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Voto de Luis Ángel Lobato:
9
Drama. Romance Un escritor achaca su crisis de creatividad al ambiente en el que se mueve, la alta sociedad. Por esta razón decide transladarse junto con su esposa a su pueblo natal en Nueva Inglaterra. Su mujer decide regresar, poco después, a Nueva York, y él se enamora de una granjera, a la que convierte en heroína de su novela. Sin embargo, sus padres le obligan a contraer matrimonio, contra su voluntad, con otro hombre. (FILMAFFINITY)
10 de octubre de 2014
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las grandes obras maestras del drama romántico y social americano de los años treinta y una de las películas más desconocidas del maestro King Vidor.

En Noche nupcial (The Wedding Night), estrenada en 1935, el romanticismo de Vidor se abre paso con una limpidez absoluta. Al igual que en el caso de los geniales directores Frank Borzage o William Dieterle, Vidor nos muestra cómo el amor es una fuerza que, aunque haya una imposibilidad de culminación en su aspecto humano, pervive hasta después de la misma muerte. Los últimos y maravillosos planos nos lo plasman con meridiana claridad.

El desinterés a los lujos urbanos, la postura individualista y el rechazo a las brutales, machistas y clasistas costumbres ancestrales de las comunidades rurales por parte del protagonista (impresionante Gary Cooper), un escritor fracasado por imposiciones comerciales que se refugia en busca de paz en la soledad de los campos nevados y se enamora de una mujer desamparada (guapísima Anna Sten), precipita a los amantes a la tragedia. Tragedia que de alguna forma es redención pero, aunque el recuerdo de la amada permanezca en la memoria (la fuerza del amor anteriormente mencionada), los obstáculos sociales hacen que ese mundo sublime que se pretendía –ya queda lejos el ideal poético renacentista del desprecio de la corte y la alabanza de la aldea– sea destruido. Nuestro hombre volverá a triunfar como escritor en la ciudad, pero será un ser frustrado al que solo le quedará la presencia indeleble de aquel amor perdido.

Por otra parte, resulta magistral y esclarecedor –la impresionante fotografía Gregg Toland lo resalta sin estridencias– el contrapunto de las escenas cotidianas y amables –casi idílicas– en el interior de la casa, con el ímpetu y la dureza –aunque también con la belleza– de la naturaleza primigenia. La nieve funciona como fuerza purificadora y destructora; como un vislumbre del paraíso perdido y el rumor de la desolación que llegará.
En conclusión: una obra con todas las características temáticas y estilísticas de King Vidor, imprescindible y de absoluta modernidad, plagada de sensibilidad y de romanticismo --nos estremece como el poema "Oda a la inmortalidad", de William Wordsworth--, que todo el mundo debería disfrutar.
Luis Ángel Lobato
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