Como la mentira que se repite ad infinitum, así con el elogio; y nos encontramos demasiado a menudo con "obras maestras" que no son más que alabanzas sopladas de boca en boca y que van hinchando la valoración de un producto bueno, aunque no de tanta excelencia como nos quieren hacer creer. Mucho de esto tiene Roma, además de una magnífica estrategia comercial y de propaganda por parte de Netflix. La película de Alfonso Cuarón está bien, pero no hay que caer en la exageración, como si antes de ella no hubiera habido cine o lleváramos treinta años de producciones lamentables. Todo en su medida.

Las virtudes de Roma son muchas, cierto, y hay escenas de gran impacto técnico y estético, a qué negarlo. Pero para no hinchar más el globo, podríamos apuntar algunos defectos de los que nadie se hace eco y que, en mi opinión, defrauda a quien se acerca a esta cinta después de haber leído las elogiosas críticas que la tildan de única, irrepetible, portentosa, y no es para tanto.

· Blanco y negro. Vale, pero creo que nada añade y resta mucho el recurso archirepetido de que la nostalgia vive en un mundo gris.

· El retrato -más que historia-, vulgar y aburrido, decimonónico: la criada engañada y explotada, mártir y heroína, sumisa y bobalicona, y así.

· Las interpretaciones muy flojas, especialmente la de una protagonista muy anodina que no consigue casi nunca la empatía que el director pretende.

· Los diálogos endebles, sin enjundia y continuamente ininteligibles: qué sonido más sucio, más malo.

· La banda sonora. ¿Qué banda sonora?

· La originalidad escasa. Recuerda más de lo necesario al neorrealismo italiano.

Pero interesante, por supuesto.