Todo izquierdista europeo y latinoamericano, igual que todo liberal radical estadounidense, debe cumplir con el voto de visitar Cuba, la Meca del rojerío. Si encima logra ver y entrevistar a Fidel Alejandro Castro Ruz, es algo así como tocar la piedra de la Kaaba. Bien montado y profesionalmente hecho, el documental resulta insoportable por su babosería ante el dictador.
Fidel Alejandro Castro Ruz: hijo bastardo de un cacique rural, estudió con curas, pistolero en la Universidad de la Habana, cercano al Partido ortodoxo. Agente del bloque soviético desde finales de los 40. Megalómano, psicópata. Engañó a Cuba con una falsa revolución democrática que trajo el comunismo. Despreció a Jruschov por no arrasar USA con armas nucleares. Su legado es de pobreza y represión, y su única verdadera ideología, la adoración que siente por Fidel Alejandro Castro Ruz.

A la estrellita le entran ínfulas de artista, y hace una película de autor políticamente comprometida, con un esquemático mensaje de liberalismo izquierdista, al nivel de un tertuliano de María Teresa Campos. En blanco y negro, y con buenas caracterizaciones de actores teatrales, para tener una estética de arte y ensayo que la Academia de Hollywood se tome en serio. La peli logró que George Clooney, junto con Petit y Richard Florida se convirtiera en uno de los ideólogos de cabecera de ZP.

Película rutinaria y aburrida. Si no fuera por su campanudo reparto, parecería un telefilme. En los años 50, con la guerra fría, la caída de China, la guerra de Corea, y que la URSS consiguiera la bomba atómica, provocó una reacción anticomunista en la sociedad americana, lógica, si se mira objetivamente, de la que se aprovechó un demagogo como McCarthy para perseguir a la intelectualidad izquierdista, acusando a mucha gente de comunista con pruebas a menudo poco sólidas. Que se persigua a alguien por sus posiciones políticas en un país democrática está, evidentemente, muy mal, pero comparado con lo que tuvieron que soportar los disidentes, o sospechosos de serlo, en el telón de acero, el maccarthismo no fue nada. Una fiebre pasajera. En pocos años, los represaliados volvieron a trabajar en Hollywood, pero para la "memoria histórica" progre unas cosas cuentan más que otras.

Muy ambiciosa y muy, muy aburrida. Estéticamente autocomplaciente hasta la arcada. Los críticos progres vieron en ella una apología del zarismo, lo que no es del todo exacto. Es más bien una apología nacionalista rusa, donde todo lo nacional se reivindica, mezclándose Alejandro III con Stalin, la ortodoxia y el bolchevismo, Soljenitsin y Andropov. Es la ideología del putinismo, mezcla de la herencia soviética y los eslavófilos del siglo XIX. Fatalismo, culto al gobernante, adoración de lo propio hasta en sus aberraciones, y así.

Barack Obama, Sergio Berlusconi y Vladimir Putin en la cumbre del G 8 del año que viene. Ahora hablando "en serio", una muy buena película dentro de la peculiar concepción del western y el estilo barroco que puede resultar irritante que son la marca de fábrica de Sergio Leone. Efectista y entretenida, pese a su larga duración. Su argumento recuerda al de la película "La gran guerra" de Mario Monicelli.