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Ricardo III

Drama En la segunda mitad del siglo XV, en Inglaterra, estalla una guerra civil: la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485) entre la Casa de Lancaster (rosa roja) y la de York (rosa blanca), que será el último enfrentamiento entre el absolutismo real y la nobleza La victoria de Mortimer Cross desplazó del trono a los Lancaster y Eduardo IV de York, fue proclamado rey. A su victoria contribuyeron sus hermanos Ricardo de Gloucester y Jorge ... [+]
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
12 de abril de 2010
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la realización previa de "Enrique V" y "Hamlet", Laurence Olivier produce, dirige y protagoniza la presente película, con la que cerraba su trilogía dedicada a Shakespeare, cuyas obras tantas veces había representado en teatro.

La historia que cuenta "Ricardo III" contiene todas las virtudes clásicas de los dramas shakespearianos, esto es, un desolador retrato de las más bajas pasiones humanas, que afloran siempre cuanto más cercano y mayor es el poder que las anima, en este caso el trono de Inglaterra. Otra de las cualidades características de las obras del genial dramaturgo es la importancia y centralidad que en ellas tienen los malos; en efecto, a Shakespeare debemos varios de los mejores malvados de la literatura universal, siempre consumidos por la envidia y espoleados por el orgullo y la ambición de poder.

La mayor virtud del filme estriba en el respeto con que el espíritu original de la obra es llevado a la gran pantalla, y especialmente en la brillantez con que son interpretados los principales personajes, lo cual debe agradecerse a un reparto excelente, con grandes figuras. Aparte de la interpretación del propio Olivier, buena como siempre, destaca enormemente la labor de Ralph Richardson, que encarna al Duque de Buckingham con gran acierto y contención. Entre los secundarios cabe señalar la presencia siempre estimulante de John Gielgud, mientras que la interpretación de Claire Bloom resulta, a mi parecer, un tanto impostada.

Formalmente, la película posee el añejo encanto que confiere el cartón piedra, profusamente empleado en los decorados, y goza de un vestuario lleno de colorido y gracia. La puesta en escena es teatral, por lo que la labor de realización queda subordinada a los efectos característicos de aquel medio artístico. Así, cuando el personaje principal realiza un aparte, una cámara le sigue y enfoca exclusivamente, y es a ella a la que se dirige Olivier en sus soliloquios. Más original resulta la decisión de mostrar el carácter sombrío y la maldad que caracterizan a Ricardo enfocando su sombra, circunstancia que se repite cuando va a cometer o instigar una villanía. En cuanto al guión nada que objetar, puesto que lo escribió Shakespeare y aquí nos es presentado con leves recortes, sin alterar la historia que se narra. La fotografía no aporta matices de ningún tipo, y sin ser mala tampoco merece mayores comentarios.

Por último, mientras veía las secuencias finales de la película, que narran la batalla de Bosworth (por cierto, bastante pobremente filmada), me sorprendió la extrema sequedad de los exteriores, que para nada se correspondían con la idea que uno tiene de la campiña inglesa. La abundancia de espinosos cardos y polvorientas encinas me hizo sospechar que la contienda se libraba en tierras no muy lejanas. Una breve indagación confirmó lo que ya intuía: Bosworth es La Mancha. En fin, qué grande Shakespeare, y qué ancha Castilla.
Quatermain80
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24 de junio de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Laurence Olivier ya había dirigido, e interpretado a la vez, sendas adaptaciones shakesperianas como “Enrique V” (1944) y “Hamlet” (1948). Unas décadas más tarde Kenneth Branagh haría otro tanto con ambas, más oportunistas y con un cierto aire de descaro.

En “Ricardo III”, dirigida en 1955, Olivier intenta ir más allá de la grandeza sublime del texto, trasladando su complicada prosa a los dogmas cinematográficos. A su vez se reviste del tullido y codicioso Duque de Gloucester que en tiempos de paz, después de las crudas batallas entre las rosas de Lancaster y York, urde un maquiavélico plan para alcanzar la corona, a pesar de una inmensa joroba y una pesada cojea que le corrompen su ser hasta tal punto que le han convertido en un frío y despiadado monstruo, nada agradable a la vista del resto de miembros de la corte.

Así Ricardo asistirá a la coronación de su hermano convertido en Eduardo IV, Rey de Inglaterra (Cedric Hardwicke). Para desembrazarse de sus próximos con el fin de alcanzar, maquina una conspiración contra su otro hermano, George, el Duque de Clarence (John Gielgud), encerrándolo en la Torre por orden expresa del Rey, que Ricardo le ha convencido, según una profecía, le arrebatará el trono. Pero aún le queda el heredero directo al trono, el hijo de Eduardo, Edward (Paul Huson), príncipe de Gales y que tiene a Ricardo como tutor, después de la muerte de su padre. El plan sale según lo previsto, se casará con Lady Anna (Claire Bloom), viuda de Edward de Westminster, asesinado por las fauces del Duque de Gloucester, para abrirse camino a sus pretensiones de acceder a la Corona de Inglaterra.

Salvo los exteriores rodados para recrear la batalla final de la sublevación de los Richmond contra Ricardo III, Olivier siempre rodó en interiores, simulando en los decorados espaciosos y fríos de la corte inglesa. Permitió que el resto de actores (sobresalientes Bloom, Hardwicke, Gielgud y Richardson) obraran con gran libertad de movimientos, reservándose eso sí planos de importancia en lo referente a las características intervenciones y monólogos de su pérfido personaje (mirando siempre a la cámara para buscar la complicidad al espectador).

Cuarenta años más tarde, en 1995, Richard Loncraine (Firewall) dirigió una libre adaptación de la misma obra interpretada por Ian McKellen y Annette Bening, rodeada por una turbia atmósfera pseudofascista que obtuvo admirables críticas.
Natxo Borràs
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17 de mayo de 2021
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
164/24(17/05/21) Notable versión de la icónica obra homónima de 1597 del Bardo de Avon, producida, dirigida y protagonizada por Sir Laurence Olivier, la considerada obra definitiva sobre monarca-villano. Producción británica en Technicolor y Vistavision, que aun siendo fiel a Shakespeare añade algunas alteraciones en pos de su fluidez y recortar metraje (la obra íntegra es más de 4 horas), añadiendo elementos de su Enrique VI, parte 3. Olivier cierra con esta su particular trilogía shakesperiana en la dirección (protagonizó el Othello de Stuart Burge en 1965, fue voz en off en el “Romeo y Julieta” de Zeffirelli de 1968), habiéndolo hecho en sendas adaptaciones de “Enrique V” (1944) y “Hamlet” (1948). Esta que me ocupa, tiene además de la majestuosa interpretación de Olivier (por la que fue nominado por quinta vez al Oscar, perdió ante Yul Bryner por “El Rey y yo”), un elenco de apoyo sensacional, incluido un cuarteto de actores luego fueron nombrados caballeros (Olivier, Ralph Richardson, John Gielgud y Cedric Hardwicke).

Es un relato con claro sabor teatral, remarcado por decorados construidos en los Sheperton Studios se solazan en ser cartón piedra (excepto su rush final de la Batalla de Bosworth), escenarios ampulosos que sirven para dar rienda suelta a las acotaciones, todo está subordinado a potenciar la fuerza expresiva, con una formidable pléyade de actores moviéndose con libertad ante una cámara que recoge mayormente en planos abiertos la acción (cual si fuéramos espectador en la platea), con monólogos en primer plano remanentes de las tablas (donde se ansia la empatía por la cercanía con el espectador que se erige en su confidente), y donde sobre todo se hace una Homérica semblanza de la Maldad pura encarnada en el probablemente más grande villano escrito, un ser que en su físico lleva escrita su deformidad en el alma, un maquiavélico psicópata que no duda en acabar con el que se le cruce por medio para alcanzar su objetivo de la corona de Inglaterra, conspirando, mintiendo, traicionando, secuestrando, con infanticidios, uxoricidio, asesinatos por doquier, ello en un retrato que no es real, fue la visión que su sucesor en la corona le interesó ‘vender’ para ponerse él como el héroe que acabó con el Malo-malísimo.

Laurence Olivier nos regala un retrato de personalidad ‘More Than Life’, un genio de las conspiraciones palaciegas, un maestro de ceremonias de circo, capaz de hacer moverse en equilibrio diferentes maquinaciones viles, cual funambulista crea su obra maestra del arribismo, donde los sentimientos morales ni están, ni se le esperan. Ello con una arrolladora actuación Magna del propio Olivier desbordando una labia viperina, carismático hasta desbordar la pantalla, utilizada tanto para matar como para enamorar de forma turbadora a una viuda ante el féretro de su marido. Encarnación épica, un egoísta y envidioso emitiendo toda una gama de emociones, paranoico, arrogante, iracundo, ilusionado, un preso de sus más bajas pasiones, acomplejado por su físico, y al que se le sabe dar un final digno, fuera de la caricatura. En aras de la autenticidad, Olivier pasó tres horas todos los días para aplicar el maquillaje pesado y complejo. Son las mismas prótesis que usó en el escenario, incluida una nariz falsa, espalda encorvada, mano falsa y peluca negra de paje. Su perfidia acentuada por el modo expresionista en que el DP checo Oto Heller (“Ladykillers” o “Alfie”), lo expone subliminalmente en algunas escenas como una sombra tétrica (propia del “Nosferatu” de Murnau), con muchas escenas presentado y despedido cual figura oscura sobre la pared y suelos, ello en un crescendo alegórico conforme asciende en su poder en la corte, siendo muy metafórica (e imaginativa) como cuando se gana con su retorcida labia a Lady Anne en su dormitorio, donde la sombra de Ricardo devora a la de la mujer, cual sublimación de la vampirización depredadora, algo similar a lo que ocurre en un entente con el Duque de Buckingham, donde las sombras de ambos se unen. Para la producción teatral, Olivier había modelado parte de la apariencia del rey de los ladrones en un conocido productor teatral en ese momento, Jed Harris, a quien Olivier llamó "el hombre más repugnante que había conocido". Años más tarde, Olivier descubrió que Walt Disney, también había utilizado a Harris como base para Big Bad Wolf en la película Los tres cerditos.

Ricardo III se sitúa en medio de la Guerra de las Rosas en el siglo XV. Inglaterra ha soportado años de conflicto entre grandes casas rivales por el derecho a ostentar la corona inglesa, y ahora el rey Eduardo IV, adherente a la Casa de York, domina toda Inglaterra. Sin embargo, es un anciano con problemas de salud, y cuando la película comienza, su breve reinado ya ha entrado en sus últimas horas incluso cuando ve su amanecer. Iniciándose la película con la coronación de Eduardo IV (aquí los tiempos se comprimen con respecto a los reales), que en realidad pertenece a la última escena de Enrique VI (parte 3), donde se nos presenta Ricardo con un monólogo abrasante (“… Ahora es el invierno de nuestro descontento"). A partir de aquí se despliega la Titánica personalidad del protagonista que cual metástasis impregna todo el relato, donde diferentes personajes van cayendo bajo su (artero) influjo, donde con una máscara de bondad va enredando a unos y a otros.

Olivier es un Tótem que opaca casi por completo a los demás. Por lo que destaca como hay algunos se hacen sitio, como Ralph Richardson como el principal cómplice de Ricardo, demostrando en su parca expresividad un mundo interior marcado exteriormente por matices y sutilidad se trasluce en su mirada, muy bueno; Cedric Hardwicke desborda sentimientos con su Rey Eduardo IV; Claire Bloom exhibe con su apocada Lady Anne una perturbadora relación con Ricardo, viéndose como una mosca que gradualmente cae en la telaraña forjada por Ricardo, la vemos desintegrarse ante su verborrea, excelente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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5 de febrero de 2015
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando ví esta película a finales de los ochenta, creo que de las primeras en versión original, se consideraba la mejor versión de una obra de Shakespeare, al margen de la obra magna de Orson Welles "Campanadas a medianoche". Realmente de las tres adaptaciones de Laurence Olivier, que ví muy cercanas en el tiempo y en orden cronológico, es la que más me gustó. Tiene el colorido de "Enrique V" y la sobriedad de "Hamlet" y esta combinación, junto a sus indudables magníficas interpretaciones, me resultó altamente gratificante por lo que estuve de acuerdo en esa apreciación..
Con el paso de los años, ha habido muchas más adaptaciones de obras de Shakespeare, tanto fieles como libres, y creo sinceramente que muchas la han superado. El experimento de Al Pacino con "Looking for Richard", por ejemplo, me resultó fascinante.
Es una pena comprobar que con el paso de los años algunas obras se superan. Esa licencia de rodar en una Castilla seca y marrón lo que tendría que ser unos campos húmedos y verdes (como sabemos gracias a "Braveheart", o porque sencillamente hemos viajado) es un ejemplo de lo que antes tolerabamos y ahora nos parece un error imperdonable.
Por otro lado, al margen de que tiene una puesta en escena cinematográfica pretendidamente teatral -parece una contradicción per no lo es- el ritmo decae en algunos momentos, seguramente más por el cambio que hemos experimentado como espectador del S.XXI que no porque está más realizada, pues en muchos aspectos sigue siendo modélica.
waldeker
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16 de febrero de 2014
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sobredosis de Shakespeare viene de la mano de alguien que se nota que amaba al gran dramaturgo, Laurence Olivier, que encarna al nefasto Ricardo y que hace las veces de director de la película, aunque en esta faceta diría yo que no de forma tan talentosa como en la de interpretar al monarca. No es una película para todo el público, las consecuencias de tanta altanería en las formas verbales y la grandilocuencia de las intervenciones puede llegar a hartar, tal cual si posicionándonos ajenos a la obra de Shakespeare le metiéramos mano por primera vez. Yo la verdad es que al principio he asimilado con benevolencia la pomposidad de los diálogos, pero no negaré que pasada la primera hora me ha acabado de saturar tanta altisonancia verbal.

Dicho esto, el que adore la obra de Shakespeare no debería perder más tiempo, esta película es ideal para sus seguidores, quedarán satisfechos y encontrarán motivos suficientes para su regocijo, se trata de dos horas y media que abarcan el ascenso y la caída de Ricardo III. Muchos minutos de intrigas palaciegas con un retrato estupendo de la falta de escrúpulos del ser humano cuando de lo que se trata es de abalanzarse a lo más alto del poder. No hay lugar para reparos: traicionar, mentir y asesinar, todo cabe. Y para ello, un pedazo de actor, como la copa de un pino, de diez... Pero la película en sí misma es otra cosa, y es que es muy cierto que para los que nos hallamos distanciados de Shakespeare y su obra este "Ricardo III" es simplemente excesivo, una pasada, tanto que llega aburrir.

Otro tema son los interiores de cartón piedra, me gustan, me encantan y hasta me enamoran. Aquí cubren la mayoría de escenas, todas maravillosamente filmadas. Pero ay!! esa batalla en el exterior!!! Por favor, qué estropicio, qué lamentable!!! Si eso en lugar de la campiña inglesa parece Almería!!!
Luisito
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