge en el más profundo terror psicológico por medio de una trama sencilla pero muy bien ejecutada. Interpretada magistralmente por Michael Shannon y por la actriz revelación, Jessica Chastain, “Take Shelter” nos presenta como argumento principal a Curtis LaForche (Michael Shannon), un hombre que comienza a tener revelaciones sobre una tormenta apocalíptica, razón por la cual será tomado como desequilibrado mental por quienes lo rodean. La película juega con los antecedentes psicóticos de la madre de Curtis, con lo cual consigue crear un clima de confusión entre lo que parece ser real para Curtis y por ende, el verdadero peligro que se avecina (tormentas, truenos, lluvia amarilla) y lo que puede ser producto de su mente desequilibrada (trastornos, esquizofrenia, miedos infundados, manías, pesadillas).

El filme consigue con pocos recursos crear una atmosfera de tensión psicológica, logrando que los miedos y paranoias del protagonista comiencen a prepararnos para ver algo sorprendente. En efecto, las escenas en las que Shannon aparece enfrentado a la naturaleza hostil y que están acompañadas convenientemente por el sonido ambiente del fenómeno (tormentas, relámpagos, bandada de pájaros, ventiscas), logran mostrar de manera eficaz la profundidad del terror psicológico al que está viendo sometido el protagonista.

El director del filme, Jeff Nichols, es astuto a la hora de conjugar los dos perfiles mentales que acompañan las actitudes del protagonista. O en realidad es una especie de profeta que es prevenido para salvar a su familia del cataclismo que se avecina, como alguna vez nos cuenta la historia bíblica de Noe; o en cambio es un hombre perturbado mentalmente, que al igual que su madre, terminará reclinado en un sanatorio mental debido a sus infundados temores.

No sé si “Take Shelter” exija un análisis acerca de la enfermedad social; o sí invita a preguntarse si realmente son los cuerdos lo que tienen la razón en un mundo desequilibrado como éste; o si en cambio es una cinta que busca plantear que son los llamados chiflados o maníacos con su ilógica del absurdo quienes perciben una realidad que los autodenominados sensatos o cuerdos nos negamos a enfrentar. Lo que sí creo es que estamos ante una excelente película, bien lograda en su firme propósito de conseguir tensión psicológica, que se sustenta en actuaciones brillantes y que ofrece un final para el recuerdo cuando muchos de nosotros nos habíamos rendido a sacar -anticipadamente- nuestras conclusiones.

Cada vez es más claro que la película “El proyecto de la Bruja de Blair” marcó un antes y un después en la historia del género cinematográfico de terror. Desde aquel verano de 1999, han sido muchos los intentos -buenos y malos- por continuar con éste exitoso formato “found footage” o falso documental. “V/H/S” es otro de estos intentos, que si bien redunda un tipo de cine sobreexplotado recientemente, innova para bien en el modo en que desarrolla su argumento y las circunstancias en que propicia el terror. Hay que decir además que éste es un filme independiente que logra dar mucho más al género que otras grandes producciones de Hollywood.

El formato propuesto es lo único que diferencia “V/H/S” del desarrollo de filmes de terror como “Rec” o “Grave Encounters”, entre otros. La cinta se estructura en torno a una antología de historias sin conexión entre sí, seis en total, algunas mejor ejecutadas que otras, que varían en cuanto a las formas y pretensiones de crear terror.

“V/H/S” nos presenta a un grupo de criminales de “poca monta” contratados para buscar una cinta en formato VHS dentro de una casa. En ella encuentran, además de un anciano muerto, una serie de cintas con contenidos de los más extraños. De este modo, a medida que los criminales reproducen las cintas que van encontrando, vamos viendo en la pantalla el desarrollo de las mismas.

Las historias que conforman la antología de terror son: Tape 56, es la historia principal de la película, cuenta la búsqueda de las cintas por parte de los criminales y la consecuente desgracia que les acompañará; Amateur Night, buena historia sobre tres amigos que salen de juerga con una extraña chica, la cual no aparenta ser quien verdaderamente es; Second Honeymoon, una pareja de novios decide salir de vacaciones, aunque no saben que alguien acostumbrará visitarlos mientras duermen; Tuesday the 17th, cuatro jóvenes pasean por un lindo bosque sin saber que algo extraño anda suelto; The Sick Thing That Happened to Emily When She Was Younger, tal vez la historia menos llamativa de la cinta, muestra a una chica que recibe la visita desde el más allá de un grupo de criaturas que parecen ser niños, mientras tanto su novio la acompañará en su tarea de hacerles frente; y por último, 10/31/98, tal vez la mejor trama de la antología. Relata la historia de un grupo de amigos que llega a una casa a festejar Halloween, encontrándose -a diferencia de lo que esperaban- con un extraño ritual donde se invocan fuerzas del más allá. El final es infartante.

Estamos ante una cinta innovadora dentro del género de terror de falso documental, el cual -a raíz de las pocas ideas emanadas de las grandes productoras- ya comienza a emanar un cierto olor a mortecina. Su mérito reside en la diversidad de historias, cada una narrada de manera creativa, cada una llevada a desarrollo de modo diferente a la otra en cuanto a forma y ejecución, con actuaciones creíbles por actores casi amateurs, y porque cumple con el difícil propósito de crear terror y suspenso con fórmulas ya conocidas.

Es 1915 y un chico con cara de pocos amigos es conducido por un grupo de policías a una lejana y fría isla noruega. Está allí para cumplir una condena por el asesinato de un militar. Pero no es una cárcel, es el temerario reformatorio de Bastøy, una fortaleza alejada de cualquier centro civilizado y dirigida con mano de hierro por parte de su director y sus estrictos docentes.

Una vez allí, el joven (Benjamín Helstad), cuyo nombre de pila es Erling y que es renombrado con el siniestro apelativo de C-19, se propone como único objetivo escapar. Mientras consigue su meta experimentará las duras condiciones del reformatorio, las tensiones con sus violentos compañeros y la violencia física y psicológica emanadas por las normas del centro correccional y en especial por las de su director, el sr. Bestyreren (interpretado por Stellan Skarsgård), que ve en él a una incorregible mente peligrosa.

Estos son los ingredientes con los cuales se desarrolla “La isla de los olvidados”. Una película que profundiza en las relaciones humanas en condiciones extremas y en el uso del poder y la violencia como herramienta de control y represión social.

La película no sobresale expresamente por la originalidad de su trama, la cual ya hemos visto en películas como “Ondskan (Evil)” de Mikael Håfström, no obstante gana puntos cuando se conoce que está basada en hechos históricos verídicos. Las actuaciones de sus protagonistas ayudan para que no sea otra película más en el amplio género de cárceles, reformatorios o colegios. En efecto, la presencia del siempre efectivo Stellan Skarsgård, los jóvenes protagonistas cumplen con la tarea y la excelente performance de Kristoffer Joner como docente represivo y pedófilo, ayudan a darle a “La isla de los olvidados” un estatus que difícilmente hubiera obtenido con un reparto más frágil.

Los exteriores y paisajes son de lo más sugestivo del drama. Una Noruega gélida, con sus nieves perpetúas, con sus lagos congelados que sirven de prisión y barrera natural para el que quiera escapar, sirven como marco para hacer del reformatorio Bastøy el lugar en el que no quisieras pasar tus cortas vacaciones.

Entre líneas el filme sabe poner a debate sí es el disciplinamiento correccional la forma más adecuada y efectiva de reinserción social. Para ello tiende en hacer hincapié en la relación causa y efecto entre las políticas correccionales de Bastøy, muchas veces permeadas por el abuso físico y sexual, y las consecuentes alteraciones sociales y emocionales de los jóvenes reclusos. No es casualidad que la parte final de la película -digno del mejor cine- reconstruya la manera en que los jóvenes conducen su ira hacía la figura de la autoridad, sentimiento derivado de las prácticas represivas a la que se vieron sometidos por años.

Tal vez pecando de más por el desarrollo de personajes un tanto estereotipados por el cine carcelario (el violento, el amigable, el cobarde, el guardia abusador, el director despótico, entre otros), y en lo predecible de la trama (el protagonista recién llegado que es resistido, violentado y que luego se hace amigo de todos), el filme logra sobrellevar el desenlace de la historia de forma entretenida y coherente, mostrándose como un filme que te puede entretener en una tarde de descanso.

La película comienza con un ritmo vertiginoso que pocas veces he visto en otra cinta. Te da la sensación de querer escapar junto al protagonista Valery Kabysh y su novia Vera, de Chernóbil, Ucrania, cuya central nuclear acaba de explotar, enviando a sus alrededores miles de millones de toneladas de dañina suciedad radioactiva.

Los primeros minutos se centran en sólo esa tarea, escapar. Hasta esta parte “Innocent saturday” funciona perfectamente, mostrando como la población estuvo al margen -de manera inocente- de los drásticos hechos que sucedían a pocos kilómetros de sus hogares, trabajos, bares y escuelas. En efecto, resulta impactante ver como el protagonista Valery, miembro del Partido Comunista y uno de los pocos conocedores de la tragedia, tiene que mantener un pacto de silencio (dictaminado por las directivas del mismo PC) para no divulgar lo que sucedía en torno a un desastre nuclear que segundo a segundo consumía la vida de los habitantes de la población, los cuales seguían llevando cotidianamente sus respectivas vidas.

El clímax de la película muestra la desesperación y la casi locura a la que llega Valery al ver frustrada su huida junto a Vera de la militarizada ciudad y por ende, la asimilación de su casi consecuente condena a muerte. Digamos que hasta esta parte la cinta entretiene al mostrar una visión innovadora sobre el mayor desastre nuclear de la historia. No obstante, lo que parecía una buena película dramática sobre un desastre como el de Chernóbil y la fuga por parte de sus protagonistas, da paso a un filme con tintes psicodélicos, que pierde su rumbo, que desfigura los objetivos vitales de sus protagonistas y que por ende, hace que uno como espectador también pierda esa conexión con la historia por la que se vio atrapado al inicio del filme, logrando que llegue el aburrimiento a nuestras retinas y que crezcan las ansias de verla finalizar.

¿Para qué gastar un poco más de la mitad del filme en escenas que poco o nada le ofrecen a la trama, como la escena del concierto? ¿Por qué no sacar mayor provecho a lo sucedido en el reactor nuclear? Bueno, esas son tal vez algunas preguntas que aún deben rondar la cabeza del director, el cual desaprovechó una grandiosa oportunidad para realizar un filme de grata recordación sobre este histórico suceso.

En cuanto a las actuaciones hay que decir que su protagonista, Anton Shagin, cumple a cabalidad su rol de persona desesperada, resignada y condenada a la radiación. Del mismo modo el excelente vestuario te transporta a la URSS de los años ochenta.

Ante la constante afluencia en las sales de cine de múltiples producciones de suspenso o thrillers que a esfuerzo de efectos visuales, rimbombantes repartos e intenso marketing pretenden dejar un buen sabor de boca en el paladar de los espectadores, al tiempo que buscan saciar sus arcas con cientos de millones de dólares, muchas veces logrando apenas el bostezo masivo en los auditorios o la detracción despiadada por parte de la crítica especializada y la no tan especializada, aparece una bocanada de aire fresco con “Retreat”, un sencillo, interesante y bien llevado a cabo thriller psicológico.

Esta es una película que (necesariamente) se soporta en las buenas actuaciones de Cillian Murphy y Thandie Newton como una mortificada pareja de esposos que se debate en un doloroso duelo emocional, y con la presencia de Jamie Bell como un neurótico y esquizofrénico militar. Y digo que necesariamente debido a que, durante sus 90 minutos de duración, la película ofrece pocas alternativas en cuanto a personajes y paisajes, manejando la sorpresiva presencia de sólo cuatro actores y teniendo como telón de fondo –únicamente- a una cabaña en una isla desierta. Pocos elementos con los cuales el director de la cinta, Carl Tibbetts, logra llenar la pantalla de una intensa atmosfera de suspenso.

El argumento presenta a una pareja de esposos, Murphy y Newton, que tras ir a purgar un duelo emocional a una lejana y desierta isla reciben una inesperada visita de un inestable militar, Bell, que afirma escapar de una peligrosa pandemia que devasta al planeta. Allí los tres quedarán aislados de cualquier contacto con la civilización, a merced de una posible pandemia y a la tiranía del extraño huésped.

La película logra desarrollar de buena manera el suspenso en torno a la figura de Bell y su secreto apocalíptico, aunado a la tensión existente entre la pareja de esposos, lo que sirve de colofón para crear un buen thriller psicológico y de suspenso. Los diálogos funcionan perfectamente y los personajes responden a las exigencias de la evolución de la trama. El suspenso responde en la medida en que no sabes si realmente están al margen de un acontecimiento apocalíptico, o sólo han sido presa del pánico producto de las habilidades del extraño militar.

Quizá su punto bajo reside en replicar un modelo tal vez un tanto reiterado en los thriller de suspenso. Es el de la mujer protagonista como objeto de deseo del antagonista, con la posterior confrontación que esta situación genera entre esposo (casi siempre cobarde) y el amenazante intruso.