Película que viene a ser una segunda parte blandita de la grandiosa "Braveheart", donde Angus MacFadyen 25 años después revive el papel de Robert The Bruce, rey de Escocia en el siglo XIV.

Con una lucha interna para su reconocimiento como rey, Bruce emprenderá un camino de aislamiento y dudas, ya que herido, con su ejército derrotado llegará a la cabaña de una familia compuesta por una mujer, sus dos sobrinos y su hijo.

Es esta una película de gran catadura moral, en la que Bruce se debate en qué decisión tomar, si seguir luchando por un puesto con el que soñaba, o si dejar que el mundo siga sin él. Formar parte de Escocia o no.

El siguiente nombre que cabe mencionar es el de Anna Hutchison (vista en "Spartacus: War of Damned" como Laeta, la noble romana de la que Espartaco se enamoraba) como el principal personaje que será el parámetro de choque para un rey sin trono. Ella traerá a la película la verdadera filosofía de vida.

Todo este despliegue psicológico sirve de poco, con una historia en la que William Wallace no aparece por lógica pero al que se echa de menos, en la que las batallas son representadas con una pobreza extrema, y el talento no aparece por parte de ningún actor ni de los de antes ni de los de ahora, para enseñarnos la moraleja en esta ocasión.

Como un cuento, su comienzo es prometedor, su nudo superable, pero su cambio ausente.

No existe un verdadero reto. Bruce no es Wallace, quien era la esencia misma de su rebeldía, la independencia de su país, la búsqueda de la capacidad para la libertad y la elección de gobernantes propios.
Bruce, obsesionado con Wallace, buscará y buscará, todo es una búsqueda.

¿Qué puedo decir?

Nada que no huela a spoiler, pero es una película con una visión pequeña, de concordia y un mensaje manido, sobrante de la gran mesa de Wallace.

Decepcionante.