Haz click aquí para copiar la URL
España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
10
Drama En el Japón de 1725, durante una época de paz, Isaburo, un samurái veterano, miembro de un clan local, lleva una vida apacible con su hijo y su esposa. Pero un día, su honor y sus principios morales entran en abierto conflicto con los de su clan. El enfrentamiento es inevitable y tendrá inesperadas consecuencias. (FILMAFFINITY)
29 de mayo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda obra maestra que se anota el legendario director japonés Masaki Kobayashi con un drama histórico ubicado en el Japón feudal del siglo XVIII, donde el abuso de poder del señor de un clan desemboca en una oda familiar bella y triste, un romance a contracorriente y un estallido de violencia al estilo chanbara que es una delicia para los sentidos, todo a través de un virtuoso espadachín, Isaburo Sasahara (Toshirō Mifune), padre de familia cuya intención es la felicidad de su hijo, su heredero Yogoro Sasahara (Go Kato) y el amor entre su esposa Ichi Sasahara (Yoko Tsukasa).

Masaki Kobayashi, uno de los más reconocidos directores nipones de todos los tiempos, cuyo estilo oscila entre los relatos épicos de Akira Kurosawa y las historias cotidianas de Kenji Mizoguchi, hace un drama familiar asentando en el carácter abusivo y tiránico de los señores feudales de la época, cuya situación política les permitía hacer y deshacer a su antojo sin tener en cuenta los sentimientos y, más importante, los derechos humanos fundamentales. El honor es un tema importante que se baraja habitualmente en este tipo de cine, sin ser esta la excepción, que se enmascara de manera sapientísima con los límites individuales y personales de acatar órdenes indiscriminadamente.

El drama es el género principal que emplea Kobayashi haciendo esta historia, con una fuerte presencia del romance, que se mantiene hasta el último arco argumental donde la calma que precede a la tormenta estalla, volcando sus últimos recursos en una acción rodada de manera impresionante cargada hasta los topes de sentimentalismo natural que asesta un espadazo directo al corazón del espectador.

Las interpretaciones son sobresalientes todas y cada una de ellas, aunque Toshirō Mifune, dos años después de romper su relación con Akira 'El Emperador' Kurosawa tras Barbarroja (1965), nos da una de sus mejores interpretaciones con un registro mucho más maduro que el empleado en sus películas de samuráis anteriores, deleitándonos con una representación del amor paterno-filial, de la importancia de la familia frente al estatus social, de la la serena compostura obcecada contra el abuso de poder, de la ruptura de personalidad desembocada por la opresión de sus superiores y la injusticia y de los nobles valores que representa la figura de un samurái. También nos encontramos un gran elenco que apoya la construcción psicológica, manejando los tiempos de forma impecable, del protagonista, compuesto principalmente por Go Kato, Yoko Tsukasa y otro legendario actor, también muy reconocido en el chanbara del s. XX: Tatsuya Nakadai como otro habilidoso espadachín y amigo de Isaburo, Tatewaki Asano, el cual dará el golpe de gracia para acabar de moldear al personaje de Toshirō Mifune.

Las maneras de Kobayashi detrás de las cámaras son inmaculadas, como ya he dicho, haciendo una narración perfecta basándose en el guión de Shinobu Hashimoto y Yasuhiko Takiguchi, el cual ya nos demostró en Harakiri (Seppuku) la capacidad que tiene para dominar el espacio y los tiempos, no solo usando analepsis narrativas, sino usando una dentro de otra sin que esto entorpezca en lo más mínimo el desarrollo de la historia, como es el caso de la explicación por parte de Yogoro a Isaburo los sentimientos de Ichi y, a través de Ichi, su pasado con el señor del clan Aizu Masakata Matsudaira (Tatsuo Matsumura). Los diálogos empleados son muy correctos y representantes de los sentimientos que embriagan a sus personajes, complementados de las excelentes interpretaciones, como la angustia y miedo provocados por un futuro dudoso, la humildad y sosiego frente a un presente agitado, y la convicción y firmeza moral debido a un pasado injusto.

La virtuosidad del director por transmitirnos de manera fluida la atmósfera que acoge la película está milimetrada, utilizando unos planos impresionantes cuando son aéreos (planos grúa) desde los cuales podemos observar todos los elementos de la escenografía, apabullándonos con unos decorados preciosos, no muy recargados y respaldados de una hermosa fotografía en blanco y negro de Kazuo Yamada, dándonos también la información necesaria para comprender la situación que se cierne sobre los personajes. Los planos simétricos también son habituales que, aparte de ser muy bonitos, muestran un control o equilibrio de ese punto del argumento, contrapuestos con planos torcidos representativos de la adversidad.

La música funciona las más veces de modo incidental, dando una ambientación precisa a través de música tradicional japonesa, y en otras ocasiones como sonido ambiente que ponen en alerta tanto a los personajes como al espectador, poseyendo una poderosa fuerza en la secuencia agudizada por la percusión de los tambores, recurso empleado en películas posteriores como El señor de los anillos: La comunidad del anillo (Peter Jackson, 2001). Pero lo que más sobresale en este aspecto son los silencios, que lejos de servir como pausas narrativas, engrandecen los sentimientos que manejan los personajes recargando el aura que poéticamente los envuelve con una certeza impresionante, intercedidos por una edición de sonido plausible que permite escuchar pequeños ruidos muy representativos como el viento o el movimiento de la maleza. Este procedimiento es el utilizado en el gran duelo final, un escena absolutamente memorable.

Su victoria en el festival de Venecia en 1967 sabe a poco con tal obra merecedora de toda clase de galardones, que ofrece una bravía meditación grávida de ética y moral, ofreciendo mucho lirismo en cada fotograma y personaje y brindándonos amor y sevicia equitativamente por los cuatro costados poniendo en jaque los códigos honoríficos mediante una denuncia a la autocracia y sus injusticias. Una atemporal obra maestra para todos los públicos.
Tiggy
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow