Entretenido y llevadero engendro que plantea un futuro postapocalíptico en el que un ángel desciende de los cielos para salvar a una camarera que se ha quedado preñada y que alberga, en su vientre, al ELEGIDO.

¿Para qué? Pues para frenar a las criaturas del aver... no, eso no. Para frenar a los ángeles que ha enviado Dios a la Tierra para acabar con la raza humana, porque le hemos cabreado y no sabe cómo quitarnos del medio. Quizá no le quedaban puntos de magia para invocar tifones, tornados, terremotos, maremotos o erupciones volcánicas (bueno, sí, que se lo pregunten a los islandeses). El caso es que su ejército de ángeles, que además de tener dos alas metálicas tamaño XXL son capaces de poseer a la gente y convertirlos en una (mala) suerte de demonios con dientes puntiagudos, llegan aquí para tocarle los huevos a un grupito de gente corriente que hace su vida en un bareto de carretera que hace parecer discreta a La Teta Enroscada.

Una familia a la que se le jode el coche, una camarera, el dueño del local (Quaid), su hijo panoli (Black) y un afroamericano que dispara con la pistola de lado (Gibson) se verán respaldados por Michael/Miguel (Bettany), un ángel que se ha cortado las alas para pasar desapercibido pero que sin embargo va con una uzi en cada mano y posee una armería en su furgoneta. Él cree en la humanidad, así que se opone a su Dios y bla bla bla. Seguir desgranando la historia ideada por Peter Schink y Scott Stewart es tan ridículo como enfadarse después de ver Legión.

¿Te apetece ver ángeles portando ametralladoras automáticas? ¿Un grupito de gente que debe sobrevivir a una amenaza, al estilo La noche de los muertos vivientes, Asalto a la comisaría del distrito 13 o Feast? Adelante. Legión ofrece esto y más: ancianas que caminan por el techo, heladeros que corren sobre sus nudillos, el niño de El Resplandor cabreado porque se le ha pinchado la rueda del triciclo, acción de mercadillo y un epílogo que se ha visto tantas veces que el hecho de que sigan recurriendo a él ya se intuye como un intento de parodia.

Terriblemente divertida a pesar de que intenta ser una versión seria de Dogma de Kevin Smith; lo mejor que se puede decir de esta mierdaca de proporciones cósmicas es que hace que Constantine (Francis Lawrence, 2005) parezca un trabajo de Dreyer. Tiene mérito.