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España España · El Puerto de Santa María
Críticas de Jesus Gonzalez
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Críticas 79
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
13 de octubre de 2016
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cáncer es uno de los errores más graves de la vida. Cuando se presenta, es capaz de arrebatarnos todo aquello que nos define como personas, zarandeándonos en la penumbra de la incertidumbre y el miedo, dejando en nuestras manos lo único que nos queda cuando nos desarman por completo: la verdad.

Como un arma de doble filo, la verdad puede acabar por completo con nosotros o ser nuestra única esperanza. La nueva película de Juan Antonio Bayona, Un Monstruo viene a verme (2016), intenta hablarnos sobre esa verdad, la misma que persigue al joven Connor (Lewis MacDougall) desde que su madre (Felicity Jones) adolece de cáncer.

Bayona muestra, con ritmo preciso y quizás demasiado despego, cómo la verdad de Connor le perturba puntualmente el sueño cada noche; le persigue hasta la escuela, donde soporta terribles abusos y una cobarde indiferencia; y le sigue acompañando en la frialdad de un hogar que se apaga poco a poco, donde la única evasión posible es la que ofrece un folio en blanco al servicio de la imaginación, mejor refugio que los brazos de un padre ausente (Toby Kebbell) y los de una abuela distante (Sigourney Weaver).

Es entonces, en medio de esa constante y calmada tempestad, cuando un Monstruo (Liam Neeson) viene a verle. Resulta disonante que las apariciones fantásticas del mismo traigan de la mano los mejores momentos de cine del director catalán, creando situaciones totalmente libres de trampas narrativas y trucos dramáticos. A cada visita del Monstruo le acompaña una historia rodada con una portentosa animación de preciosistas acuarelas, que pretenden ayudar a Connor a liberarse de la verdad que lo oprime desde dentro.

Una vez establecida la narrativa principal del relato, la trama entra en una repetición constante de situaciones que parecen buscar la deconstrucción emotiva del espectador ante el inevitable y de sobras anunciado final. Del dolor que acompaña a la injusta y progresiva pérdida de una madre surge una rabia desmedida que Connor canaliza destrozando el salón de su abuela, pero no hay catarsis posible en ese momento, ni en los que el niño habla con su padre sobre lo que pudo ser y no fue.

La catarsis estaba reservada para la cuarta historia, aquella que Connor debe contarle al Monstruo y que desvelará su más temida pesadilla, la verdad que lo acompaña, lo aflige y lo consume. Y es en ese mismo instante de revelación cuando de la rabia surge un nuevo sentimiento y el film entero se estremece con el poder balsámico que llega a contener la escena. Lástima que todo se desvanezca con la cascada de lágrimas que prosigue, aderezada en su justa medida con los tristes acordes de la música de Fernando Velázquez, mientras la verdad se esfuma junto a la victoria de la enfermedad que la trajo.

Quiero cerrar el texto con una aclaración personal: aunque la película me emocionó en determinados momentos (está muy bien construida para ello) no derramé una lágrima por ella. [SPOILERS A PARTIR DE AQUÍ]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jesus Gonzalez
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7
1 de octubre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces se hace necesario dar dos pasos hacia atrás para observar con claridad el presente. Alberto Rodríguez está haciendo más por la culturización de la juventud en la historia reciente de España que cualquier ministerio de educación que se preste. Aunque, como todo buen narrador de historias, se deje llevar por la irresistible tentación de ficcionar determinados hechos para transformar, mediante el lenguaje audiovisual, la clase de historia en un cautivador thriller que atraiga a la mayor cantidad de público posible.

En “El Hombre de las Mil Caras”, basada en el libro homónimo de Manuel Cerdán, se narra la increíble historia real que Francisco Paesa (Eduard Fernández) protagonizó en los años 90, engañando a todo el estado a través del inverosímil caso de corrupción que llevó a Luis Roldán (Carlos Santos) a huir de España y convertirse en el prófugo más buscado de la historia de nuestra democracia. Desde el principio se nos advierte: “Esta es la historia de un mentiroso”, y es que nadie, ni el propio Rodríguez, podrá llegar a definir con precisión a Paesa como persona, quizás sí como personaje, vistiendo una de sus múltiples e impenetrables máscaras, esas que tanto le gusta usar, como buen espía, para ocultar sus más profundos secretos y ambiciones, disfrazando así la abstracta realidad de su enigmática y magnética figura.

El estilo narrativo que adopta Rodríguez, algo apartado de lo visto anteriormente en “Grupo 7” (2012) y “La Isla Mínima” (2014), se aferra a ciertos elementos expositivos para condensar una historia inabarcable en sus múltiples e intrincados senderos, utilizando al personaje de José Coronado para añadir una voz en off que, en ocasiones, hace un vago favor a la frescura de la película; todo lo contrario a lo que sucede con la ingeniosa inclusión de imágenes reales de los informativos de la época, que aportan solidez y credibilidad a un relato rico en enredos y falsas apariencias. A todo aquél que haya visto la serie “Narcos” (2015) le sonará mucho todo lo que digo.

Con todo ello, la película posee un subtexto lo suficientemente rico como para recordar a todos aquellos lectores del ya extinto Diario 16, que seguimos viviendo en una realidad calcada a la de hace dos décadas, marcada todavía por el horror que causó ETA y la brutal respuesta de los GAL; por los estrafalarios y sonrojantes casos de corrupción política, tan bien documentados por los medios de comunicación y tan mal llevados por los sistemas de justicia; y por la actuación de unos desconocidos espías españoles que, aunque fuesen más de chequera, también llevaban pistola. Una realidad que seguimos siendo incapaces de cambiar. Será por eso de que en España, los que viven son españoles.
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Jesus Gonzalez
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3
19 de septiembre de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el mundo de la comedia romántica, el personaje de Bridget Jones es la reina “British” de la torpeza y el infortunio; del fracaso romántico y el playback dramático de "All By Myself". Pero también es estandarte de la mujer moderna (su trilogía engloba ese amasijo de años que conforman los 2000 hasta la actualidad) como protagonista real de la comedia, como artífice de carcajadas y blanco de ellas al mismo tiempo, siempre dueña de sus decisiones y libre de las ataduras que suelen ejercer los tópicos del género. O al menos lo era hasta ahora.

Con el estreno de Bridget Jones’ Baby, Sharon Maguire vuelve a retomar, tras 12 años de interludio, las andaduras de una Bridget Jones (Renée Zellweger) que ha alcanzado ya la cuarentena (y también su peso ideal), pero que continua celebrando cumpleaños en la apacible soledad que conlleva la soltería, aunque esta vez haya cambiado la balada romántica de Céline Dion por el rap marchoso de "House of Pain".

A pesar de este fútil atisbo de cambio de actitud inicial, la narrativa de Bridget Jones vuelve a girar en torno al embrollo amoroso triangular, esta vez fruto de los encuentros sexuales que nuestra protagonista tiene con Jack (Patrick Dempsey) y Mark (Colin Firth), ambos atractivos, ricos, inteligentes y buenos en la cama (sic). Como un capítulo de relleno de una sitcom cualquiera norteamericana, el verdadero enredo argumental emerge cuando Bridget se entera de que está embarazada y no sabe cuál de los dos apuestos pretendientes puede ser el padre.

Aun reconociendo lo simpático de la mayoría de situaciones que prosiguen (sobre todo las protagonizadas por una mordaz Emma Thompson), la simpleza con la que ambos personajes obtienen el derecho a reclamar el corazón de Bridget y, al mismo tiempo, la paternidad del bebé, echa por tierra todo intento de mandar un mensaje sobre la valentía necesaria para acometer las dificultades propias a las que puede enfrentarse una madre soltera aún en la actualidad. Por si fuera poco, la aparición de ciertas subtramas paródicas, toscas en su montaje y algo desafortunadas en su definición, sobre unos hípsters que asaltan el lugar de trabajo de Bridget y unas feministas de Europa del este a las que defiende como abogado Mark Darcy, me desconciertan hasta tal punto que consiguen sacarme de la película.

La desilusión va creciendo hasta llegar al clímax final, tan idílico, redondo y meloso que llega a romper ciertas normas básicas del universo al que pertenece Bridget Jones, quien pasa del "Fuck you" de Lily Allen al "We are Family" de "Sister Sledge" con una facilidad indigna de todo lo que representa (u otrora aparentaba representar) su personaje.
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Jesus Gonzalez
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8
12 de septiembre de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Yo cojo una escopeta y lo mato”. En España, país de dualidades, de hermanos enfrentados y de pasiones desatadas, la ira es algo común. En algunos bares hasta se sirve al gusto del consumidor: la tienes caliente, de la que explota en cuestión de segundos por una mala partida de cartas; y la tienes fría, de la que te va llenando por dentro, gota a gota, hasta colmar los sentidos de rabia. Raúl Arévalo ha rodado una película sobre la España negra, con todo su folclore, su pringue y su macabra concepción de la cultura de la muerte, siempre presente en el ambiente, conformando una ópera prima de la que presumirá orgulloso como futuro exponente del género y como una de las mejores obras de un autor novel en nuestro país, quizás desde La Noche de los Girasoles (2006), de Jorge Sánchez-Cabezudo.

El actor y aspirante a director se atreve a comenzar su película con un plano secuencia en el interior de un coche, rodado con el pulso necesario como para agarrar al espectador del cuello y no volver a soltarlo hasta el final. Es una secuencia que muestra lo nefasto que resulta el atraco a una joyería, suceso que encenderá la mecha de toda la violencia descarnada a la que asistiremos después, tras una serie de capítulos que amenizan el montaje y presentan a los protagonistas de la historia y el contexto que los envuelve. Contar más del argumento sería tan cruel como la naturaleza de los acontecimientos que se suceden.

La película aprovecha las limitaciones de ser rodada en formato Súper-16, característico de estudiantes y películas caseras, para mostrarse llena de ruido y suciedad, con la cámara siempre pegada a la nuca o al rostro honesto de los personajes, consiguiendo transmitir, sin obstáculos de por medio, la tremenda carga dramática que arrastra cada uno de ellos; los fogosos arrebatos de violencia que los poseen; y el reguero de sangre y sentimientos que derraman por el camino.

Si algo funciona formidablemente bien en la película de Arévalo, además de sus personajes (Antonio de la Torre, Luis Callejo, Ruth Díaz, Manolo Solo…todos merecen una crítica aparte) y su narrativa seca y tortuosa, es la catarsis. Mostrar a un hombre destrozado por el dolor y cercenado por el paso maligno del tiempo, abandonado a la culminación de la más fría de las venganzas, y conseguir que el espectador se remueva en su asiento, lleno de contradicción y emociones primitivas, mientras asiste a las consecuencias de que se haga demasiado Tarde para la Ira.
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Jesus Gonzalez
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7
6 de septiembre de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni el silencio, ni la oscuridad, ni ninguna bestia animal. No hay nada más terrorífico que un hombre consciente de la no existencia de Dios. Fede Álvarez cambia los demonios sanguinolentos de Evil Dead (2013) por aquellos que habitan nuestras casas acomodados bajo la cama; tras los espejos; y al fondo de los armarios, aullando hambrientos a la soledad que alimenta su poder y acechando a todo aquel que desconozca su presencia.

En No Respires (2016) no hay habitación del pánico que valga. Como una imagen contrapuesta de la genial cinta de David Fincher (2007), la película también relata la invasión de una casa ajena, aunque esta vez desde el punto de vista de los asaltantes, tres jóvenes (Dylan Minnette, Jane Levy y Daniel Zovatto) cuya respuesta al desencanto social en el que se ven atrapados explota violentamente en asaltos a diversos hogares, con la esperanza de reunir lo suficiente como para escapar de la monotonía y la escasez.

El primer plano que captura Álvarez, en virtuoso travelling aéreo, corresponde a la decadente ciudad de Detroit, abandonada de oportunidades y sepultada en vida por las deudas. El picado que realiza la cámara continúa hasta descubrir el horror que recorrerá, en un futuro próximo, sus fantasmales calles. No solo entramos rápido en contexto, también la semilla de la intriga, el germen que desatará posteriormente el terror, está plantada en el espectador a través de una excelente prolepsis. Así, desde el inicio, descubrimos que el relato del uruguayo va a destacar por su economía narrativa y la escasez de diálogo, aunque no por ello su guion deba considerarse simple, puesto que la narración, puramente visual, cargada de estilo y técnicas como la que abren el film, deja paso a toda clase de sorpresas, algo intrincadas, pero correctamente tejidas y rematadas.

Si la maravillosa It Follows (2014) obligaba al espectador a observar con detenimiento el espacio visual que encerraba la cámara de David Robert Mitchell, aquí ocurre algo parecido con el sonido. Y es que en los espeluznantes silencios que se producen en No Respires, hay terror del bueno, ese que surge de la tensión narrativa bien administrada y que se focaliza en una figura invencible, sobrecogedora y aterradora. Stephen Lang da vida a un hombre que quedó ciego sirviendo a su país, con un pasado roto en mil pedazos por la pérdida y un presente trastornado por el dolor que dejó la misma. Un hombre que guarda insaciables demonios bajo la cama, tras el espejo y al fondo de su armario. Un hombre tan consciente de la no existencia de Dios como de tu agitada respiración en la más densa oscuridad de cualquier rincón de su casa.
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Jesus Gonzalez
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