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La imagen ausente

7.1
1,182
Documental. Bélico Durante el régimen comunista de Pol Pot en Camboya (1975-1979), miles de personas fueron despojadas de sus tierras y forzadas a trabajar en campos agrícolas. La dictadura de los jemeres rojos ejecutó y torturó a cualquiera que le pareciera sospechoso de sedición. Los familiares del director Rithy Panh, quien escapó en su adolescencia de su país, fueron desapareciendo uno a uno. Para contar la historia de esta época, Panh buscó imágenes ... [+]
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
19 de abril de 2014
23 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada tan atroz como las tiranías mesiánicas y centralizadas de los comunistas más exacerbados e irredentos, cuando se trata de reeducar – sin distinción – a todas las clases medias y los profesionales liberales (llevar gafas ya es señal de ser intelectualmente sospechoso y enemigo del pueblo, del colectivismo y del futuro), mandándolos a tareas de campesinos (noble labor si se realiza con conocimiento de la tierra, de sus frutos y de los plazos que conlleva) para así completar el plan revolucionario dirigido por mentes preclaras y sabiamente adoctrinadas por la inexorabilidad de la revolución desde el conocimiento de la historia, de sus pormenores y meandros.

Lo malo es que no suelen quedar testigos molestos de aquellas infaustas experiencias que supusieron la masacre de miles (millones) de seres humanos sojuzgados por el afán colectivista y la voluntad suprema de algún iluminado timonel de rumbo fijo y alienado, de pocas y mal digeridas lecturas y muchas consignas vacuas y monstruosos eslóganes incomibles que harían palidecer de envidia a los más afanosos iletrados del partido. Estas nomenclaturas nada ilustres han adoptado lo peor de la jerarquía eclesiástica (ese saber – solo y siempre – desde arriba cómo y de qué forma salvar el alma ‘revolucionaria’ de la gente toda, del pueblo ‘entero’, pastoreado hasta entonces por el capitalismo nocivo y corrupto) para imponer la recta vía, el camino único, el sendero luminoso, la revolución para el pueblo sin el pueblo y contra el pueblo. Todo dañinamente aderezado de matanzas, campos de exterminio (llamados de reeducación): el saber señero con sangre entra y el que no se quiera enterar, que muera.

Pero en una sociedad desesperante y penosa como la española – donde todos los discursos sobre el progreso y la solidaridad y el bien social y la defensa de los trabajadores – han sido secuestrados por una tan hegemónica como inane izquierda de consignas y eslóganes que produce vergüenza ajena escuchar y que cuesta atender con atención crítica para desbrozar la carnaza de lo veraz (o verosímil)… para una sociedad así, esta película es como echarle margaritas a los cerdos, es de una esterilidad absoluta. Porque no tiene público. Los ‘progres’ no la verán (allá ellos, que todo lo saben) y los 'fachas' no suelen ir al cine y menos a ver una película camboyana. Lo dicho: aquí esta cinta no va a encontrar un público que la merezca.

Porque se trata de una excelente película, que mezcla testimonio desgarrador, documentos gráficos, figuras de madera realizados para la ocasión, metraje propagandístico, fotografías familiares, etc. para confeccionar un mosaico estremecedor, pavoroso y alucinante, el relato de la dictadura de los Jemeres Rojos visto por los ojos alucinados de un niño, que va perdiendo a toda su familia hasta que al final solo le queda como única compañía el sentido de culpa por haber sobrevivido y por no haber sabido salvar a sus seres queridos, ni escapar de ese infierno feroz. Hay películas que zozobran por no tener un público al que dirigirlas, que sepa y pueda degustarla y reconocer su gesta, su significado, su valentía. Es una pena que entre tanto superhéroe, tanto estruendo de arcas y diluvios, tanta comedia tonta, se pierda la claridad, intensidad y originalidad de esta filigrana de orfebrería. Un prodigio de sabiduría, mesura y congoja. Una joya sigilosa y sutil. Inolvidable.
antonalva
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18 de abril de 2014
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos encontramos enfrente de un peculiar documental.
¿Como describirlo? Realmente difícil. Supongo que, como dijo mi querido Marlon Brando, el horror. Éste documental nos muestra lo que los ojos y oidos de nuestro narrador encuentran en la tierra de Pol Pot. Un retrato de un duríssimo tiempo de deshumanización del hombre, de castración de toda libertad y, por supuesto, de inexistente democracia .

ANTES DE VER ÉSTE FILM:

1.Ésta no es una pelicula que pretenda informar sobre los sucesos ocurridos. Me refiero a que no es un documental típico donde te cuentan la vida de un salmón de río, es un documental donde el salmón de río te cuenta como lo vive, y da pinceladas de información.

2.No es una pelicula sobre fotografia. Lo que en algunos sitios ponen como sinopsis "hombre que busca imagenes perdidas de...." no es el argumento principal; es un segundo plano. Podemos decir que es un "como" o un "porqué" pero no es el tema principal.

3.Ésta es una pelicula donde uno tiene que estar mínimamente informado de lo sucedido, debido al punto 1.

Fuera ya de lo que creo importante antes de ver el documental, me ha parecido una cara fascinante del mundo. Una de las facetas poco vistas sobre un conflicto; el salmón explica. Un texto muy trabajado, muy bien narrado y, en algunos momentos, muy bien cruzado con las imagenes. Un trabajo muy bien ejecutado; creo que, guión en mesa, no podría haberse ejecutado mejor. Con algunos desgarradores momentos que te invitan a pensar o que simplemente te detienen el aliento unos segundos.
¿Por qué un 7 entonces?

Debido al poco material gráfico sobre el conflicto, el 90% del film está narrado visualmente a través de miniaturas, muñecos que imitan graficamente los recuerdos del narrador. Bonito visualmente, pero es difícil entrar en el rol. Sinceramente, es más difícil entrar en una situación por muñecos estáticos, que si ves imágenes reales. Pierde mucha fuerza y es repetitivo, no ofrece mucha variacion visual, cosa que hace cada minuto mucho más espeso de lo que es llegado un rato.

Una pelicula totalmente recomendable a un público capaz de estar hora y media sentado en un sitio viendo como pasan muñecos por delante suyo mientras alguien explica sus terribles experiencias en un régimen totalitario tercermundista. No apto, pues, para todos, pero, para aquellos que si, puede ser una fuente de información, sensaciones y reflexión.

Viva el cine.
Kan7
Kan7
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11 de abril de 2014
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quien teme es que algo debe. No falla. Pura sabiduría popular, que por norma general sabe perfectamente de lo que habla. El que en determinados países (mirémonos al espejo, deprisa) el concepto ''memoria histórica'' haga que la gente presuntamente civilizada saque al animal que hay en su interior es, por supuesto, muy indicativo. Algunos de los más distinguidos miembros de la distinguidísima clase dirigente se rasgan las vestiduras, vociferan cual energúmenos, esgrimen argumentos del todo irracionales y, si el espectador se fija, se dará cuenta cómo el sudor (frío... glacial) empapa su frente. Porque en realidad no están enfadados porque una panda de insensatos se haya empeñado en remover la mierda, en abrir cicatrices y en vaya-usté-a-saber-qué otras maldades más; en realidad temen que sus deudas (que por costumbre son muchas y muy gordas) les pasen factura.

Queda claro, pues, que nadie está a salvo de su pasado (ya sea a nivel individual o colectivo), pero más obvio se hace todavía constatar que hay sitios en los que el maldito fantasma es mucho más terrorífico que en otros. Lo recordamos hace poco, por ejemplo, junto a Joshua Oppenheimer (y junto a buena parte de su equipo no-acreditado) en la imprescindible 'The Act of Killing': la impunidad, la glorificación desviada y el hecho de vendarse los ojos hacen que el monstruo (así como su amenaza) crezca exponencialmente. Aquello sucedió en Indonesia, país donde el horror ha pervivido gracias en parte a la infinidad de máscaras que ha aprendido a ponerse. Desgraciadamente, y como ya se ha dicho, no es ésa una excepción, sino un destacado miembro del museo de los horrores. Camboya, por muy poco que se sepa sobre su historia (especialmente sobre historia más reciente), ni falta hace decir que es otro de sus más ilustres integrantes.

'La imagen perdida' es el inmejorable título del último trabajo de Rithy Panh, director de cine camboyano con especial interés por el documental, y obviamente marcado por el espeluznante pasado del país en el que se crió, o mejor dicho, en el que tuvo que sobrevivir. La pregunta que da inicio a la aventura se expresa en pocas palabras, pero resulta a veces que el espacio más reducido encierra el contenido más concentrado; más denso. Al grano: Si una imagen vale más que mil palabras, ¿existe una imagen capaz de atestiguar todas las atrocidades sufridas por el pueblo camboyano? La respuesta está en el impasible muro de una imposibilidad inteligentemente aprovechada (como hacen siempre los mejores documentalistas), resultando así el -desesperante- proceso de búsqueda en el auténtico protagonista de la función. En esta ocasión, no importa tanto el ''qué'' sino el ''cómo''.

Mezclando de forma valiente el documental y el cine de animación más calculadamente rudimentario, el cineasta talla, a partir del barro que le vio crecer, una serie de figuras que, combinadas con un excelente trabajo de recopilación (pero sobre todo, de comprensión) de material de archivo, hacen que los millones de gritos que se oyeron entre 1975 y 1979 en los interminables arrozales de Camboya bajo la brutal dictadura de Pol Pot, se silencien en los altavoces de la sala... para que así puedan resonar con toda la fuerza de la Historia en nuestra cabeza. Más allá del aprovechamiento brillante de los documentos y del -sobresaliente- sentido narrativo, la arriesgada propuesta de Rithy Panh cautiva desde el primer al último fotograma por ser una lección maestra de Historia aplicada al cine.

No sólo es un contundente paseo por la macabra huella de los Jemeres Rojos (cuyo impacto en ningún caso se logra aquí con imágenes desagradables), sino que también es una lúcida y esperanzadora reflexión sobre cómo, hasta del terror, puede surgir la esperanza; sobre cómo el séptimo arte es también una de las más poderosas armas a la hora de conservar una memoria vitalmente necesaria, que ni los temores más culpables ni los gritos más estridentes de este planeta deberían ser capaces de acallar. No es por el gusto sádico de remover la mierda (que a día de hoy sigue habiéndola... y mucha), mucho menos por ver qué pasa cuando se abren las heridas mal cicatrizadas, es por la firme voluntad de que lo más sagrado (fruto quizás del mismísimo infierno, deacuerdo) no muera por obra y gracia de un olvido demasiado a menudo impuesto. Una imagen perdida a cambio de una memoria (re)encontrada. El trato no podía ser más atractivo.
reporter
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14 de mayo de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decía la gran pensadora y escritora estadounidense, Susan Sontag, que la fotografía, la imagen, tenía el poder de hacernos testigos y cómplices de lo que observábamos. Así, una vez vistas, ya no podíamos decir aquello de: “yo no sé nada” o “no sabía que esto estaba ocurriendo…” El siglo XX, pródigo en imágenes, dejó para la Historia millones y millones de estos documentos que mostraron tanto sus luces como las atroces sombras que jalonaron su discurrir. Es en este período donde los “ismos” estallan con toda intensidad, sembrando aquí y allá su semilla de la barbarie de uno u otro signo. Comunismo, capitalismo, nazismo, fascismo, nacionalismo, maoísmo y un largo etcétera de ideologías repartieron las cartas de su siniestra naturaleza causando las mayores tragedias que ha conocido la humanidad, al ser escoltada por un progreso que elevó la tecnología militar más allá de todo límite, sobrepasando incluso la capacidad de destruir todo este planeta tres o cuatro veces (como si con una no fuera ya más que suficiente).
El cine, como ventana del mundo, se ha ocupado con mayor o menor intensidad, mayor o menor acierto, de todas estas “quiebras” que despejaron de humanidad y humanismo a TODA nuestra especie. Una de esas citas que marca con sangre la Historia es el genocidio camboyano ejecutado por el régimen maoísta de los Jemeres Rojos entre 1975/1979 y que para el cine ha pasado casi desapericibido (si marcas “jemeres rojos” en IMDB, solo aparecen 40 resultados). Para hacernos una idea de la escala de brutalidad de este asqueroso régimen, basta decir que en ese breve período de tiempo un cuarto de la población total de Camboya fue exterminada (curiosamente, la mayoría de las víctimas pertenecían a la etnia jemer, que era la propia ejecutora). Esto en números puros y duros viene a ser no menos de dos millones y medio de personas… Personas que no tienen su relato; pero sí su memoria.
El director camboyano, Rithy Panh, nos presenta en “La imagen perdida” su infancia, es decir: la memoria y su relato en esa Camboya/Kampuchea que sigue articulando con tenacidad toda su obra como documentalista y director (muy recomendable ver “S21: La máquina roja de matar,” documental en torno a esta instalación que viene a ser como el Treblinka del pacífico pueblo camboyano). Nadie es más consciente del poder de la imagen que el propio cineasta, de ahí que Panh nos invite, y se invite, en este documental a ver las “imágenes perdidas” de este cruel (auto)genocidio. Esta doble invitación contiene dos propósitos: por un lado, dejar constancia del horror vivido, luchando de ese modo contra la pérdida de esa memoria de la barbarie para ofrecerla a un mundo que la ignoró (al ocurrir durante la “Guerra Fría” un telón de silencio se impuso en la comunidad internacional sobre la tragedia que vivía el pueblo camboyano); por otro, Panh realiza esta obra desde sus cincuenta años recién estrenados, como un viaje que llevado por la nostalgia aprovecha para comprender ese tiempo y, de paso, exorcizar el sentido de culpa que tiene por ser el único superviviente de toda su familia.
Para esto amplía el lenguaje del documental llevándolo a un universo que hace de “La imagen perdida” una obra única. Generalmente, el lenguaje cinematográfico en este género estaba íntimamente ligado a la realidad, es decir, el documental era un “documento” de la realidad (nada que ver con el docudrama, que es, a falta de material original, la reconstrucción de esa realidad). Sin embargo, Panh explota estos límites para ofrecernos una reconstrucción que no se asienta en ninguna de estas clasificaciones.
Primeramente, la narración, como no podía ser de otro modo, está hecha desde el “yo;” un yo que no solo personaliza lo que cuenta sino que también el cómo lo cuenta. Nada de su espeluznante relato sale fuera de estos límites. Otro documental que no tuviese esa audacia, tomaría los infinitos testimonios que guarda el pueblo camboyano sobre ese negro período para ofrecer esa tensión emocional que acompaña a este tipo de documentales. Pero Panh, se aparta de ese camino tan transitado para ofrecernos una experiencia visual singular. Por un lado, inserta las imágenes anteriores a esa Kampuchea invivible, unas imágenes que para nada desentonan de las que podía ofrecer cualquier otro país pese al exotismo con el que contemplamos todo lo ajeno; por otro, las propias imágenes del régimen jemer que, tanto en aquellas que muestran la pretendida felicidad como aquellas otras que sencillamente documentan el trabajo en los campos, connotan finalmente el HORROR de esa época. Así, hay momentos, por ejemplo cuando muestra los trabajos en los campos de exterminio, en los que quedas aterrado sintiendo que la diferencia entre esas miles de personas que se mueven exhaustas y frenéticas y los esclavos egipcios que construyeron las pirámides no existe, o si existe, empeoró para los camboyanos. Y por último, “las imágenes perdidas” de su experiencia. Para estas no acude al docudrama, sino que hace una apuesta creativa realmente alucinante: recrea mediante unas figurillas de arcilla toda la atrocidad de unos recuerdos que nunca podrá borrar. Esas figuras de barro, sumamente expresionistas pero sin rasgos que permitan un retrato certero, logran, pese a su estatismo y ese paisaje casi naif sobre el que las sitúa, conmoverte hasta lo más profundo y alcanzar una representatividad que no lograría si se centrase sobre testimonios individuales. De algún modo, ese barro del que provenimos y moldea, pone rostro y voz a todos esos gritos del silencio que nadie quiso escuchar.
Ahora solo te queda sentarte y ver esa obra maestra que es “La imagen perdida.”
Strhoeimniano
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11 de junio de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
124/05(07/06/18) Estremecedor documental camboyano-francés dirigido por Rithy Panh, se hace una radiografía humana del probablemente peor Genocidio del SXX en porcentaje de población diezmada, además de establecer un régimen feudal rural embestido con el manto buenista del comunismo, estando protegido el velo de la Guerra Fría, el Régimen del Terror establecido por los maoístas jemeres rojos en Camboya (pasó a llamarse con su ascenso al poder Kampuchea Democrática), entre 1975/1979 y que para el cine ha pasado casi desapercibido (solo está “Killing of fields” de Roland Joffe como obra relevante), sistema de Gobierno de características autoritarias, bajo la apariencia formal de república popular de inspiración maoísta, consolidó un sistema de economía radicalmente agraria (no estaban permitidas las medicinas, pues eran productos capitalistas; los problemas de salud eran tratados con hierbas), bajo la consigna de la evacuación de las ciudades y destrucción de la civilización urbana y su cultura, consideradas burguesas, la reconstrucción social desde los orígenes de la civilización y la recuperación de la cultura jemer ancestral bajo la dirección de Pol Pot (nombre real Saloth Sar), su principal líder. Abolió el dinero, la propiedad privada, la religión y estableció colectivos rurales caracterizados por el trabajo esclavo y el hambre forzada. Además de un férreo control militar sobre la población civil, sometida en buena parte a un régimen de trabajos forzados, desarrollaron extensos métodos de detención, tortura y asesinatos selectivos en masa, bajo la consigna de la llamada «búsqueda del enemigo interno». La escala de barbarie de este Reino Infernal llevó en ese breve período de tiempo a que un cuarto de la población total de Camboya fue exterminada (la mayoría de las víctimas pertenecían a la etnia jemer, que era la propia ejecutora), más de dos millones y medio de personas, se conoce como el «genocidio camboyano», actos que en la actualidad están siendo juzgados por un tribunal internacional en Phnom Penh por crímenes contra la humanidad. El fin del régimen de los Jemeres Rojos tuvo lugar en 1979 debido a una intervención militar de Vietnam en el país. A partir de ese momento, los Jemeres Rojos se convirtieron en una guerrilla aliada de los USA y China (debido a que se enfrentaban a la nueva República Popular de Kampuchea, alineada con Vietnam y la Unión Soviética) y, una vez que éstos les retiraron su apoyo en 1989, se adaptaron y se convirtieron en una guerrilla del tipo de las que suele relacionarse con las economías de guerra.

Documental que recuerda a otro que trata sobre otro régimen deshumanizador, aconteció en otro país del sur de Asia, Indonesia en la segunda mitad del SXX, radiografiado con humor escalofriante en el gran “The act of Killing” (2013) del director danés Joshua Oppenheimer, sobre estos nefastos años, sin imágenes de archivo, solo a través de testimonios de los propios asesinos, aquí en cierta medida hay efluvios a este, en este caso el testimonio de una víctima. El camboyano un régimen comunista y el de Indonesia uno fascista, los polos extremistas se tocan en su perfidia.

El director Rithy Panh (nacido en la capital camboyana), adapta secciones autobiográficas del libro propio de 2013, “La Eliminación”, narra la historia de su familia antes y después de que los Jemeres Rojos entraran en Phnom Penh (Camboya). Fue testigo de las atrocidades y vivió la hambruna mientras los líderes del partido y sus perros comían. Oyó la negativa de su padre a "comer como un animal", muriendo, su madre falleció justo antes de regresar con pescado robado para alimentarla. El régimen comunista de Pol Pot tomó la capital de Camboya el 17 de Abril de 1975, cuando Panh tenía 11 años, al final solo le queda como única compañía el sentido de culpa por haber sobrevivido y por no haber sabido salvar a sus seres queridos. Los ciudadanos fueron enviados a campos de trabajo y con la clara intención de eliminar las divisiones de clase, todos los efectos personales fueron confiscados y los individuos sustituidos por números. Las torturas y ejecuciones se convirtieron en moneda de cambio a la menor infracción. Con una tremenda imaginación la historia es representada mediante figuras de arcilla (la mayoría vestidas de negro, claro ejercicio jemer de despersonalización, todos igual y potencias el cese de la individualidad) añadidas en la narración, dioramas maravillosamente expresivos en sus enternecedoras representaciones que recuerdan sus rostros en muchos casos al del famoso cuadro de Edvard Munch “El grito”, enmarcadas en escenarios cuidados rurales con un mimo exquisito, sumado a unos hábiles travellings que flotan sobre los escenarios creando sensación de movimiento y de emoción, esto salpicado de vez en cuando por imágenes de archivo que el narrador sabe dar la vuelta, pues son de propaganda jemer.

Las imágenes de esos años no existen o se han perdido, (se conservan las grabadas por el régimen para su propaganda panfletaria). Los jemeres rojos destruyeron los archivos, pero no han podido terminar con los recuerdos de la gente que lo padeció. El director ejercita la imaginación a través de una reconstrucción estática de sus recuerdos a través de las pequeñas figuras de arcilla (creadas por Sarith Mang), representan todas esas imágenes perdidas a las que el título alude, una trémula dramatización de esa dantesca pesadilla, intercalado con imágenes de archivo en movimiento, para formar el relato. Pahn pone en la voz del actor Randal Douc sus aterradoras vivencias de infancia, Camboya cayó bajo un manto de salvajismo irracional, perdiendo en estos años a sus hermanos y padres. Sufrió durante cuatro años la aberración de los campos de rehabilitación (denominados de reeducación) hasta que en 1979 pudo huir del país. Un año después se trasladó a Francia, donde reside desde entonces y donde ha realizado la mayor parte de su trabajo en distintas facetas del mundo del cine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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