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Día de ira

Drama Dinamarca, 1623. En plena caza de brujas, Absalom, un viejo sacerdote, promete a una mujer condenada a muerte que salvará a su hija Anne de la hoguera si la joven accede a casarse con él. Según la ley, las descendientes de las brujas también deben arder en una pira. Meret, la anciana madre de Absalom, desaprueba desde el principio el matrimonio. Cuando Martin, el hijo de Absalom, regresa a casa para conocer a su madrastra, se enamorará ... [+]
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Críticas 63
Críticas ordenadas por utilidad
19 de enero de 2006
156 de 175 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las 5 películas sonoras de Dreyer. Se basa en la obra teatral "Anne Pedersdotter" (1906), de Han Wiers-Jensen, inspirada en hechos ocurridos en una aldea danesa a finales del XVI. Se estrenó en Copenhague el 13-XI-1943, durante la ocupación alemana.

La acción tiene lugar en una localidad danesa a partir de 1623. Narra la historia de los terrores que se desencadenan en una comunidad a raíz de la muerte en la hoguera de una supuesta bruja, Marta de Herlofs. El terror afecta a todas las mujeres, mayores y jóvenes, que por capricho, envidia o deseos de venganza, pueden ser acusadas inpunemente de brujería y condenadas a la hoguera. Afecta a los inquisidores, sobre los que recaen las maldiciones y los conjuros mortales de las presuntas brujas. Afecta a los poderosos, que se sienten amenazados por los presuntos poderes de las brujas, con facultades diabólicas de matar con el deseo, enamorar con la voluntad, seducir con la mirada y propagar el mal al servicio de Satán. Afecta a los débiles, que se defienden mediante la delación, la traición y la mentira. El terror genera espirales imparables de venganza, represión y muerte. El mundo perverso de la muerte tiene su contrapunto en Anne, la protagonista, joven, hermosa, apasionada, alegre, amante de la vida, soñadora. Ríe, juguetea y ama en un mundo impregnado de tristeza, miedo y sangre. Algunos autores la consideran el símbolo de Dinamarca en los años oscuros de la ocupación nazi. Otros personajes tienen también valor de símbolos: Absolón encarna la hipocresía aliada con el propio interés; su madre, la severa Meret Preben, envidia y detesta los arrebatos de la juventud; Martín es un hombre débil y cobade; el inquisidor Laurentius encarna la intransigencia deshumanizada, Marta es la víctima inocente. El título (el día de la ira) rectifica el acta de defunción de Marta, que habla del día feliz de su muerte en la hoguera.

La música reproduce una partitura que combina melodías idílicas en torno a Anne y Martin, con otras inspiradas en la cadencia gregoriana del canto del "Dies irae". El Vaticano II prohibió el "Dies irae" en la liturgia católica. La fotografía ofrece composiciones de gran belleza plástica, inspiradas en la pintura de Vermeer y Frans Hals. La escena del tomento de Marta, semidesnuda, en presencia de los inquisidores, reproduce la iconografía y la estética de "La lección de anatomía", de Rembrandt. El guión narra una historia cautivadora y emocionante. La interpetación de Lisbet Movit, en el papel de Anne, es extraordinario. Destaca la escena en la que tras la ventana contempla a la izquierda el tormento de Marta y a la derecha los movimientos de Martin. La dirección construye un relato parsimonioso, denso y sobrecogedor.

Una de las 3 mayores películas de Dreyer. Denuncia la espiral que se teje entre represión y venganza. Apuesta por la libertad y la paz. Lo hace bajo la dominación nazi, asumiendo riesgos incaculables. Magnífica.
Miquel
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18 de febrero de 2008
109 de 118 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asombra pensar que lo filmado hace 65 años posea una vida tan intensa.
Los parpadeos de los personajes, su salida a la luz desde la sombra de una puerta, el fruncimiento de un ceño, la mera respiración, viven en la pantalla con elocuencia apabullante.
Usando las palabras y los movimientos justos, se trata un asunto escurridizo: si son reales o no los poderes maléficos, si la malevolencia es una fuerza real, si se puede matar con la voluntad y el pensamiento... Desde que Anne, la joven esposa del reverendo, cree que puede haber heredado de su madre ese poder, su aspecto físico se transforma, en portentoso trabajo de la actriz, Lisbeth Movin.
Libre de maniqueísmos, la película abarca matices finos: el pastor protestante no es un santo, tampoco un torturador sin escrúpulos; la joven esposa no es exactamente una asesina, aunque tampoco una cándida víctima, embriagada por una pasión arrebatadora...
Hay momentos de crueldad angustiosa (el suplicio de la anciana acusada de brujería) pero no se ve un solo golpe, un movimiento brusco, una gota de sangre... Hasta lo terrible es presentado de forma sutil.
La realidad es atrapada por la cámara sin recurrir a clichés esquematizadores: de ahí la desbordante carga vital de cada plano.
Archilupo
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16 de junio de 2010
63 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra cumbre de Carl Theodor Dreyer según mi criterio. Muestra una asombrosa perfección, hasta en el más mínimo detalle, se sabe que Dreyer en una ocasión suspendió una filmación porque las nubes no se dirigían en la dirección que él esperaba.
Dies Irae iba a ser la exageración de esta perfección, y va desde el casting ya que vemos actuaciones excepcionales, la anciana que interpreta a “Marta la de Herzlof” está impresionante. Las expresiones faciales que revelan los protagonistas son tan sublimes que nos recuerdan el pasado de Dreyer en el cine mudo. Incluso los actores que interpretan a padre e hijo son muy parecidos físicamente, ¿coincidencia?, no lo creo.
Es una película sobre la vida y la muerte, con una frase memorable que pronuncia Marta la de Herzlof y que dice: “No me asusta ni el cielo ni el infierno, sólo me asusta morir” que denota una gran ambición de vida y de aferrarse a ella, aferrarse a lo real y a lo palpable.
Critica y cuestiona a la religión, ya que en aquella época inquisidora se cometían crímenes e injusticias con el sólo argumento de atribuir a alguien poderes ocultos. Fracasa el amor por acusaciones absurdas y la joven impía, la “súcubo”, la única que desea vivir su vida amando, se ve obligado a rendirse y a seguir la corriente a la mentalidad absurda de un momento en la historia donde existían muchos días de ira y estupidez.
Película que pinta para un 10 sobre 10 de principio a fin sin tener baches argumentales ni artísticos.
Especialmente llamativos son las sombras y reflejos captadas por el director y que en aquél blanco y negro hacen sobreexcitar al séptimo arte.
Dr.Juventus
DrJuve
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22 de diciembre de 2008
55 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si ya en Vampyr se le brindó a Dreyer la posibilidad de rodar gracias a un duque, conde o barón, o lo que fuere, con ambiciones interpretativas, antes de empezar esta Dies Irae las expectativas de trabajo no eran mucho más halagüeñas (el compromiso artístico de Dreyer le hacía complicado encajar en una industria cinematográfica danesa interesada en productos comerciales, tenía también el estigma de director de cine exclusivamente mudo y, por si fuera poco, hubo de afrontar el parón sufrido por Dinamarca en su producción de films durante la II GM.

Todas estas dificultades, unidas a la fama de Dreyer (considerado un cineasta "conflictivo", que no respetaba presupuestos ni plazos), le obligaron rebajar sus pretensiones ofreciendo un film algo más asequible o, al menos, más adecuado a las convenciones narrativas imperantes. Eso se observa claramente en una tendencia hacia cierto apaciguamiento en sus imágenes; así, el montaje como instrumento narrativo de primer orden que había sido carta de presentación en su época muda, ese recurso a un tipo de plano analítico de profundísima capacidad introspectiva (que incide en unas interpretaciones en las que el conflicto late subrepticiamente en el fondo de las personalidades), deja sitio a la calma de un plano secuencia cada vez más dilatado, que habría de desembocar en películas como Ordet y Gertrud (auténticos tratados dreyerianos sobre la continuidad de las situaciones mediante planos largos, en contraposición a Juana de Arco y su definitivo festín de caligrafía visual a través del montaje).

La perspectiva deja de ser tan aceradamente subjetiva apareciendo un narrador-observador en indiscutible 3ª persona, lo que le permitió apurar las posibilidades que este punto de vista, más convencional si se quiere, ofrecía, dando ya pistas de su preocupación por el movimiento de personajes paseando por el plano, el contraste luminoso, el fuera de campo...

Al final, en Dies Irae lo que queda es una historia oscura, pesimista, que coloca el sentimiento del amor en la picota desnudándolo indefenso frente al poder, el latigazo del miedo y la desconfianza, y el entorno intolerante definido como un monstruo enorme que constriñe irracionalmente. Descarnada también en su visión de la religión, la película bien puede tomarse, ya se comenta por ahí, como alegoría de la ocupación nazi. No parece descabellado, pero todo eso es cosa ya de cada uno; la cuestión es que la cinta no deja de tener miga, sea la que sea, en su forma (como punto de inflexión en el desarrollo de la pureza del estilo "sonoro" del danés) y en su fondo (con una historia de muchos grises y sin extremos en su planteamiento, ya lo han comentado otros usuarios, con ricas posibilidades a la hora de la interpretación y el análisis).

Después de semejante crítica, sólo me resta añadir: "Gromenauer". Creo que en esta opinión es donde mejor va a encajar esa palabra que siempre quise escribir en FA.
Bloomsday
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13 de mayo de 2009
59 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lisbeth Movin llega el primer día de rodaje a los decorados de “Dies irae.” Es una mañana soleada en la campiña danesa. Lisbeth, coquetéa con su compañero de rodaje Preben Lerdorff Rye. Durante la conversación inicial, Lisbeth observa el suelo:
- Preben, ¿qué son todas esas marcas?
- No lo sé Libeth, parece un tablero de ajedrez ¿verdad?

De pronto, una voz grave interrumpe la armonía en el decorado. Es la voz de Carl Theodor Dreyer:

- Señorita Movin, siga estos movimientos, por favor : A4, A5, B5, B6, A6, A5, A4
- ¿Perdón?
- Acción.
Chagolate con churros
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