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Voto de Melón tajá en mano:
8
Western En Texas, dos años antes de estallar la Guerra Civil Americana, King Schultz (Christoph Waltz), un cazarrecompensas alemán que sigue la pista a unos asesinos para cobrar por sus cabezas, le promete al esclavo negro Django (Jamie Foxx) dejarlo en libertad si le ayuda a atraparlos. Él acepta, pues luego quiere ir a buscar a su esposa Broomhilda (Kerry Washington), esclava en una plantación del terrateniente Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). (FILMAFFINITY) [+]
12 de enero de 2013
39 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si Tarantino tiene algún don, es el de la reanimación. El espectador puede entrar a la sala bajo de moral, ver cualquiera de sus películas y salir más enchufado que Pocholo en una barra libre.

Si Tarantino tiene alguna virtud, esa es la honestidad. Porque da lo que promete y siempre lo da todo. Sabe bien cuál es su papel y no juega a ser otra cosa que no sepa ser. No hay farsa, solo entusiasmo.

‘Django unchained’ no defrauda: hay acción, risas, ingenio, maldad, sangre fresca y numerosas secuencias brillantes. Todo ello envuelto con un exquisito gusto musical. En general: una muy buena película. En particular: una discreta película de Tarantino, el Tarantino de siempre, sí, pero no el mejor.

En muchos aspectos la nueva cinta no es tan nueva porque se asemeja demasiado a ‘Inglorious basterds’. El déjà vu se hace presente tanto en el personaje de un Christoph Waltz que camina a sus anchas (lo mejor de la película, junto a los breves Leonardo Di Caprio y Samuel L. Jackson) como en la trama, sus giros y el desenlace.

Visualmente continúa siendo fascinante, poderoso y devastador. Todos sabemos que Tarantino juega en otra división y él, que sabe que lo sabemos, tira de fórmula casera e infalible para entretenernos sin mesura. Lo que pasa en ‘Django unchained’ es que todo nos suena más familiar que de costumbre.

A Jamie Foxx le faltan carisma y anchuras en un papel protagonista cuyo conflicto da para más. El tramo final de la cinta resulta excesivo por estirado y previsible. Quentin se recrea en una historia que puede contarse con media hora menos, pero la duración es innegociable con un yonqui de la dirección.

El cinéfago por excelencia nos tiene demasiado bien acostumbrados y para una vez que pone el piloto automático, pretendemos ponernos tiquismiquis y exigirle algo tan inexigible e injusto como la brillantez eterna.

Un gran director es aquel que puede darse el lujo de versionarse a sí mismo para evitar el desastre. Tarantino reinterpretándose a sí mismo puede gustar menos, pero ese menos sigue siendo mucho. Y muy bueno.
Melón tajá en mano
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