Las películas “de indios”, todo un referente en el siglo pasado, especialmente en los años 60 estaban marcadas por un surco único sembrado de tiros a discreción, innumerables gritos y alaridos y un sinfín de violencia y luchas continuas.

Scott Cooper nos presenta su propuesta, una opción mas humana y al tiempo más creíble, la violencia es innata en unos tiempos del lejano oeste en los que las ocupaciones de terrenos y toma de posesión de los mismos no se ejercía con el uso de la palabra y de las buenas formas sino más bien a tiro limpio, pese a todo, el film establece dos pilares básicos para la convivencia, el respeto y la empatía, respeto por todo ser humano solo por el hecho de serlo y empatía con el dolor ajeno, ese que rasga el interior de unos y que llega a conmover a otros.

Muy buen papel de Christian Bale, un actor de verdad, de los que nunca defraudan, capaz de asumir sus papeles hasta las últimas consecuencias, una película diferente en la que sobre preciosos valles, praderas y montañas vuelan las águilas de la libertad.

Ramas del mismo árbol pero con diferentes frutos, la misma genética y el mismo techo no parecen ser argumentos suficientes para tener mas similitudes, el cariño está siempre ahí tras las teclas de un piano que suena amable en un día de celebración, pero los pasos de cada una avanzan por veredas diferentes.

Woody Allen director y actor del film deja un poso de reflexión entre sus frases histriónicas que pretenden captar la atención del espectador, a alguien que sentado en la oscuridad intenta percibir las sensaciones y sentimientos de las vidas ajenas de tres hermanas.

Una película especialmente memorable por la excelente interpretación de un trio de actrices de primer nivel, Mia Farrow, Barbara Hershey y Dianne Wiest tres auténticas leonas capaces de devorar cualquier plató.

Para cualquier ser humano independientemente de su edad y condición, la belleza es una auténtica bomba que activa la espoleta del deseo, una mecha mas larga o mas corta que poco a poco va quemando todas las fantasías que se alinean en nuestra cabeza.

Laurence Olivier nos regala una película soberbia en la que él forma buena parte del regalo al ser director, productor y actor principal de la misma, una comedia entretenida en la que no se requieren múltiples escenarios ni reparto abundante de actores, tan solo una embajada y dos intérpretes como la copa de un pino, Laurence Olivier y Marilyn Monroe.

Dos nubes acostumbradas a vivir a diferentes alturas, una mas elevada, de alta alcurnia, hierática, clasista hasta la extenuación con una longeva tradición que riega sus venas y le afirma en sus ideas y otra nube mas baja, estratificada que ve con claridad el suelo y los que en el habitan, próxima y cercana para todos los mortales, y la unión de ambas consigue un efecto sorprendente, un estallido casi ciclónico de emociones que no dejan indiferente al espectador.

Marilyn es uno de esos mitos que se ganó su fama a pulso en vida y su recuerdo imborrable tras su controvertida y precipitada muerte, para muchos, encarna la belleza de una cara, facciones, ojos y figura perfecta y para algunos otros también representa una actriz sublime que sabía imprimir carácter a todo lo anterior, la sensibilidad, el trato cercano, la inteligencia y su capacidad interpretativa la acompañaron todos y cada uno de los días de su carrera cinematográfica.

La amistad trasciende de la muerte, el cariño, el recuerdo y las vivencias pasadas con un amigo fallecido dejan en nuestro corazón un sello de intemporalidad, una marca permanente grabada a fuego en nuestro interior a la que siempre podemos recurrir en momentos de nostalgia.

Nadie elegimos nuestra propia muerte pero si nuestros amigos, la amistad por afinidad, esa planta que siempre vemos crecer aunque en ocasiones se convierta en un cardo ponzoñoso y en otras llegue a secarse por falta de atención.

Chanya Button nos hace sentir como propia la historia de tres personas inseparables, un difunto que parece querer hablarnos desde el mas allá y dos chicas perdidas en sus vidas como dos bolas en una frenética máquina de pinball en la que aún partiendo de una recta de salida aceptable se ven irremisiblemente abocadas a los vaivenes de una vida difícil e incierta.

Una comedia demasiado trágica en la que un previsible desplazamiento por carretera se convierte en un viaje a lo mas profundo de nuestro interior.

Una pequeña isla del Pacífico en plena Segunda Guerra mundial y con los japoneses por enemigos no parece el mejor sitio del mundo para alojarse entre cocos y palmeras, el solo hecho de estar con alguien que no hable japonés sin duda puede considerarse un gran aliciente.

Ralph Nelson utiliza un precioso escenario natural de árboles frondosos y suaves playas de arena fina para representar con éxito esta comedia romántica en la que Cary Grant y Leslie Caron pasan a ser un estereotipo más de Adán y Eva, dos polos contrarios imantados que intentan mantener en la distancia su propia autonomía.

Un Cary Grant siempre convincente que pese a tener un aspecto dejado y tosco no deja de ser una ostra rugosa que guarda una enorme humanidad en su interior.

Una película sin otra pretensión que la de hacer pasar un rato agradable al espectador con múltiples situaciones simpáticas y totalmente desenfadadas.