No sé qué tipo de trauma les ha dado a los yanquis en hacer biopics de personajes de su cultura que poco o nada interesan al resto de la humanidad o, en su defecto, que a mí personalmente me parecen menos interesantes que la vida de Jesulín de Ubrique. Los estereotipos saltan desde el primer minuto de metraje y acaban con las letras de crédito, incluyendo padre autoritario y que rechaza a su hijo (imprescindible en la vida de cualquier aspirante a rebelde o ídolo), una primera mujer fría y avariciosa que no comprende al pobre Johnny, coqueteos con las drogas porque el pobre hombre tiene problemas (yo conozco a cientos de personas que también los tienen y no se lanzan a consumir estupefacientes a la primera de cambio), y una ristra de infidelidades “perdonables” (o así lo rueda el director) por lo mal que lo está pasando el chico, entre su mujer que quiere verlo entre gira y gira (vaya arpía) y la compañera de gira que no quiere romper su matrimonio. Luego toca capear el temporal de recaídas, enfrentamientos paterno-filiales, redención y blah, blah, blah, y así hasta las dos horas pasadas largas. Mejor habrían sacado un recopilatorio en DVD de los grandes éxitos de este fulano, y para los muy incondicionales la biografía reducida en edición de bolsillo con una gran nota en rojo en la portada que anunciase que la lectura de la obra puede causar somnolencia y advirtiendo de no leerlo en caso de trabajar con maquinaria pesada. En estos casos siempre me pregunto qué pasaría si el cine español rodara un biopic del “Dúo Dinámico”, las carcajadas llegarían hasta la luna. “Hola, soy Johnny Cash”, y yo digo: “¿Y a mí qué me cuentas, tostado?”.