Se dice que once buenos jugadores de fútbol no hacen de por si un buen equipo y haciendo una analogía con el cine, un completo elenco de buenos actores cómicos no hacen de por si una buena comedia.

José Luís Cuerda se despacha en un intento de descollar haciendo lo que teóricamente es una comedia subrealista y no deja de ser un auténtico esperpento, una estepa humorística cargada de diálogos absurdos y de escenas sin ningún sentido en las que el humor ni está ni se le espera.

Tamaño bodrio cinematográfico no ayuda en absoluto a que los españoles nos decantemos por ver mas cine español, la tenencia de un plató de cine, y el contar con una enorme cantidad de actores, de medios técnicos y de una subvención del Ministerio de Cultura no otorga el poder de llevar a las pantallas una auténtica pesadilla cinematográfica que atormente a la audiencia durante sus 106 minutos.

La nostalgia de recordar los pueblos de nuestro interior peninsular, ya que esta película se rodó en los alrededores del rio Mundo de Albacete, me ha hecho ser benévolo en la calificación de este film.

Tras cualquier guerra cruenta los ejércitos de ocupación emplean años en intentar reestablecer la normalidad entre la población ocupada, el déficit de trabajo y un exceso de tiempo libre suele ayudar a la confraternización entre unos y otros y muy especialmente entre los hombres del ejército y las mujeres civiles.

Billy Wilder, uno de los mejores directores de cine norteamericano de mediados del siglo XX, nos obsequia con una película entretenida y a la vez inteligente en la que toca todos los palos posibles de la situación de la post guerra en Berlín.

La excelente ambientación de una ciudad en ruinas, en enredo al que llevan las situaciones embarazosas, la estructuración del guion y de la presentación de la película junto con unos actores de primer nivel son muchos alicientes para sentarse a ver este film de 116 minutos.

Impecable como siempre Marlene Dietrich con una soltura ante la cámara digna de encomio y con una elegancia y aplomo en sus intervenciones tan apetecibles como el caviar del Volga. También más que reseñable el otro papel femenino con una Jean Arthur rubísima y guapísima que imprime fuerza en su mirada si la ocasión lo requiere o se transforma en un ángel sensual si la belleza femenina es el factor a resaltar.

La concupiscencia, la envidia, el odio, la inocencia, la perversidad, el amor y la bondad caminan de la mano desde que el hombre es hombre creando a diario una catarata de emociones que establecen vínculos, a veces provisionales y en otras ocasiones definitivos, entre los seres humanos que buscan su destino en la tierra sin una vereda sobre la que caminar.

Ingmar Bergman nos permite galopar a caballo a lomos de la historia sueca del siglo XVI, en una época en la que todo parecía ser mas genuino, en la que el sol brillaba con fuerza, la nieve caía del cielo mas blanca y la sangre de la muerte se deslizaba por el suelo por expreso deseo de quien impartía la justicia por su propia mano.

Un claro reflejo del comportamiento de los hombres a través de los siglos repitiendo una y otra vez los mismos errores, enfangándose en el mismo cieno, haciendo mortales las vidas entregadas por un ser infinito.

Todo el mundo tiene anhelos e ilusiones, especialmente en la época de juventud en la que el propio motor de la vida nos induce a buscar una posible media naranja, esa búsqueda puede ser mas o menos laboriosa con resultados mas o menos inciertos, en todo caso y a cualquier edad llena de ilusión el ver, al menos en la pantalla de un cine, que dos personas encajen como las piezas de un puzzle de manera casual e inmediata.

Richard Linklater posibilita este milagro acunado por el movimiento peculiar de un tren transfronterizo, tras la trinchera de la lectura de un libro de viaje cada protagonista escudriña de forma natural las posibilidades de contacto con una persona atractiva y próxima a su asiento.

Ese encuentro no es abrupto, atrevido ni rebuscado es simplemente natural como el movimiento de un girasol que ansía recibir los rayos del sol.

Una película sencilla por la simplicidad de su guion pero a la vez compleja por los sentimientos que expresan Ethan Hawke y Julie Delpy, dos actores como la copa de un pino que saben transmitir tanto con sus palabras como con sus expresiones corporales.

La Gran Depresión de los años 30 trajo miseria, dolor y sufrimiento a muchas familias especialmente en las zonas mineras e industrializadas de Inglaterra, la falta de trabajo y carencia de ingresos familiares provocó innumerables dramas sociales.

John Baxter nos hace ver las penurias vividas en esa época en blanco y negro, el color de la esperanza se disolvió sin remisión como un azucarillo en un café caliente por los desajustes económicos y sociales de esa época.

Los tiempos de crisis dan lugar a tensiones diversas y la cuerda inexorablemente se rompe por su parte mas débil, la de los trabajadores mas necesitados que solo tienen el recurso de su trabajo, mientras que las sogas de los que mas tienen solo han de apretar un poco más y esperar a que el miedo y la desesperación se alíen con sus objetivos, la consecución de mano de obra infra pagada.

Excelente Deborah Kerr en esta, una de sus primeras películas, elocuente ante la cámara con la decisión reflejada en sus palabras y una mirada dulce y cautivadora.