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¡Ahí vienen los rusos, ahí vienen los rusos!

Comedia Un submarino ruso encalla en un tranquilo lugar de la costa de los Estados Unidos. La tripulación desembarca para pedir ayuda, pero los habitantes del pueblo los toman por invasores. (FILMAFFINITY)
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
30 de abril de 2007
52 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si alguien pensó que Norman Jewison no valía para dirigir una comedia se equivocó de lleno, de plano y en redondo. Es una película estupenda, no sólo por su guión sorprendente y valiente a la hora de tocar un tema tabú (la humanización de los enemigos o rusos) en los años sesenta del s. XX, sino por con la maestría y humanidad conque se trata, procurando que sobresalga por encima de todo lo humano de los "supuestamente contrarios", lo que nos iguala e identifica como semejantes hijos del mismo planeta y hermanos de los mismos sentimientos y experiencias vitales.

Una película muy atrevida y lograda para su época: nada más y nada menos que un director, desde EE.UU., mostrando a través de esta cinta que los rusos eran tan considerados, humanos y personas normales como el resto de las personas de este mundo. Norman Jewison se atrevió en este film a hacer autocrítica sobre las fobias, prejuicios y patrioterismo irracional de los norteamericanos respecto a sus grandes enemigos de la "guerra fría", los habitantes de la Unión Soviética.

Una película deliciosa con continuas escenas de humor para partirse de risa, desde el niño estadounidense fanático que reprocha continuamente a su padre que no sea más patriota o violento contra los rusos, a la vieja amordazada, colgada de un perchero, cuyo marido no la descubre a pesar de estar a su vera o el borracho que se pasa todo el tiempo tratando de montar un caballo para ir a dar la alarma de que los rusos han desembarcado en las costas norteamericanas. Un film de enorme calado, gracioso, sentimental y con mensaje conciliador de opuestos, porque lo que decide siempre en última instancia no es la ideología sino el humanismo sano de corazón.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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12 de abril de 2018
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La psicosis colectiva que vivían los americanos durante la Guerra Fría ocasiona que los habitantes de un pequeño lugar, Isla Gloucester, se organicen para la batalla tan sólo corra el rumor que los rusos han llegado en submarino. Partiendo de ese miedo, la película es evidente que tiene un cariz reconciliador, con un humor blanco continuo y unos personajes entrañables. Como acostumbra en estas producciones, Norman Jewison sabe dar el humor tierno a la película de tal forma que se la perdona todo.

No puede faltar la historia secundaria del romance que surge entre un marinero ruso y una chica de la isla, un aspecto llevado con más ternura aún, en la que el amor se enfrenta a un futuro incierto, como tristemente sigue pasando hoy día en la juventud.

La película fue rodada en Mendocino (California), un lugar encantador en el que se adivina la armonía y tranquilidad de los habitantes que en la película queda reflejado. Hay imágenes realmente relajantes que Jewison muestra acompañándolas con el sonido de las olas del mar, por ejemplo, para saber que es un lugar donde no existen los sobresaltos; son detalles imprescindibles para enseñarnos ese mundo en paz, y que si llegan hasta allí una cuadrilla de marineros rusos, sólo puede ser por accidente y sin ninguna mala intención.

Una comedia de la que tendrás un buen recuerdo, puede que no sea extraordinaria en todos sus aspectos técnicos y artísticos, pero viéndola de chico como la vi yo, aunque ahora la vea más reposado, la sigo valorando, incluso más, por su sentido conciliador, por ese entrañable clima amable de la gente y por su estilo tan lejano a las estúpidas comedias de hoy día. Añoro ese microcosmos en el que la tirantez política no conlleva más que situaciones cómicas y enredos, y la sigo viendo sin que la edad ni los tiempos que corren logren marchitarla.
floïd blue
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21 de mayo de 2007
14 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un submarino ruso encalla en una costa norteamericana. Los tripulantes deciden salir a buscar combustible y, de paso, poder orientarse sobre su ubicación. De todo ello es encargado un pequeño comando, pero alguno lugareños han visto a los rusos y comienza a cundir la psicopsis de invasión, organizándose pronto una milicia cívica a cargo de un ex-combatiente.
Muy divertida que satiriza la guerra fría tan insistentemente mostrada en el cine de entonces. Spielberg en " 1.941" haría algo similar con los japoneses pero ya más mediocre.
Txiqui
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21 de enero de 2019
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Norman Jewison es un significado y por mí admirado director que tiene en su haber películas muy significadas y acertadas como “El rey del juego”, 1965; “En el calor de la noche”, 1967; “El caso Thomas Crown”, 1968; “El violinista en el tejado”, 1971; “Rollerball”, 1975; o “Hechizo de luna”, 1991. Pues bien, a Jewison se le ocurrió filmar en 1966 esta cinta “¡Que vienen los rusos”, adaptación al cine de William Rose de la novela de Nathaniel Benchley “The Off-Islanders” escrita en 1961.

Jewison acertó de pleno con esta comedia sobre un submarino ruso encallado en las costas de EE.UU. en plena Guerra Fría, cuando hablar de rusos o soviéticos era tabú y poco menos que mentar al ‘coco’, ‘el hombre del saco’ o peor: el msimísimo ‘demonio rojo’.

Pues bien, Jewison, con excepcional sentido del humor hace una película entrañable y humana sobre los rusos, a los que trata como personas cultas (entienden de música), gente normal que está muerta de miedo por hallarse lejos de su país. Es una obra que en ocasiones incita a la carcajada, pero sobre todo que aborda y ataca los prejuicios patrioteros tan en alza en los EE.UU. contra el gran enemigo comunista. Pues no, no eran enemigos y Jewison sabe dar a la trama un tono entrañable y sobre todo conciliador.

Sátira y buena onda frente a la psicosis colectiva que los norteamericanos vivían en aquella ya remota era de la Guerra Fría. Cuenta con actores muy buenos como Alan Arkin o mi admiradísima Eva Marie Saint, y una estupenda música de Johnny Mandel junto a una excelente fotografía de Joseph F. Biroc.

Aunque es una película para muchos de vosotros/as antigua, sigue resultando fresca y reconfortante. Un antídoto contra el rencor y la desavenencia. Como nos enseñara San Francisco de Asís en su emotiva oración que seguro Jewison conocía: “(…) donde haya odio, ponga yo amor,/ donde haya ofensa, ponga yo perdón,/ donde haya discordia, ponga yo armonía (…)”.
Kikivall
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19 de mayo de 2013
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás no haya mucha gente que recuerde el nombre de, Nathaniel Benchley (1915-1981). Su nombre lo conocí hace varias décadas, como el autor de la novela, “Welcome to Xanadu” (1968) en la que estuvo basada una modesta película que me impactó sensiblemente por aquellos años, titulada “Sweet hostage” (Dulce secuestro) en la cual un chico con trastornos mentales rapta a una joven con la que terminará teniendo un emotivo romance. La protagonizaban, Martin Sheen y Linda Blair, y fluía en la historia una sensible carga sentimental que logró llegar al alma del adolescente que era yo, entonces.

Supe después que, Benchley, celebrado autor de numerosas y aleccionadoras historias para niños (“Un fantasma llamado Fred”, “Sam el minutero”, “El pequeño lobo”…), era el padre de Peter Benchley, el famoso autor de “Jaws” (Tiburón), novela que Steven Spielberg convirtiera en un bombazo cinematográfico; y desde hace rato deseaba ver, <<QUE VIENEN LOS RUSOS>>, la comedia satírica y arriesgadamente pacifista que dirigiera el canadiense Norman Jewison, basada en su novela, “The off-islanders”, publicada en 1961.

A Benchley, se suma en este filme otro nombre relevante, el de William Rose, el excelente guionista de verdaderas joyas como, “The Ladykillers” e “It’s a Mad Mad Mad World”, entre otras, quien hizo una adaptación donde se resalta de nuevo lo descocada y guerrerista que es esta sociedad, pero cediendo luego el paso a la esperanza de que podamos un día coexistir pacíficamente los unos con los otros, sin importar lo que hayamos sido, sino lo que ahora somos y podemos llegar a ser.

Los personajes del filme de Norman Jewison, nos tocan con su calidez; con esa inocencia malinterpretada por el miedo; y con ese deseo rebelde de aflorar la agresividad reprimida, pero más aún de sentir que pueden vivir en paz con aquellos que, por razones políticas, creían sus enemigos.

El reparto es de primera línea: Carl Reiner (actor, escritor, productor y director), resulta magnífico como Walt Whitaker (mezcla de Walt Disney y de Tom Sawyer), el padre buenazo y medio despistado, que se siente tan a plenitud con su familia en aquel chalet de Glaucester, que no se imagina que pueda ocurrir nada negativo. Paul Ford, es el obstinado patriota, Fendall Hawkins, dispuesto a darse duro con los rusos como líder de la milicia cívica. Alan Arkin, en su primer rol protagónico, resulta tan conmovedor como John Philip Law, escépticos, ambos, de estarse echando encima a tantos enemigos por el simple hecho de necesitar un barco para poder irse como llegaron. ¿Y Luther (mi apreciado Ben Blue) si será capaz de traerse a Napoleón? Hermosa la manera como se recrea la propagación de los chismorreos; como se va formando una tormenta en un vaso de agua… y como se va desmontando todo aquel gran lío, más motivado por el fanatismo y el miedo que por cualquier otra cosa.

“Este es un momento precioso, pero transitorio. Es un pequeño paréntesis en la eternidad. Si compartimos con cariño, alegría y amor, obtendremos abundancia y alegría para todos... y entonces, este momento habrá valido la pena”. (Deepak Chopra)

Título para Latinoamérica: <<¡AHÍ VIENEN LOS RUSOS!>>
Luis Guillermo Cardona
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