Alguna vez he llegado a pensar que mis intereses en el cine se mueven a través de parámetros fijos: Cierto tipo de películas de temática concreta, donde me siento cómodo y me entretienen, como supongo, le sucede a la mayoría.

Mis gustos se deslizan en función de las emociones que provocan. Necesito ver argumentos y tramas que me agiten, de la manera que sea, independiente al género.
Visionando "El Último Cazador" me he dado cuenta que una película, en principio, sin mayor recorrido, según mi criterio por ausencia de complejidad, se transformó de pronto en un auténtico espectáculo de sensaciones, placeres y búsquedas al margen de lo que allí se relataba.
Y es en ese lugar donde se encuentra la indescifrable magia del cine, que sin pretenderlo consigue traspasar la barrera de las propias limitaciones.