Catherine Hardwicke nos cuenta, en su segunda película, la historia acerca de un grupo de chavales que se hicieron famosos en la segunda mitad de los setenta por su estilo y habilidad sobre un monopatín. Es un film que puede llegar a cansar a quienes no sean amantes del skateboard, ya que la mayoría del metraje supone un montón de acrobacias, bien en concurso, bien en la calle, bien en piscinas sin agua, muy bien coreografiadas, pero tan excesivas que dejan poco margen para lo demás. Hay un trasfondo que es la historia de unos jóvenes inadaptados que tratan de salir adelante haciendo lo que más les gusta, que en principio era el surf, pero que después se convirtió en el mundo del monopatín. Mientras se trataba de un estilo de vida, la cosa funcionaba bien, pero en el momento en que llegaron patrocinadores con dinero, la amistad entre los jóvenes protagonistas se fue diluyendo, en lo que supone la peor parte del relato, ya que está narrada conforme a una serie de tópicos excesivamente estereotipados. En cuanto a los actores, la única interpretación digna de mención es la de Rebecca De Mornay, encarnando a una madre que ha perdido casi por completo el rumbo de su vida. El resto del elenco muy flojito, de forma que lo único destacable es la aparición del gamberro de "Jackass" Johnny Knoxville. En definitiva, una película en la que guión e interpretación son lo de menos, ya que lo único que se pretende es mostrar un estilo de vida bastante bohemio y poco realista, que supuso una nueva visión para un deporte que no está muy extendido en nuestro país.