La insoportable levedad del ser

1968 fue un año muy revuelto. Las nuevas generaciones protestaban contra el capitalismo feroz, el fascismo, la sociedad de consumo, el imperialismo, la represión...
Mientras tanto en Checoslovaquia, satélite del Bloque del Este, se inició un proceso muy positivo de transición hacia un socialismo democrático. Los checos y eslovacos buscaban su propio destino, desligado del férreo control de la Unión Soviética. En Rusia saltaron las alarmas y los integrantes del Pacto de Varsovia se apostaron vigilantes, esperando el momento de reprender al hijo pródigo.
El pacífico optimismo del pueblo era contagioso; así lo atestiguó Miguel Delibes en la visita que efectuó precisamente a Praga en aquella primavera de renacimiento que dio nombre a esa etapa de apertura y al librito que el escritor vallisoletano redactó y que fue publicado justo cuando los tanques rusos desfilaban por las calles de la capital checa, en agosto de ese año. Se había pasado de la reprimenda al castigo.
Milan Kundera situó su novela cumbre (aceptablemente adaptada al cine por Kaufman) en este trasfondo, trasladando a esta Praga osada sus inquietudes existenciales. La levedad (representada a través de la vivencia del hedonismo, la huida del compromiso, el desenfreno sexual...) opuesta al peso (responsabilidad, matrimonio, angustia, celos, la Guerra Fría...), dos conceptos enfrentados en el triángulo protagonista. Tomás, el médico, da voz al punto de vista de su autor, denunciando los extremos totalitarios del comunismo soviético. Aunque el joven casanova no es ningún militante político y se pasa buena parte de su tiempo libre entre cama y cama, sobre todo la de Sabina, su mejor amiga, y poco después también la que compartirá con su esposa Teresa, no deja de ser muy consciente de la situación del país y no duda en dejar clara su postura.
Para él disfrutar los placeres que le ofrecen numerosos cuerpos femeninos no está reñido con el hogar que construye con Teresa (quien no llega a aceptar las infidelidades por mucho que lo intente) y con su perra Karenin. Y así les va mal que bien, hasta que un día, en plena discusión, el suelo se pone a temblar y el susto es mayúsculo al ver los tanques circulando. Ambos se lanzan a la calle junto con la multitud de manifestantes y a partir de ese momento la amenaza ya ha pasado de ser algo impreciso a estar en la puerta de casa, y la incertidumbre los llevará a emigrar fuera de Checoslovaquia, al igual que Sabina y que decenas de miles de habitantes.
El marco de la represión impuesta pesa como una losa, y la frivolidad a la que se aferran Tomás y Sabina desafía su miedo a la pérdida de libertad, de la levedad que en último término supone nuestro efímero paso por esta vida tan fugaz como un soplo.

Película pretenciosa que defrauda: inconstante, aburridilla, erotismo insustancial... No se os ocurra dejar de leer el libro de Kundera por haber visto la película.

Desde luego que insoportable es un rato......
Vaya verdadera mierda, lo único salvable es la interpretación de Daniel Day-lewis, el tío tiene una libertad de movimientos impresionante, y un conocimiento del espacio tremendo, e un gran actor.
Lena Olin llega a ponerte cachondo realmente, Juliette Binoche me encanta y en esta película ni fu ni fa.
Es floja, floja

Insoportable es, gracias por el aviso. Será una adaptación aclamada, pero en mi casa sólo se escuchan abucheos. Y también ronquidos, porque es aburrida, muy aburrida. Tal vez, una persona que conozca la obra con anterioridad, disfrute el doble con la película. Pero en mi caso, quizá porque empiezo desde cero, sólo he visto sucesión de conversaciones irrelevantes en las que critican vagamente este o aquel aspecto de la vida. Tan profunda que se ahoga a sí misma. Tan lenta que no conduce a ninguna parte.

Trasladar este libro a la pantalla se merece este título, puesto que de aquella obra literaria podíamos recordar, en principio, el fluir interno de los personajes llegando incluso a desnudarlos de la forma más descarada y cruel. Arte oscuro e intimista, la peli basada en el libro de Kundera decide cargar sobre sus hombros semejante desafío, y no sale mal parada.

Kaufman opta por obviar el famoso narrador en off, que si bien aparece en ocasiones no determina el conocimiento de los personajes por parte del espectador. En cambio, si decide introducir una enorme cantidad de silencios entremezclados con todo tipo de miradas sugerentes, entonces se va armando el perfil de los personajes no solo desde sus acciones, sino también desde la ausencia de los mismos. El ritmo de la peli es decididamente contemplativo, lo cual hace que en muchos pasajes perdamos la atención; también la duración de esta obra por momentos le juega muy en contra.

De todas formas, son licencias poéticas que se pueden ignorar, salvo una: en muchos casos, la obra de Kundera se apoyaba al cien por ciento en ese narrador lírico y ácido, capaz de hacer temblar los cimientos de la genialidad con sus reflexiones. En la peli este narrador no existe, y se pierden muchas cosas de valor sublime.