Los mundos sutiles

Chapero Jackson confirma, con este documental ficcional, que no existen las casualidades ni los desaciertos involuntarios que caracterizaron, y a la vez mermaron, la propuesta que le sirvió como ópera prima en el largometraje, su iniciática ‘Verbo’.

Continúa existiendo en su faceta como guionista una lucha creativa inicial de paralajes y disociaciones, que todo creador debe aceptar para serlo, que no acaban de encajar. Actitudes que intentan, por un lado, aglutinar la prosa del imaginario personal e intransferible (la parte gafapasta de cada ser pensante) y, por otro, compartir esos ideales con un afán comunicativo para las mayorías (el cine no puede darse lugar sin un espectador que vea, sienta y analice).

El director madrileño continúa perfilando las características de su estructura pseudo-mítica y propuesta de realismo mágico, pero el conjunto sigue presentándose, a mi modo de ver, como un dilatado artificio al que le fallan los cimientos y el desarrollo. La sutileza y evocación de las imágenes oníricas no casan con un guión perpetrado a partir del subrayado, la reiteración y la búsqueda de un forzado lirismo en cada frase, en cada escena o en cada acto.

El autor parece, inconscientemente, reflejar su pérdida de rumbo e impotencia no solo solemnizando su admiración por la vasta producción literaria de Machado sino también dejando preverla con abrumadora incapacidad culta y caligráfica para adaptarse a ella. Dicho de otro modo, como si le resultara arduo y caprichoso, que lo es, seleccionar y discriminar entre un número ingente de textos un porcentaje con el que centrar su investigación y tributo. Ello provoca que el relato se perciba consecuentemente sesgado, incompleto y vacilante en sus pretensiones de accesibilidad a sus obras y legado.

Esto, particularmente, se refleja en el agotador recurso de la voz en off, donde el subtexto asoma en redundancia y fragmentación arbitraria de ideas y términos. Una insistencia que resulta paradójica, en cuanto a su transmisión, dada la enorme capacidad visual desplegada, cuya sola expresión se revela decididamente consistente. Las referencias y las relaciones entre el poemario machadiano y el misticismo visual de Chapero-Jackson provocan determinadas alteraciones anacrónicas en la narración y fluctúan con diferentes aspectos formales debido a las múltiples alusiones textuales encabezadas por un leitmotiv repetitivo y machacón: ‘Yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles’.

Al ver una obra como ‘Los mundos sutiles’, percibo a un autor demasiado consciente de serlo, preocupado por un minucioso tratamiento de la estética y la composición que alejan persistentemente la empatía y buscan, más bien, el asombro o el impacto. Sus métodos se basan en un singular pragmatismo y en la rigidez de su particular retórica, que se arriesga a ser incomprendida, ingenua y, en ocasiones, altiva.

Su tratamiento de las representaciones simbólicas funciona como alegoría recargada, espiritualidad direccionada y fábula que se regocija en la superficie de sus imágenes para ofrecer una vocación introspectiva de la condición más onírica de la percepción humana, descuidando el tratamiento de un guión que actúa más como adorno que como eje.

Aún así, es indudable constatar la valentía de sus propuestas, su gran factura técnica y visual, el rechazo al convencionalismo y su particular estilo vanguardista. Confío en que la madurez de este cineasta nos traerá, más pronto que tarde, alguna obra de alabanza unánime.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Antonio Machado vivió en su particular camino, y tras tantas desdichas, tras tantos infortunios logró encontrar su destino, creándose su propia burbuja, su particular universo.

Los textos recitados extraídos de clásicos poemas son de indiscutible calidad. Sin embargo, la danza, las imágenes con tintes subrealistas y la música propia de thrillers de terror no acompañan. No casan bien. El intento se queda en un resultado más pretencioso que efectista, quedando así malogrado. No engancha. Se entiende mejor la poesía sola, sin más, leída por un buen actor con cuidada dicción.