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Críticas de Ana Mayo
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Críticas 7
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
13 de junio de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Terrence Malick, todos lo sabemos, es muy particular. Days of Heaven (1978), su segundo largometraje, ya contiene los elementos representativos que se convertirán en eje de toda su filmografía.

¿Es el ser humano dueño de su destino o, al contrario, es víctima de las circunstancias? ¿Puede cada persona hacer uso de su libre albedrío? ¿Sería recomendable, o estrictamente necesario, conocer el fuero interno de nuestra voluntad para poder alcanzar eso que los filósofos denominan la ‘buena vida’? Estos y otros interrogantes se plantean en Days of Heaven, una obra de marcado carácter moral, donde los personajes (ya nos lo explica la narradora) no son del todo buenos ni del todo malos, sino que oscilan como un péndulo en busca de la buena suerte y la prosperidad (el caso de Bill, Abby y Linda), o de un amor que mitigue la soledad (el patrón).

Nuestra voluntad nos define, por actuación o por omisión, y cualquier acto que cometamos tendrá su consecuencia. Jean-Paul Sartre dijo que “estamos condenados a la libertad”. No creo que Bill y Abby midieran bien los efectos colaterales de su conducta, no creo que les moviera un afán de causar un daño irremediable; tan solo pretendían aprovechar la oportunidad que les brindaba la vida para alcanzar la ‘buena vida’. Avanzado el acontecer de la historia, podemos percibir en Abby los remordimientos de su conciencia, que se propone en lo sucesivo vivir de forma sencilla, procurando no causar daño al prójimo.

Terrence Malick homenajea a la América profunda, a su Texas natal, a la vasta naturaleza y la inmensa lámina de los campos de trigo. Days of Heaven transmite más de lo que, en apariencia, transmite.
Ana Mayo
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6
15 de mayo de 2020
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mayor atractivo de “Mujercitas” es que pone sobre la mesa un puñado de cuestiones sobre las que reflexionar y discutir. He tenido que ver más de una vez el film para que me guste un poco, para encontrar en ella un atisbo, un vislumbre, una pista, un porqué: ¿Por qué Greta Gerwig decide versionar un clásico entre los clásicos? Seguramente esta arriesgada propuesta de la directora sea una invitación al diálogo.

La película tiene un comienzo prometedor. Un personaje se encuentra inmóvil ante una puerta. Está a punto de entrar, pero espera varios segundos. Quizá sea la imagen más poderosa de toda la película. Abrir una puerta puede cambiar el rumbo de una vida. Sortear los obstáculos y adentrarse en un terreno hasta entonces vetado a las mujeres. Ahí reside la clave: las mujeres, la literatura, el arte y la peligrosidad. Vive peligrosamente quien se sale de las reglas establecidas. A lo largo de la historia esas normas han sido amplias y laxas para los hombres, quienes han podido permitirse casi todo tipo de conductas y oficios; para las mujeres, sin embargo, han sido estrictas: tenían restringido el acceso a la cultura. De ahí que algunas precursoras publicasen sus obras bajo pseudónimo. Es el caso por ejemplo de Aurore Dupin, cuyo nombre literario fue George Sand, y animaba a sus amigos: “¡Seamos artistas!”. Y el caso, por supuesto, de la misma Louisa May Alcott, que antes de publicar “Mujercitas” firmó con pseudónimo gran parte de sus obras.

¡Seamos artistas, pues! Tres de las hermanas March exponen sus inquietudes artísticas. Asistimos a una serie de cuestiones que preocupan a las protagonistas: a qué mujeres dejan entrar en el club de los genios; quién decide ‘quién’ es un genio. Y el eterno dilema: tener talento o convertirse en un ornamento de la sociedad.

Como propuesta renovadora y feminista, el trabajo de Gerwig resulta interesante. Pero, a mi parecer, la cinta adolece de ciertos puntos débiles. Son frecuentes los saltos temporales, abusivas concatenaciones de pasado y presente. Entiendo que es un recurso narrativo para agilizar y poder abarcar tantos acontecimientos. Recordemos que la película se basa en dos novelas de Alcott: “Mujercitas” (1868), parcialmente autobiográfica, inspirada en su niñez junto a sus hermanas en Concord, Massachusetts; y “Aquellas mujercitas” (1869), que traslada a sus protagonistas a la edad adulta.

Aparte de las cuatro hermanas, hay otro personaje que aparece con frecuencia en ambas novelas. La propia Alcott lo describe así: “es el joven Laurie, dotado de intensa simpatía, vigoroso, alegre y algo travieso.” He de decir que no me convence en absoluto la elección del actor Timothée Chalamet para encarnar al carismático Laurie (en ese sentido, es difícil llegar a la maestría de Christian Bale, que interpretó al inolvidable personaje en 1994, bajo las órdenes de Gillian Armstrong). La misma sensación de interpretaciones planas o desdibujadas me transmite una pequeña parte del elenco. No es el caso de Meryl Streep, que realiza un trabajo correcto en su breve papel de la áspera tía March; ni tampoco el caso de Louis Garrel, con una solvente interpretación del profesor Bhaer. Por su parte, Saoirse Ronan, cuyo talento descubrimos en “Expiación, más allá de la pasión” (Joe Wright, 2007), consigue transmitir el torrente, la fuerza del carácter reivindicativo de la joven y vital Josephine. Como también lo lograron sus antecesoras: una encantadora Winona Ryder (Gillian Armstrong, 1994); una vigorosa June Allyson (Mervyn LeRoy, 1949); y una rotunda y formidable Katherine Hepburn (“Las cuatro hermanitas”, George Cukor, 1933).

En definitiva, Greta Gerwig ha filmado un trabajo arriesgado, donde se intuye la fiebre, la pasión intelectual y la proclamación de la igualdad de sexos, pero no resulta redondo en su totalidad.
Ana Mayo
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