Advierto que la película empezó gustándome gratamente. Todo iba sobre ruedas hasta que, más o menos a la mitad, empezó a torcerse y derivó en "españolada muy mejorable con pretensiones".
Y es que cuando nada encaja significa que el guión se les ha ido de las manos, han empezado a meter la tijera en las escenas y al final queda un churro manifiesto.
Así, se lía la relación del dueño del bar con el tendero, no se entiende muy bien la afinidad que le entra a Resines con la hermana del muerto o la confianza del compañero de la policía que no detiene al presunto culpable.
Las actuaciones, en general, están muy bien, aunque se nota que falta una decidida dirección en determinados diálogos y en la resolución de algunas escenas.
Y el final, es de pardillos. Aún así creo que se merece la puntuación que le doy porque hay que animar al cine español.

La película es caótica, chillona, sincopada, absurda.
La verdad es que la dejé de ver a la media hora de comenzar la película, luego regresé a ella y reafirmé mi sensación. Es una película para jóvenes raperos con ganas de fastidiar la marrana, pero poco más. En pocas palabras, un bodrio.

Esta película, superado por fin su pase por RTVE para poder llevarla a los circuitos comerciales, tras la censura a la que la sometió la anterior dirección del Ente Público, es un magnífico ejemplo del cine que se podía haber hecho hace años y que no se hizo, contar el inicio del golpe de Estado desde el punto de vista de los golpistas y su preparación casi amateur por el General Mola enviado a Navarra por el Gobierno de la II República española.
Muy bien dirigida por Pedro Olea e interpretada comedidamente por Manuel Morón y Silvia Marsó en los papeles principales, con un Alex Angulo que borda su personaje, merece la pena ser vista para ampliar la perspectiva que se pueda tener de la contienda y para admirar un cine español que se echaba en falta.