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El misterio de Silver Lake

Intriga. Thriller. Drama En su apartamento de urbanización prototipo de Los Angeles, Sam (Andrew Garfield) anda por la vida muerto de aburrimiento. Ningún aliciente hasta ese día en que descubre a una nueva vecina sexy, deslumbrante, inquietante, misteriosa y, de repente, desaparecida. Y aún hay mayores rarezas esperando a Sam, porque por el barrio anda suelto un asesino de perros...
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Críticas 84
Críticas ordenadas por utilidad
8 de octubre de 2018
211 de 249 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escribo estas líneas de manera más o menos precipitada, a tan solo un día de haber visto esta estimable película de David Robert Mitchell en la sesión despertador de Sitges. La inmediatez de este análisis quizá conlleve cierta falta de profundidad, pero he preferido ser rápido antes de que se me esfumen las ideas que me ha despertado su visionado. Como muchos ya habrán hablado sobre el director (a mí It Follows ni fu ni fa), los actores, aspectos técnicos, etcétera, me centraré únicamente en una posible interpretación de la película (así que me voy directo a la zona spoiler).

Pero un consejo, no os la perdáis.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tylercito
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16 de noviembre de 2018
181 de 218 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Alguna vez lo has pensado, verdad?
Tuviste la sensación de que esa película, ese libro, esa canción, querían hablarte expresamente a ti, cual mensaje lanzado en botella, en un idioma que olvidaste al empezar a pagar el alquiler y preocuparte por ser aquello que llaman un adulto responsable. Era algo incierto, instintivo, que no alcanzabas a comprender pero te hacía sentir “conectado” a algo más grande.
Con el paso del tiempo, de los amigos, de las relaciones, de los trabajos, de las oportunidades, de las mañanas, de las quedadas programadas, te olvidaste. Pero seguiste conservando esos tesoros en tu cueva, por si alguna vez te volvías loco y te daba por partir en busca de respuestas.

‘Lo que Esconde Silver Lake’ es una exploración de esa sensación tan familiar, proveniente de la angustia “millennial” al haber nacido cuando todo está inventado, junto a la indolencia vital sobre un panorama sobrecargado de estímulos autodestructivos.
Sam navega esa sensación constantemente, siendo uno de tantos en la vasta ciudad de Los Ángeles, pero ya desde el inicio se advierte cuál es su problema para llevar una vida normal: está maldito con el don de fijarse en esas cosas que para otros pasarían desapercibidas. Para toda la fila esperando su latte macchiato matutino, el estridente graffiti del cristal es una minucia, si acaso una oportunidad para ver cómo se bambolea el escote de la encargada, pero para Sam es otra pista más.
Un indicio de que algo está pasando en la ciudad, de que alguien se mueve por la noche cuando nadie mira, de que el misterio se ahonda y susurra ser revelado. El misterio grandioso, ese que nos hará descubrir los “por qué”, los “para qué” y si formamos parte de algo.

En su casa, vemos que se ha estado preparando para ese momento: pósters cuidadosamente enmarcados de grandiosos clásicos ocupan las paredes, revistas y fotografías se amontonan en las esquinas, ídolos de juventud e industria miran desde las paredes.
David Robert Mitchell cuenta acerca de una generación adormecida (o varias), cómoda en su propia costra metareferencial, hablando de tal o cual ídolo con la idea de que eso le conformará una identidad, que se sienta a hablar de sus sueños espoleada por toneladas de “obras maestras”, pero deja para mañana el ponerse a conseguirlos: para qué, si puedo mencionar de mil formas distintas cada día lo mucho que me gustaría ser Kurt Cobain.

Entonces llega el “para qué” de Sam, o la musa prohibida, esa que desde siempre ha inspirado o movido a la acción: Sarah, su nueva vecina, viene rompiendo el encantador edén de la vecina hippie con su música pop chicle, convirtiendo la piscina en un espacio incierto y seductor, como si nunca ninguna mujer en la historia hubiese llevado un bikini blanco y pamela a juego.
De repente Sam encuentra una nueva obsesión lejos de las sustentadas en televisiones o reproductores de música, tal vez porque se antoja una estrella de cine trasplantada a la realidad (el parecido a Marilyn Monroe no es casualidad), y se esfuerza por provocar un encuentro “accidental” con galletas de perro, finalmente llegando hasta el lado más privado de sus gustos y su intimidad… para, de la noche a la mañana, perder toda pista de que alguna vez esa chica desafiaba la plomiza rutina con el blanco de su bikini asomando entre las rendijas de su persiana.

Lo que sucede a partir de entonces, la investigación del misterio en un Los Ángeles al borde del surrealismo, es pistas que llevan a casualidades que llevan a fortuitos descubrimientos que llevan a submundos donde la belleza es una meta, el arte la puta a su servicio y el placer solo es válido si a la mañana siguiente estamos a esto de no amanecer para contarlo e instagramearlo.
Mitchell usa y abusa, superpone piezas de un puzzle que a lo mejor no termina de encajar, pero muestra fielmente cómo hemos ido parasitando poco a poco cualquier rastro de brillantez pasada, y la servimos en preciosísimos platos de exposición donde el más tonto es el que todavía no te ha invitado a su exposición/recital/concierto/meeting para el café.
Lo fascinante ya no es el misterio, y pasa a ser cuán más profunda puede llegar la madriguera del conejo.

Sam se patea la infinita extensión de Los Ángeles, letras de glamouroso Hollywood siempre al fondo como mala película de los años 20 (con finísima banda sonora a juego), y nunca parece estar más cerca de Sarah, sino dándose cuenta de que en esta ciudad, en este mundo, no hay nada tan bueno como para ser encontrado de casualidad.
Todo es una regurgitación forzosa de una fotocopia cuqui (porque la dulce Janet Gaynor pese a las reposiciones sigue muerta) o la triste realización de que guardas revistas de Nintendo Power del año cachipúm porque eres un nostálgico encantador/patético según el momento, y los videojuegos de Super Mario te dijeron que algún día tendrías que ir a buscar tu princesa a otro castillo.
Las canciones de rebeldía estaban escritas y comercializadas antes de ser tus himnos, y por eso las viejas películas en blanco y negro tienen una pureza inigualable, rodadas en tiempos donde todo lo que merece la pena todavía era felizmente accidental. Tal cual como las galletas saladas con zumo que consume Sarah, mencionando “es uno de esos sabores inusuales aún por descubrir”…

El trauma de Sam, de haberlo, es descubrir que la belleza ya no existe, aunque la persiga y busque.
Actualmente no hay manera de conocerla de verdad, ni manera de conservarla por mucho que te digan, ni manera de atesorarla por mucho que insistas en guardar hasta la última mierda que te toca en los cereales.
Quizá por eso los misterios han dejado de tener la gracia que tenían antes, y los dejamos estar para no acabar llegando a la más absoluta nada que adornan.
Pero qué bello sigue siendo descubrir a tu manera, de vez en cuando, un sabor inusual que no habías visto u oído ya. Eso, cuesta darse cuenta, sigue siendo lo que te reconcilia con el mundo cuando este te ha decepcionado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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18 de enero de 2019
135 de 213 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué esconde Silver Lake?... De verdad que alguien me diga ¿Qué esconde? No es surrealista, ni entretenida, ni buena. Nos enfrentamos a un esperpento absurdo, destinado a intelectuales de esos que van a cenas, y les sirven vino de garrafa en botella cara dentro de copa fina, y ellos, grandes someliers de barra de bar, destacan sus complejos matices que evolucionan en boca.

Mis gónadas ya no pueden soportar tanta estupidez estúpida, tanta oligofrenia de alfombra roja. Quiero cine, necesito cine. Un lugar donde se cuente una historia bien narrada, como siempre se hizo, alejada del despropósito incoherente en que estamos situando el entretenimiento visual cinematográfico.
LEUGIM
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21 de agosto de 2018
84 de 111 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Robert Mitchell presenta su nueva película tras sorprendernos con It follows. Se trataba esta de una excelente película de terror. Una premisa original, un ente que sigue a su víctima a paso lento y que se transmite manteniendo sexo, apoyada por una dirección impecable. Mitchell se reveló como un joven talento que supo asimilar los códigos de estilo de los 70, sobre todo del maestro John Carpenter, para mezclarlo con un estilo propio que ya ha dejado su huella en la generación del nuevo milenio. Además, la metáfora de la presencia amenazante como el angst adolescente mostraba igualmente un guionista que evitaba caer en explicaciones obvias, en repeticiones ni en revelaciones evidentes.

En su nueva película, Mitchell vuelve a asimilar unos códigos de dirección clásicos para readaptarlos a un público joven. Esta vez se decantanda por los años cincuenta, sobre todo en Hitchcock, como nos lo confirmará una tumba a mitad de película. Lentas persecuciones con planos que se superponen entre corte y corte recuerdan a Vertigo. Pero también tenemos a un interés amoroso que imita a Marilyn Monroe en la piscina o un protagonista rebelde que en el último plano emula a James Dean. Janet Gaynor hace aparición y cada apartamento está plagado de pósters de películas. Así, continuamente, innumerables referencias captan nuestra atención sepultando el alma de la obra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
harryhausenn
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3 de enero de 2019
37 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué quieres que te diga? Yo también salí aturdido de la sala. Tenía grandes expectativas depositadas en el director de It Follows. No sé qué te parecería ese film, pero a mí me flipó dentro del contexto del género de terror. A muchos carcas les pareció una idea tonta. Pero tíos, ¿el guion? ¿La forma de cómo está grabada? ¿La atmósfera? ¿Todas las metáforas que hay detrás? [¿Es el sexo el descubrimiento de nuestra mortalidad y pérdida de nuestra inocencia?]. Pero volvamos a Under the Silver Lake. Cuando fui a verla me esperaba ideas ocultas, me esperaba secretos, metáforas… quizás no una dosis tan gratuita de surrealismo. No esperaba esta mezcla de neo-noir con toques de comedia, thriller, y surrealismo, más surrealismo.

Mucha gente ha nombrado aquí referencias a David Lynch y concretamente a su película más famosa y controvertida: Mulholland Drive. No voy a meterme en esos surcos. No soy un experto de la obra de Lynch. Lo que sí puedo decir es que lo que veo yo aquí es una apuesta muy personal de David Robert Mitchell. No sé cómo coño ha conseguido producción para una obra tan propia. Está claro que el tío ha intentado lograr algo original y de culto. El tiempo nos dirá si finalmente lo consigue. Lo que sí creo es que en esta película se vuelven a tratar algunos temas que ya comenzaron a cobrar forma con It Follows.

Sobre el argumento, en el apartado de spoilers lo desmenuzaré. Aquí me limitaré a concluir que, a nivel técnico, a nivel de fotografía, de planos, de interpretaciones, de guion, de producción, de atmósfera, de originalidad, la película me ha parecido brillante. Se agradece que de vez en cuando aparezcan films que se arriesguen, que apuesten fuerte, que nos hagan pensar, sean tan personales, tan únicos y tan propios. A este nivel me ha gustado. Ahora vamos a darnos un baño por el argumento de Silver Lake, porque aquí es donde está la controversia, aquí es donde los que se frustran ante una película que consideran absurda, y pretenciosa se enfrentan a los que encuentran en ella una obra maestra del surrealismo con un mensaje exquisito. Sinceramente no creo firmemente ni en una cosa ni en otra. Vamos a tratar de analizar qué esconde verdaderamente Under the Silver Lake.

A parte de las líneas generales que voy a exponer a continuación, la película está repleta de simbología complementaria que todavía resulta más difícil definir. A continuación os resumo las principales:

El asesino de perros: No aparece explícitamente en la película, tan solo aparece representado por sombras, en los sueños de Sam y referido constantemente mediante el mensaje “Beware de dog killer”. Un punto muy interesante que se ha comentado es que, al principio de la peli, aparece escrito este mensaje en la cristalera de un restaurante, sin embargo, al estar pintado en la parte de la cristalera que da a la calle y al estar la cámara dentro de la tienda, el mensaje se lee al revés. Y, dado que “dog” al revés es “god”, quizás el asesino de perros es una metáfora del asesino de dioses o ídolos, que al final tiene mucho que ver con sobre lo que va el film. Todos los sueños en los que Sam observa a Sarah comportándose como un perro o devorando a uno, también estaría alineado en este sentido. Finalmente, en una conversación con la hija del multimillonario desaparecido, ésta le dice, refiriéndose al asesino de perros, "si asesina a perros, ¿que será capaz de hacer a los humanos?"

La mujer búho: El búho es un animal asociado con la sabiduría. ¿Podría ser que la mujer búho asesinara a sus víctimas porque saben demasiado? ¿Representará a la sociedad, a parte de ella o a un organismo gubernamental persiguiendo y eliminando a los que saben más de la cuenta?

Las actrices o la chica de los globos: ¿Puede ser que representen el mundo del arte, corrompido y degradado por la necesidad, esclavizado por el dinero y el sexo?

Otras simbologías, como el rey vagabundo o el pirata, resultan más ambiguas.

Es imposible definir y apreciar toda la simbología en Under the Silver Lake. Ésta es complicada, aunque estoy seguro de que toda tiene su significado. Es por ello que comprendo que muchos críticos la tachen de pretenciosa, hecha para ser una película de culto, pero, sin duda, no me parece absurda. Se trata de una película bien hecha, con un argumento polémico, y que, como ya he comentado, será el tiempo el que determinará si su contenido es capaz de flotar entre las grandes película del siglo XXI o se hunde irremediablemente en el fondo de un lago de indiferencia.

So what? De qué va todo esto? La peli nos presenta a joven de treinta y tres años sin trabajo, viviendo en Los Angeles por encima de sus posibilidades, en un piso que no puede pagar, y despreocupado e indiferente antes todas estas realidades. Sus creencias y sus valores podrían ser los que se esperan de la generación millenial, adorando a los ídolos de hoy en día, sumido en una búsqueda inconsciente de la belleza, distraídos por el sexo, despreocupado por el significado de la vida, sus responsabilidades o su futuro. Aunque, si algo caracteriza al protagonista, es la curiosa cualidad de buscar mensajes ocultos, misterios y conspiraciones por donde quiera que va. Esto se ve claramente cuando explica sus papeles sobre el estudio de los movimientos de los ojos de una presentadora de televisión. Llegados a este punto, considero interesante destacas dos cosas que muchos expertos creen deducir y consideran importante resultar:

1) Por un lado, los jóvenes millenials no buscan convertirse en sus propios ídolos. Adoran a una selección de estrellas de la música y celebridades a la que no aspiran a convertirse pero que, sin embargo, les confiere su propia personalidad. Los millenials no hemos luchado en ninguna guerra. Nuestra personalidad se define, en muchas ocasiones, por quien admiramos más que por quien somos. El protagonista vive su vida a través de una ventana, observando a los vecinos por puro aburrimiento.
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LuciusHunt
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