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El callejón de las almas perdidas

Cine negro. Intriga. Drama Un buscavidas manipulador (Bradley Cooper) se alía con una psiquiatra tan embaucadora como él (Cate Blanchett) para timar a los ricos de la sociedad neoyorquina de los años 40. Nueva adaptación de la novela de William Lindsay Gresham, llevado al cine con anterioridad por Edmund Goulding en 1947.
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Críticas 125
Críticas ordenadas por utilidad
31 de mayo de 2022
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A mi entender es una pelicula muy bien fotografiada, ambientada, con muy buenos movimientos de cámara, creadora de mundos, etc.etc., pero vacía y superficial, inverosímil a veces, con imágenes crudas y desagradables para saciar apetitos de gentes raritas.

Si después de media hora no engancha, no te atrapa porque no tiene ninguna magia que te conmueva, para qué esperar más? ; encima dura dos horas y pico.

Definitivamente el Sr. Del Toro no es mi director.
Marnie
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20 de enero de 2022
16 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué realizar en la actualidad una nueva adaptación de la excelente novela El callejón de las almas perdidas, de William Lindsey Graham, publicada en 1946, y que fue adaptada al cine un año después, en la espléndida producción dirigida por Edmund Goulding? Es una obra que, en su momento, reflejaba las turbias aguas de la sociedad estadounidense de la posguerra. Del mismo modo que Spielberg se planteó realizar una nueva versión de West side story para reflejar una circunstancia social, la agudización del conflicto étnico, quizá esta obra también refleje las turbiedades manifiestas que han prevalecido durante el mandato de Donald Trump, emblema de ese capitalismo que es capaz de realizar cualquier truco de prestidigitación que sirva de arma persuasiva para extraer beneficios a costa de cualquiera. En apariencia, El callejón de las almas perdidas (2021), de Guillermo Del Toro, parece desmarcarse de la línea predominante de producción cinematográfica estadounidense (aunque no televisiva). Quizá haya sido factible por la posición privilegiada en la industria del cineasta mejicano Guillermo del Toro, cuya obra precedente, La forma del agua (2017), había triunfado en los premios de la industria estadounidense, los Oscar. Por otro lado, ¿Es una obra que se ajusta a las señas caracterizadoras con las que se identifica a Del Toro? Quizá en cierto grado desconcierte como ocurrió con Mank de David Fincher, como si se consideraran más bien esfuerzos para apuntalar un prestigio más allá del éxito, o meros caprichos de fetichismo cinéfilo. A la salida del cine, escuchaba a un par de críticos que parecían esforzarse en rastrear qué es lo que podía haber seducido del proyecto al cineasta mexicano. Quizá sus periféricos vínculos con el cine negro, quizá la ambientación en una feria de atracciones. Se podría tomar otra dirección de rastreo o acceso especular. En su anterior obra, La forma del agua, enfocaba, de forma metafórica, en la categorización y estigmatización del diferente u otro; diferente con respecto a quien se considera normal o detentador del relato que tipifica qué es normal y qué es anómalo, sea porque pertenece a otra especie (además anómala por desconocida) u a otra etnia (los negros a los que un camarero no permite entrar en su bar), o porque es homosexual. La mudez también convertía a la protagonista en otro tipo de ser defectuoso. La ambientación en los años en los que la tensión entre Guerra Fría entre los bloques se encontraba en una de sus etapas más críticas remarcaba ese cuestionamiento de la tendencia humana a fundar la relación en hostiles confrontaciones (la necesidad de un rival o de quien denominar monstruo) en vez de en la conciliación que no estable fronteras de ningún tipo (como representa la relación de la protagonista muda con esa anómala criatura anfibia)

En El callejón de las almas perdidas esa tendencia a estructurar la relación con la realidad en categorías se centra en la piramidal o vertical de las posiciones sociales. También se fundamenta en extremos. Quien está en la base, como un desecho social, es un engendro, que sirve incluso como atracción de fiera. Quien está en lo alto, por herencia o por su capacidad de maniobra, en la que la falta de escrúpulos es crucial, dispone del control de los acontecimientos ( y de las vidas ajenas). Por eso, resulta sugerente la ocurrencia de usar como punto de vista a una figura que realiza ese asalto a las cúpulas de las posiciones privilegiadas, como eficiente arribista, desde el escalafón más bajo, gracias a sus dotes de observación. La primera secuencia define mediante la insinuación. Stan (Bradley Cooper), quema el interior de un hogar que parece desvencijado. Es una figura en sombras. No dejará de ser una sombra por mucho que se esfuerce en dotarse de luz como figura de centro de escenario. En el exterior, es una figura en un extenso campo en el que resalta, al fondo, la casa en llamas. Una figura mínima en un espacio que se esforzará en ser figura sobresaliente que controle el escenario social. Pero no cuenta con la capacidad de maniobra, o el retorcimiento más eficiente, de otros (contendientes escénicos), ni con el azar, ni con su propia condición falible (por forzar demasiado la cuerda de la suficiencia). Las secuencias posteriores, excelentes, se hilan, precisamente, a través de la mirada, u observación, de Stan. Viaja en tren, desciende en una estación, en donde se fija en un enano que se dirige hacia una feria. Durante las posteriores secuencias, ya en el recinto ferial, no dice palabra alguna. Cuando diga sus primeras palabras estarán relacionadas con un personaje que representa lo contrario de lo que quiere ser, aquel al que llaman el engendro, y que es utilizado por el director de la feria, Clem Hoately (Willem Dafoe), como si fuera el extremo de degradación en el que puede convertirse un ser humano, una figura desaliñada y mugrienta, que se asemeja más a una bestia, que es capaz de morder el cuello de una gallina viva. Stan no solo se adapta a ese escenario social en el que, en principio, es una figura periférica, y un mero subordinado, sino que con su habil capacidad de observación y maniobra es capaz de utilizar convenientemente a quienes le pueden suministrar los necesarios conocimientos para perfilar su persona escénica, con la que asaltar un escenario social más amplio que pueda propiciar más beneficios. ¿Por qué restringirse el recinto ferial si puede infilitrarse en los ambientes de clase privilegiada con sus números de adivinación mental en locales nocturnos urbanos?.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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13 de marzo de 2022
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una trama insustancial que enreda anodinamente entre superficialidad y capas de violencia en su excesivo último tercio, para nunca llegar a participar de su misterio. La necesidad del ser humano por la añoranza hacen del libreto un juego de egoísmo y mentiras, donde Bradley Cooper sobresale por encima del resto sin esforzarse. Mucho expectación para alto tan plano. Destacar su fotografía. El film no tiene el alma necesaria para transportarte a la historia.
Loppez tomatoes
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23 de enero de 2022
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salgo del cine y no sé exactamente si me ha gustado o no.
Los actores lo hacen genial, la escenografía resulta colorida y la historia no está mal.
Pero es una historia real y de Guillermo del Toro yo me esperaba un monstruo, o algo fantástico.
Previsible todo lo que ocurre y ningún giro de guión.
Lo mejor de la película es Cate Blanchett enigmática, seductora y a veces me recuerda a una mujer de un comic
Lo peor: el tiempo, se podría haber contado todo en menos tiempo
jesusmatron
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3 de abril de 2022
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Guillermo del Toro hace tiempo que abandonó el camino del cine de autor y de calidad para dejarse llevar por el sendero más cómodo, caliente y mejor remunerado del cine netamente comercial, bueno, porque su presencia final es buena y hay calidad en el producto (nunca mejor dicho) que ofrece, pero tan palomitero como el malo.

Desde que nos despertó la curiosidad por aquel (entonces todavía) cineasta inclasificable que mezclaba fantástico con memoria histórica en “El espinazo del diablo” y nos encandiló como pocos para siempre con su obra maestra definitiva, “El laberinto del fauno”, hasta este Guillermo del Toro de “La cumbre escarlata”, “La forma del agua” o “El callejón de las almas perdidas”, hay un abismo demasiado amplio que no ha sido capaz de saltar y ha terminado siendo una sombra de lo que era.

A “El callejón de las almas perdidas” le pasa lo mismo que a “La forma del agua”, adolece de exactamente las mismas carencias y demuestra idénticas virtudes formales. Son almas gemelas, por desgracia. Un virtuosismo visual, un barroquismo en la puesta en escena, una capacidad apabullante de crear bellísimas imágenes, todo ello siempre al servicio de guiones blandos, previsibles (he llegado a adivinar, no sólo situaciones, sino incluso frases de diálogos mientras la veía, e incluso su final, que resulta lo peor), rutinarios, comerciales, sin alma, meramente funcionales, más de lo mismo una y otra vez.

En el caso de esta cinta, acaba resultando aún más triste: porque tanto alarde de producción, tal derroche presupuestario, tal genialidad en la caligrafía visual, para una historia que sólo logra hacerte añorar durante su visionado a la gran serie de HBO “Carnivàle” en su primera mitad, con algunos ecos expresos de “El hombre elefante” de David Lynch, para ir desbarrando en una segunda parte muchísimo menos interesante hacia los trillados caminos del thriller de estafadores, tantas veces visto y tantas por ver aún.

No entiendo cómo la capacidad innata de Guillermo del Toro, el alarde de producción de su diseño, la pléyade actores y actrices de primer nivel que abarrotan el objetivo virtuoso de la cámara… se acaban utilizando para contar lo de siempre y como siempre. Por cierto, otro error de bulto supone el hecho de que el protagonista absoluto de la película, Bradley Cooper, no sea ni de lejos quien destaque en esta cinta ante interpretaciones netamente superiores a éste, como las de las diosas Cate Blanchett y Rooney Mara (verlas de nuevo juntas me ha hecho suspirar en sesión continua por cine de verdad como “Carol” de Todd Haynes). Quedan enormemente desaprovechados grandes secundarios de la cinta como Toni Collette, Willem Dafoe o David Strathairn, ni más ni menos. Un auténtico desperdicio de talento.

Cuando además te enteras que estamos ante la segunda adaptación a la gran pantalla de la novela de William Lindsay Gresham, te preguntas que necesidad había de contar a estas alturas de vida una historia mil veces contada antes, a pesar del celebérrimo virtuosismo de Guillermo del Toro.
Sergio Berbel
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