Así inició sus andaduras en el cine uno de los genios de este arte, no por lo estético de él, sino por lo crudo. Y lo hizo, como no podía ser de otra forma, corto de recursos.
La historia es muy sencilla y no aspira sino a entretener, con un argumento de lo más típico: pareja de forajidos venidos a menos decide entrar en razón trabajando para explotadores de una mina (protegiendo el transporte del oro), les acompaña un joven estúpido que se enamora de la primera campesina que encuentra y ha de luchar por retenerla con su familia tanto biológica como política.

Pues con esta tontería, porque es lo que es, Peckinpah sale del paso haciéndola entretenida y de paso nos deja un regalito: sus personajes.
Algo huele a podrido desde el principio en Dinamarca, y es que los veteranos cowboys no lo son al uso, sino que se compungen ante la traición y no dudarán en usar la violencia gratuitamente.

Con el paso de los años nos acabó embaucando ese olor a podrido, y con razón.