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Críticas de AdolfoOrtega
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Críticas 140
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
7 de mayo de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La escafandra y la mariposa es un nombre hermoso para una hermosa película. Un título lleno de poesía, que anticipa y resume con belleza el espíritu del film con la compleja sencillez de un buen verso. La angustia de la incomunicación, la esperanza que nos eleva.

El director no sólo nos cuenta la experiencia de este triunfador, algo frívolo, que afronta las consecuencias de un accidente cardiovascular que transformará todos sus valores, sino que pretende hacerlo desde dentro de su escafandra, trasmitirnos cuáles son sus angustias y sus esperanzas. Nos hace compartir para ello durante los primeros cuarenta minutos no sólo el campo de visión del protagonista, sino también los sonidos que percibe y hasta sus pensamientos. A la vez que Jean Dominique acepta con dignidad sus circunstancias vitales, el director nos muestra por primera vez ese OJO hiperexpresivo, ventana y puerta de un rico mundo interior. Finalmente, se nos volverá a hacer sentir parte de la historia retomando el recurso de la cámara subjetiva. Se alternarán además diversas escenas simbólicas que en mi opinión sólo sirven para subrayar demasiado el mensaje.

Por otra parte, la historia es un relato vitalista, quizá demasiado simplista, en la que se nos presentan una serie de valores a los que anclarnos en cualquier circunstancia, los rasgos que nos dan nuestra dignidad como personas. Como dictaba Woody Allen a su magnetofón en Manhattan, cosas por las que merece la pena vivir:
Esperanza, Belleza, Amor, Humor, Palabra, Imaginación y Memoria. Aunque hay que saber cuidarlas, son valores intrínsecos a nuestra humanidad, aunque, paradójicamente se vean mejor con un sólo ojo. Cuando tenemos plenos todos nuestros sentidos, se ensombrecen por sucedáneos absurdos.
AdolfoOrtega
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9
3 de mayo de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El buen cine nos permite participar, como observadores desapegados, en distintas historias. Algunos directores han sabido colocar su cámara, manejar el montaje o desarrollar el guión de tal manera que nos han hecho sentir muy especialmente ese privilegio de sentirnos testigos excepcionales. Así, Spilberg con su cámara subjetiva nos invitó a sentir la guerra, en la primera línea de batalla en las playas de Normandía. Con Zinnemann asistimos con tensión difícil de controlar a la lucha de un hombre solo. Pero es en el tipo de películas como la que hoy nos ocupa donde esa sensación de convertirnos en voyeurs es más intensa. Películas en las que no se nos cuenta más que un bocado de la realidad, con personajes que no son distintos de lo que podemos ser cada uno de nosotros, donde no hay héroes, ni villanos, y que, sobre todo, nos permiten tener una visión excepcional de la cotidianidad, invitándonos a husmear en la vida de distintas gentes que, casualmente, comparten un mismo escenario. Películas que nos transforman por un momento en un fotógrafo impedido que espía a sus vecinos desde un caluroso apartamento, eso sí, sin que una bella modelo en elegante traje de seda nos sirva la cena. Películas como La Calle, Gran Hotel, Pulp Fiction o esta que nos ocupa, Mystery Train.

Se trata de una muy buena película, rica en matices, en la que tres historias a la postre entrelazadas se desarrollan en una Memphis ultradecadente. En ellas, Elvis Presley es factor común, ya sea como figura adorada por japoneses mitómanos, leyenda urbana que sirve de inspiración a timadores de poca monta o como alter ego de un infeliz macarrilla que reniega de el Rey sin renunciar a su tupé. Es en un infrahotel, donde las camas son catres y en vez de televisores hay posters de Elvis, en un hotel donde un botones uniformado que recibe una ciruela japonesa como propina es muestra de lo ridículo que es siempre el detalle fino en un ambiente cutre, donde confluyen finalmente los personajes. Y nosotros podemos atravesar las finísimas paredes de cada habitación para colmar nuestros deseos de mirones y tener así una visión privilegiada del asunto.

Podremos concluir finalmente, cuando abandonemos el mundo mágico del cine y volvamos a nuestra propia vida donde somos los únicos protagonistas, que sabemos realmente muy poco de lo que pasa a nuestro alrededor, de un mundo que aunque ha renunciado a la initimidad, sólo nos manda información superficial y sesgada, en forma de ruido.

Mystery Train nos regala durante más de hora y media el don de la multipresencia, el privilegio de escapar momentáneamente de los límites de espacio y tiempo, pero sólo para que cuando retomemos a nuestro día a día seamos más conscientes de nuestro aislamiento, de nuestra incomunicación y de nuestra visión totalmente parcial de la realidad, de un mundo que aunque con las paredes muy finas porque es exhibicionista, nunca colmará del todo nuestra necesidad de voyeurismo.
AdolfoOrtega
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6
1 de mayo de 2016
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estados Unidos ha sabido sustituir su ausencia de sustrato histórico con la explotación de su cine, ya no solo como manifestación artística, sino sobre todo como herramienta de propaganda y comunicación. Niños de todos los países de Europa hemos jugado durante sucesivas generaciones a indios y vaqueros, incorporando así a nuestro acerbo cultural, desde esa fragua donde se forja la personalidad que es la infancia, unos principios en principio tan alejados de nuestra tradición como los del confucionismo...no me imagino a mi hijo jugando a ser un Ulises huyendo de Polifemo.
Y esta película, Bullitt, refleja otro aspecto en el que a través de su cine Estados Unidos se ha adentrado en nuestro inconsciente colectivo. Esto es, utilizar el objetivo para presentarnos su escaso patrimonio artístico con tal encanto que llegue a modificar nuestros criterios estéticos. El cine americano ha logrado que nosotros, que tenemos en nuestra sangre los ocres de Altamira, que somos mudéjares, románicos y barrocos, veamos en las grises cuestas de San Francisco Belleza. Eso hace Bullitt, gracias, sobre todo, al magnetismo de otro producto del septimo arte, Steve McQueen y sus coches, icono universal igualmente exportado de Hollywood.
Por lo demás, la película carece de alicientes. Bullitt es McQueen pisando moqueta por las calles de San Francisco.
AdolfoOrtega
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9
1 de mayo de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Malas calles, una de las primeras obras de Scorsese, es una excelente película que me ha sorprendido muy gratamente. Adelanta lo que a mi entender será uno de los temas preferidos del archiconocido cineasta: el retrato de personajes que tratan de adaptarse a un entorno opresivo, a un ambiente que modula su comportamiento y condiciona su existencia. La evolución del individuo en una sociedad hostil.
En Malas calles, estos personajes son ricos, llenos de matices y presentan profundas relaciones entre ellos. Están perfectamente interpretados por unos actores que comienzan a forjar su leyenda. La película tiene por tanto el aliciente añadido de que nos permite asistir al alumbramiento de lo que serían posteriormente estrellas de cine, aunque en el caso de De Niro, quizá por no participar en proyectos adecuados, en un ocaso desagradable para los que lo admiramos en sus comienzos.
Pero, para mí, Malas Calles es sobre todo una historia de amistad, de inocencia perdida, de paso a la madurez, de un mundo que deja de ser controlable, de adultos que son como niños, que rezan a un Dios sencillo y cercano, que juegan en su barrio, pero que tendrán que afrontar que las peleas de patio de colegio se convertirán en persecuciones en coche, y las guerras con la basura en disparos a bocajarro. De niños que crecen en malas calles.
AdolfoOrtega
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8
26 de abril de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Humprey Bogart es un icono. Más allá incluso de ser uno de los grandes de la etapa dorada de Hollywood, junto a Cary Grant, James Steward, Spencer Tracy o Henry Fonda. Sin ser el mejor intérprete, Bogart es junto a John Wayne el privilegiado que en mi opinión más profundamente ha sabido grabar en el inconsciente colectivo su imagen y su propio nombre, convirtiéndose en sinónimo de CINE.
Y son personajes como este ex presidiario en busca de redención los que comenzaron a forjar su leyenda. Quizá podemos imaginar a Henry Fonda en este papel, trasmitiendo mayor vulnerabilidad, o incluso a un también genial Robert Mitchum...pero nadie como Bogart sería capaz de representar la integridad y la hombría no carente de sensibilidad: la reluciente armadura, la radiante luz.
Es cierto que la película no es redonda. Me resulta algo forzado el desarrollo de la relación del ex recluso con la pedantísima joven y con su no menos irritante abuelo. En contraposición, la historia de amor con Lupino es mucho más sutil y elegante.
Pero en su conjunto, El último refugio es una magnífica muestra de un cine sencillo en su forma y profundo en su fondo, una película que tras su disfrute nos invita a la reflexión sobre el significado de Libertad y sobre la posibilidad de Redención.
Mención aparte merece su director, Raoul Walsh, un genio a quien la Historia del Cine parece estar dando su merecido lugar de privilegio entre los más grandes. Aquí nos regala secuencias y planos soberbios, como el maravilloso plano picado que refleja la vulnerabilidad de Roy en la sierra. El director que dibujó la firmeza, fidelidad y desesperación con el desmayo de Olivia de Hallivan en Murieron con la botas puestas, el cineasta que nos legó un retrato de la ambición y la locura con Cagney gritando en la cima del mundo, nunca fue nominado a un Óscar. No sé si el bueno de Roy tiene posibilidad de redención, pero a la Academia de Cine Americano le costará mucho purgar esos pecados.
AdolfoOrtega
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