Es una pena que un director tan genial para contar historias y crear personajes memorables, venga con un patinazo de este calibre.

No voy a dejar de mencionar las cosas buenas del film: la primera mitad del mismo es una verdadera obra maestra del buen hacer con los actores, y del tempo acompasado a ritmo de pop, digno del mejor de los directores de videoclpis.

Sin embargo, cuando el filme llega poco después de su cenit a Tokyo, todas las expectativas que venía levantando hasta el momento se hunden irremisiblemente en un baño de sangre sin sentido. Y no estamos hablando aquí de sangre realista y sujeta a la historia, que tan hábilmente manejan directores como Mel Gibson (o como el propio Tarantino había venido haciendo hasta la fecha); no, aquí estamos hablando de auténticas fuentes rojas a toda presión, miembros volando y chillidos confusos es un extravagante puzzle gore de serie B.

Que además de soportar todo esto durante cerca de cuarenta minutos, la película llegue al final sin que nos hayan aclarado prácticamente en nada cómo empezó todo el asunto, ni de quiénes son los personajes protagonistas o cómo llegaron allí, insulta considerablemente al espectador (aunque, gracias a Dios, Tarantino consiguió reparar estas faltas en la secuela).

Todavía le doy el casi aprobado gracias, como digo, a esa primera mitad de película con un sobresaliente sentido de la filosofía oriental, un ritmo excelente, una banda sonora que forma un repertorio genial (aunque las 5, 6, 7, 8s ya se podrían haber quedado afónicas de niñas, habría dado lo mismo) y un revés en la última frase de la película que te deja sin respiración.