Jamás olvidare aquella mirada. Los ojos del Nazareno –ligeramente cristalinos y de un vivo color zarco- tenían una virtud singular; parecían concentrar toda la fuerza del cosmos. Más que observar, traspasaba. Unas pestañas largas y tupidas le proporcionaban un especial atractivo. La frente, despejada, terminaba en unas cejas rectas y suficientemente separadas. No pestañeó. Su faz, apacible y tibiamente iluminada por el sol, infundía un extraño respeto.
Era sin duda un hombre blanco, de rostro alto y estrecho, propio de los pueblos caucásicos. El cabello lacio y de una tonalidad ligeramente acaramelada. Le caía sobre los hombros. Poco después al soltarse la banda de tela que llevaba sobre la frente, comprobé que se peinaba de raya en medio. Presentaba un bigote y una fina barba, partida en dos, de color oro viejo, similar a los cabellos. El bigote, aunque pronunciado, no llegaba a ocultar los labios relativamente finos. La nariz me desconcertó, era larga y ligeramente prominente.
Desde su entrada en la casa, Jesús no había dejado de sonreír mostrando una dentadura blanca e impecable. Los rayos del sol incidieron sobre su rostro y quede maravillado. El contraste con aquellas caras endurecidas, sembradas de arrugas y avejentadas de sus amigos y seguidores, era sencillamente sorprendente.
El maestro me dijo en griego al tiempo que depositaba una de sus manos sobre mis hombros…
-Sé bien venido.
El rabí volvió junto a la cisterna mientras sus amigos le contemplaban en mutismo total. Algunos de los discípulos rompieron por fin el silencio, y la preguntaron a Lázaro quien era yo.

Jasón recordó “Caballo de Troya”, y Karim la película de Zeffirelli.

*Memorias de dos cibernautas durante la "Operación Capricornio".