Me da la sensación de que este tipo de productos no le hacen mucho bien a la afición cinéfila, porque exigen bastante atención del espectador, como muchas de las obras maestras del cine, pero al final no ofrecen más que una puesta en escena espectacular, unas cuantas metáforas huecas y muchos (demasiados) efectos dramáticos vacíos. Desaniman al novato voluntarioso, que quiere huir de las aventurillas obvias y los dramas convencionales y percibir que es eso del gran séptimo arte, y, al mismo tiempo, son la excusa perfecta para el anti-intelectual que sostiene que toda abstracción y todo argumento que no sea facilón y evidente es necesariamente algo pretencioso y vacío.
En esta película, los personajes de Dafoe y Pattison permanecen durante todo el metraje encerrados y abocados a enfrentarse, enloquecerse y autodestruirse por motivos que a los guionistas les hubiera gustado saber retratar en alguna medida, pero que permanecen en el limbo de las obras soñadas y no realizadas.
Da la impresión de que muchos críticos y espectadores aplauden en muchas ocasiones el aroma a buena obra, el olor a profundidad inteligente y a rabiosa originalidad, sin pararse a pensar que ese olor puede ser parte del empaquetado comercial que una productora elige en determinadas ocasiones. Lo dice un fan de Willem Dafoe y de las buenas obras minimalistas y tortuosas, entre las que esta película pretende contarse.