Aranoa abogará por la regularización. Ojalá hubiese ido más allá en esta película, deprimente y sin calado, hacia la abolición de otra forma más de violencia y humillación de la mitad femenina de la humanidad (la mayúscula no ha lugar).

Que lo disfracen como quieran, eso sí, ya sea de princesas de barrio, de barra americana, de alto standing, de mafia y de trata, extorsión o chantaje, que no podrán seguir sosteniendo esa falsedad los y las proxenetas. La prostitución no es un mero acto a cambio de dinero como podría tratarse de cualquier otra transacción. Tampoco se ejerce por propia voluntad. Nadie prefiere ser puta a diputada. Sólo es sometimiento. No es una elección libre, en ningún caso. Es abuso, en desventaja, vejación y opresión.

Y aunque Fernando lo intenta mostrar, la historia de las princesas que nos presenta sólo es un ápice de la realidad, que, con el diálogo introspectivo de Candela Peña, -puta, pero con cierto margen decisorio- se recarga de tópicos y hasta resulta frívolo. Lo que esta película no necesita es una moraleja (la Candela), sino el puro hecho expuesto de la dominación sexual.

Mujeres forzadas, madres sin recursos, niñas en desamparo, excluidas sociales, heroinómanas. No hay libre decisión.

Emotiva interpretación de Candela Peña. Sin duda lo más valioso de la película. Se agradece el inento pero las princesas no sueñan.