Sin lugar a dudas que el director mexicano ha realizado la película de su vida, en muchos aspectos. Probablemente la mejor de su no muy prolífica  (siete títulos en 35 años), exitosa y ecléctica carrera. Asume en este caso también la dirección de fotografía en blanco y negro con un resultado sobresaliente, al igual que una apuesta narrativa que compone un mural (abundancia de travellings y panorámicas) personal e histórico, en un ejercicio de estilo brillante en función de un punto de vista personal que impone cierta distancia e imparcialidad con lo narrado, como un voyeaur de la memoria.

Se toma su tiempo Cuaron en introducirnos en sus recuerdos, en el mundo de sus personajes, como si esa memoria necesitara enfocarse, centrarse, mientras que recorre espacios y objetos, en busca de aquellos que los habitan. Cuesta entrar.  La acumulación de detalles visuales va cimentando la palestra donde bregan los personajes con su existencia en una simbiosis donde la diferencia de clases es tan abrumadora como el "amor" que puedan llegar a sentir amos y criados cuando el tiempo y la vida los entrelazan. Las Cleo del mundo siempre  son "como si fueran de la familia". Pero no lo son. Son explotadas, cuando no, sufren los abusos de los hijos de los señores de la casa y generalmente arrinconadas o abandonadas a su suerte cuando la edad o las circunstancias las hacen menos útiles. Cuarón no aprovecha para contarnos esto aunque no fuera su caso, de hecho la película es un homenaje a su Cleo particular que aún vive y denota amor por ella, pero invita al espectador a que vea y saque conclusiones en un ejercicio de paralelismo vital que marca las terribles diferencias sociales.

Hay un trabajo de producción exquisito y monumental para reconstruir esa barriada mexicana (Roma) y ese México de principio de los 70. Sin sus Oscar por Gravity, Cuaron no habría conseguido la financiación necesaria de un Netflix necesitado de pedigrí autoral. A cambio Cuarón ve multiplicado las posibilidades de distribución de su obra, que muchos califican de maestra.

Preñada de simbolismos, de detalles premonitorios y de algunos subrayados  excesivamente evidentes (jarra rota) o innecesarios (pareja de estudiantes heridos en la revuelta), Cuarón y su protagonista (un hallazgo de casting la novel Yaltza Aparicio) van haciéndonos  partícipes de sus sentimientos y de aquello de lo que fueron testigos. No recuerdo una escena tan sobrecogedora como el alumbramiento de la hija de Cloe.  Entre los mundos del suelo plagado de cagadas del perro y del cielo surcado incesantemente por aviones de rumbos infinitos hay una distancia de años luz, un salto al hiperespacio. Y ya se sabe que no caben muchos en el Halcón Milenario.

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