Yo, traidor

La familia Ferradas viaja a Oklahoma (EE. UU.), pues unos inversores norteamericanos le han ofrecido una espléndida oferta para comprar “Buen Mar”, la empresa familiar que durante décadas se ha dedicado a la pesca. Máximo (Mariano Martínez), el hijo menor y rebelde, propone aceptar el trato, vender y soltar la compañía, aunque su hermano (Sergio Surracco) no está convencido.

Finalmente se accede al acuerdo y casi al punto, Máximo le pide al padre su parte de la herencia, para ampliar sus ambiciosos horizontes políticos y financieros.

Se instala en Perla del Mar, un pueblo pesquero en la Patagonia argentina, donde conoce a Caviedes, nexo entre los estadounidenses y “Buen Mar” (Arturo Puig), que conduce al joven en el mundo de los negocios y la política argentina.

Máximo, haciendo trampas, negociará a espaldas de su familia un cambio en el acuerdo original, además de enfrentarse con los pequeños pescadores.

También aparece Maite (Mercedes Lambre), una hermosa y solitaria joven, de la que se enamora perdidamente, por primera vez en su vida. Un elemento metido con calzador.

Máximo se sumergirá en este mundo y tan vertiginosamente saboreará el ascenso y el éxito, como padecerá posteriormente su fracaso y caída para, finalmente, encontrar su redención.

Esta cinta trae, por un lado, el capítulo de la familia, uno de los temas esenciales del filme. Cualquier espectador puede ver reflejado su círculo cercano: rivalidad, peleas, desacuerdos, envidias o desencuentros.

Fernández Engler ha declarado que su película está inspirada por la conocida lectura del “hijo pródigo”. La historia del hijo que vuelve tras haber fracasado y estar sumido en la ruina y la desgracia material y moral, lo cual queda más o menos claro.

Pero la cinta funciona mejor como el mito del ascenso de un ambicioso sociópata antihéroe, y su posterior caída y redención. Es, pues, un “hijo pródigo” sui generis, pues además, su retorno es debido a un hombre bueno y salvador que lo saca del fangal de la granja de cerdos donde se encontraba malviviendo (este punto sí es calco de la parábola).

El reparto deja que desear. Martínez hace un trabajo mediocre que no acierta a interpretar su pretendida personalidad egoísta y malévola. Tampoco está a la altura Mercedes Lambre, pues su rol de enamorada Mercedes está falto de profundidad. Lo contrario ocurre con los actores veteranos, como un Marrale creíble y con aplomo de gran actor como padre; o Arturo Puig, excelente como figura oscura cuya mirada intimida y produce turbación en el espectador.

El tratamiento del color en la fotografía de Diego Arroyo muestra una costa patagónica gris, prácticamente despoblada, fría y solitaria.

Buena la música de Claudio Vittore y la postproducción que hizo posible el milagro de unificar planos grabados en diferentes localizaciones (por ejemplo, la Patagonia y Córdoba), logrando una homogeneidad y cambios imperceptibles para la audiencia.

Película, en suma, que fui a ver ilusionado por ser el segundo largo de Fernández tras su Soldado argentino, solo conocido por Dios (2016), sobre la Guerra de las Malvinas, filme técnicamente bueno que muestra el horror de este conflicto encarnado en tres jóvenes arrojados al fuego y la metralla. Pero en esta ocasión, nuestro realizador se queda muy corto en sus pretensiones con una obra imprecisa, mal interpretada y tediosa.

Crítica publicada más extensa en revista de cine Encadenados: http://www.encadenados.org/rdc/sin-perdon/6498-yo-traidor-2