El mundo es ya una mezcla y debemos alegrarnos de ello. Pero esta mezcla, de momento, no ha empastado de forma adecuada. En las grandes ciudades se ejemplifica esto de maravilla: hay un barrio para cada etnia, o una calle dentro del barrio. Son todavía minoritarios, aunque muy emblemáticos, los sitios en donde todas conviven compartiendo el mismo espacio. De eso se habla en “Crash”.

Me parece una hermosa película. Deja un regusto de amargura, y, al mismo tiempo, contiene un mensaje de optimismo. Las apariencias nos indican lo peor: la segregación racial, la xenofobia, el miedo hacia el diferente… Actitudes sociales a caballo entre la defensa y el ataque, que hacen que el mundo sea peligroso para todos, a veces inhabitable. Pero por debajo late un sustrato común difuminado bajo el evidente color de la piel y el apego a unas ciertas formas culturales. Y ese sustrato tiene también mucha fuerza. Tal vez en otro tiempo el segundo le gane la batalla al primero.

Y la película tiene otra virtud: su impecable estructura formal. La fotografía es magnífica, y el guión sabe crear una red envolvente que nos atrapa desde el primer momento. Pequeñas historias que se entrecruzan en una misma ciudad y que están protagonizadas por seres con problemas, cuyo origen está siempre en los demás, en esos otros que, a su vez, también tienen problemas. El enredo es sutil, tejido con matices y contado con la perfección y la brillantez que era necesaria para que nada se disperse y todo encaje. No en vano el director, Paul Haggis, autor del guión de “Million Dollar Baby”, ha sido cocinero antes que fraile.

Un amplio reparto se encarga de darle vida a las ideas. Todos están magníficos.

La película ganó tres Oscar en 2005, y sigue vigente y perfecta.