La casa de la alegría

Lily Bart es una joven que puede tenerlo todo, pero por encima de eso tiene pudor...y esta no era precisamente la característica que necesitaba para sobrevivir en un mundo como el Nueva York de principios de siglo.

No me gustan las adaptaciones con narrativa...prefiero la esencia del libro en toda su extensión, ver, sentir lo que el director pudo captar de esa obra y en esta oportunidad me cautivó la sensibilidad de Terence Davies para mostrar lo que realmente importaba. Me encanta la forma como vio el libro, que narra una situación común para la mujer de principios de siglo. Si no tenías dinero o un marido rico no podías ser parte de la sociedad y esta te excluía sin contemplaciones de ningún tipo. Me parece que acertó muchísimo en el elenco, es brillante el papel de Gillian Anderson como Lily Bart, Ella hace que sientas pena por el personaje y su capacidad de transmitirte cada sentimiento con un sólo gesto es realmente lo que lleva a que te enamores del personaje. Sin duda su actuación es sobresaliente.

Wharton es una de las escritoras americanas que me ha impactado en su descripción minuciosa de lo que fue la bella época. Aprendí mucho sobre la posición de la mujer en aquel entonces a través de sus libros. Si eres un amante del género no dudes en dejar seducir por esta obra de arte.

Me impresionó mucho la pelicula. Ahora que estamos en tiempos de crisis, muchos nos podemos sentir hermanados con la protagonista.
Y es que a la pobre todo le sale mal, aunque le intentan avisar , siempre va con la peor gente, en el peor momento.

Los relatos de época muchas veces me parecen aburridos, pero en este caso no es así. La historia que comienza lenta se transforma al promediar el film y se torna llevadera. La ambientación nos sumerge en principios de siglo, el vestuario es impactante y los diálogos son profundos y realistas en una época llena de prejuicios. Las actuaciones son sobresalientes, sobre todo Gillian Anderson que demuestra que es una muy buena actriz y logra despegarse de Scully, el personaje que le dió la fama.

Demoledor retrato de la alta sociedad norteamericana de principios de siglo, pero en el fondo, de la naturaleza humana en su peor versión. Bajo un mundo de cortesía y buenas maneras, Terence Davies, que dirige y escribe el guión basado en la novela homónima de Edith Wharton, nos muestra la falta de empatía, la falsedad, la mezquindad, el egoísmo, la hipocresía y la maldad, porque hay que llamarla así, sin caer en estereotipos grotescos ni cosas absurdas, sino con mucha fineza, realismo e inteligencia. Se trata de un juego, en el que se mezcla las apariencias, las convenciones sociales, la mentira, el interés y el dinero, en el que Lily Bart (una enorme Gillan Anderson) es la víctima ideal porque es débil.

La película es típicamente británica, a lo que si le sumamos que es un drama de época de aíres victorianos, nos saldrá un producto de impecable factura, rodada con elegancia y sobriedad. Destaca, junto a los cuidadísimos diálogos y el estudio psicológico, una gran ambientación en la que el hermoso vestuario de Lily brilla con luz propia. Aunque para ser justos, es la propia Lily, una auténtica Gibson Girl, la que te enamora. No sólo es guapa sino muy decente, encantadora y demasiado buena. Yo no le veo ni un defecto. Odio a todos los que la han dañado, no la han ayudado o no se han atrevido a amarla. ¿Será posible que no haya nadie que se parta el pecho por ella? Qué asco de mundo.

La trama, de la novela de Wharton, es buena para ver lo que, ya en el siglo XX, en la belle époque, coleaba de las costumbres matrimoniales del XIX. Es un mundo antiguo que está a punto de ser cambiado totalmente por la guerra del 14. Da gusto ver la reconstrucción tan cuidada, en ropa, en muebles, en ambiente... Por eso, un diez.
Las interpretaciones, eso sí, un poco frías, quizá por la hipocresía que había que poner en todo. La mejor, sin duda, Gillian Anderson, en ese ambiguo papel en el que una joven casadera tiene que hilar fino para acertar con alguien presentable y sobre todo con mucho dinero.
A destacar el ingenio de muchos diálogos, en la mejor tradición victoriana.