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El ojo público

Intriga. Thriller. Cine negro Nueva York, 1942. Leon Bernstein es el mejor fotógrafo de sucesos de la ciudad, sobre todo porque consigue llegar al lugar del crimen al mismo tiempo que la policía. Sus fotos siempre muestran el horror y el pánico que los demás desean ver. Cuando la atractiva viuda Kay Levitz, propietaria de un elegante club nocturno, le pide ayuda contra la mafia, que la presiona con las deudas de su difunto marido para que venda su negocio, Bernstein accede. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 15
Críticas ordenadas por utilidad
29 de marzo de 2008
30 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta extraordinaria película está inspirada en la vida de Arthur Fellig, perteneciente a una familia judía centroeuropea que emigró a los EE.UU. a principios de siglo. Después de estudiar para rabino, trabajó en distintos empleos hasta llegar a ser un famoso fotógrafo de prensa. Adquirió fama por las apariciones en los escenarios de crímenes antes que la policía. Parece que fueron medios policiales los que le aplicaron el pseudónimo de Weegee, que proviene fonéticamente de la "ouija". En el film Weegee es León Bernstein (Benzi), y se narra una historia ficticia pero que, en lo que se refiere al trabajo fotográfico, es rigurosamente cierto y las excepcionales fotos que aparecen son las de este fotógrafo excepcional, que inmortalizó la vida noctura de New York no solo del hampa sino de las familias pobres, de los negros, los clubes nocturnos etc. El libro de fotos que aparece en el film fue efectivamente editado y de sus trabajos se han realizado numerosas exposiciones en todo el mundo. Hace pocos años, también en Madrid.
Ralca
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14 de febrero de 2008
29 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay un genero en el que está todo inventado, y es difícil aportar algo sin tener la sensación de haber visto la misma historia cien veces, es el que corresponde a una película de gansters. El ojo público pertenece a la vertiente más clásica, como las de James Cagney con coches negros iluminando la noche, metralletas Thompson y tugurios de apuestas con Sterling Hayden. Como suele ocurrir en este tipo de argumentos, la trama que sirve de telón de fondo es bastante recurrente, aunque lo cierto es que el punto de vista de un fotógrafo es novedoso.

Sin embargo, el mejor ingrediente es la pareja protagonista: Joe Pesci se basta y sobra para dar credibilidad a un personaje sobre el que se construye toda la película, dando calor a un papel que nada tiene que ver con lo que nos tiene acostumbrados (o al que le han encasillado). Y la atractiva Barbara Hershey recreando en carne y hueso un arquetipo haciéndolo creíble está admirable.

Sumen las fotografías en blanco y negro, Stanley Tucci de secundario, una banda sonora simplemente perfecta...

Mézclenlo con una gran ambientación (sin necesidad de gastar una fortuna como en Cotton Club), y la frialdad de una ciudad americana años cuarenta, reflejando una hostilidad que no recordaba ver desde La jungla de asfalto.

Y una vez se ha mezclado y apurado, observen la sensación que les deja en el cuerpo cuando van saliendo los títulos de crédito... Una película en la que si hubiese estado implicado como director alguno de los apellidos que fácilmente podemos imaginar, habría tenido una acogida espectacular en cuanto a público y crítica. Pero la verdad es que a esta cinta no le hace ninguna falta: cada uno de los elementos citados se pueden lograr por separado en otras películas, pero en la que nos ocupa la sensación de acierto y tiempo bien aprovechado que deja está al alcance de unas pocas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ángel
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15 de febrero de 2008
25 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las miserias de la ciudad desnuda atravesadas por el ojo de un artista: un reportero de sucesos, despreciado por la jet, por la intelligentsia, por los arrastrados que comen las migajas, pero a él no le importa, se mantiene en pie exhibiendo el mundo de los miserables, siendo él mismo un héroe y un canalla más.

Da pena ver a este gran actor en muchas películas mediocres o repetir hasta el hartazgo su gran personaje desaforado creado por Scorsese en Uno de los nuestros y Casino.

Más pena da verle aparecer en la recta final de El buen pastor, que dirigió De Niro. Si no fuera porque estaba esperando su aparición, hubiese pasado de largo por lo breve de la secuencia y por su estado irreconocible, prematuramente envejecido, como si estuviese superando grave enfermedad o incluso a punto de caer para no levantarse más.

No os perdáis la versión original: auténtica proeza esa vocalización con el puro en la boca. Y la voz cuando se quiebra cerca de la chica... y en los diálogos formidables con su viejo amigo.

Podemos volver una y otra vez sobre esta obra maestra, rara avis en la trayectoria del director y en la de Bárbara Hershey.

Desde los créditos, fotografía y banda sonora ya crean la atmósfera precisa para invitarnos a descubrir una visión completamente diferente de la penuria social americana de los treinta-cuarenta, la activa participación de la prensa canallesca y la influencia de las mafias; y encima con el apasionante añadido de mostrar la corrupción institucional en tiempos de guerra.

Tiene secuencias y momentos musicales que vienen a mi mente una y otra vez.

El ojo público, la mirada de un pobre fotografo que es un gran artista aunque parezca un pobre tipo arrastrándose entre espinas por uno poco de dinero o por la caricia de la mujer más bella e inalcanzable del mundo.

Aquí está el mejor Pesci, digno de mil premios que no recibió: duro, tierno, fuerte como un roble, débil como un niño, audaz como un adolescente, valiente como un hombre enamorado.
horacio
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24 de enero de 2012
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El protagonismo en esta película lo asume nuestra mirada.
La fotografía nos interpela en ella: ¿Nos duele, nos deja indiferentes? Nos fascina.
Es a través de nuestro ojo y nuestra mirada en gran parte como percibimos el mundo, aprendemos y sentimos: En blanco y negro, gama de grises o en color.
La realidad está ahí: La belleza, lo claro y oscuro. Lo sublime y lo trágico. Y del valor que puede tener una imagen fotográfica en nuestro mundo: Tanto si es real como manipulada.
Todo ello a punto para verlo y captarlo.
Y ahí queda la reflexión que nos propone esta película magníficamente interpretada y con mención honorable para la fotografía e iluminación.
Soloseke
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13 de octubre de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El debutante Franklin se arriesga con una película de cine negro, en el asolado desierto de Hollywood. El resultado, excelente, nadie diría que ha sido fabricado en la "fábrica de los sueños".
"El ojo público" homenajea, reivindica y crea propio cine negro con astucia y estilo. Muy acertada de atmósfera y tono, con cierta densidad en la trama (a veces un tanto confusa pero siempre fascinante), remite con decisión y convencimiento a los años 40 dónde la Mafia reinaba en las calles y los crímenes eran el pan nuestro de cada día. Precisamente el protagonista es un fotógrafo independiente y desencantado que se gana la vida gracias a los más luctuosos sucesos, escándalos y crímenes. La interpretación que hace de él Joe Pesci es absolutamente soberbia, llena de personalidad y matices, inolvidable, ataviado con un mal y gran puro en su cara pequeña, con un traje discreto, un sombrero y una cámara de artista, lo que supone el motor de arranque de una película que convence y vence a tanta mediocridad de su tiempo. Hubiera podido ser una obra maestra si algunos aspectos hubieran estado trazados con tiralíneas (en especial la historia de amor, amarga e imposible, como las auténticas del cine negro, entre el pequeño y feucho Pesci y la bella y fascinante Hershey), si el cinismo y el pesimismo hubieran conmovido, pero no es poco que Franklin haya hecho de "El ojo público" una admirable y magnífica película, insólita en su tiempo, por no pocos detalles precedente de la compleja y maravillosa "L.A. Confidential". Son dos de los oasis del Sáhara americano o de "la fábrica de los refritos soñados", como prefieran.
kafka
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