"¡La madre que os parió!" vendría a ser la traducción desde el inglés americano de "Mother!"...
Últimamente he visto películas que se ceban con ciertos mitos que nos atañen. Que atacan directamente, de forma sumamente estúpida, a ciertas directrices que han alimentado nuestra sociedad desde tiempo inmemorial. Darren Aronofsky debe ser uno de esos anormales que disponen de los medios en una América que resulta, cada vez más, de lo más simple e infantiloide a la vista de la basura que generan con aires de grandeza y de una intelectualidad que es puro artificio y tontería. Es como si el fin de los tiempos les hubiera cogido en pañales y no les quedara más remedio que ser redimidos por sus héroes de Marvel. Es decir, por una quimera.

Ariana DeBose acaba metiéndose en tus papilas gustativas al ritmo de una búsqueda al límite de la excelencia gastronómica que raya en el delirio. He oído críticas sobre la falta de desarrollo y profundidad en la idea que se trata de mostrar y con las que no me identifico, pues la propuesta culinaria y fílmica queda servida, haciendo perdurar su sabor salvaje y tribal una vez acabada la cinta.

A lo largo de la historia del cine, algunos actores han modificado sus cuerpos peligrosamente para adaptarlos al papel requerido. En este estúpido film han querido aprovechar el enorme cuerpo de Crowe para adaptarlo rápidamente a una película. Lo han hecho con prisas y sin talento alguno. He desistido de seguir viéndola cuando por ejemplo, en medio de un atasco monumental, hay un carril vacío —fíjate qué casualidad— para que los dos coches protagonistas tengan una persecución pretendidamente frenética. Y esto no es spoiler, que es una advertencia para que dediques tu tiempo a asuntos más provechosos para la inteligencia.

Una simpática versión de apocalipsis zombi. Una versión francesa, intelectual y reflexiva por tanto, que deja a los zombis en un segundo plano. Un ejercicio de soledad, manual de supervivencia y gestión de la existencia.

Esta cinta de Terrence Malick es un absoluto cuadro viviente que invita a la meditación contemplativa a través del paisaje, sus pausas y la cadencia de sus reflexiones serenas. Todo ello con la guía sonora de un siempre magnífico Hans Zimmer, que modula muy bien todo aquello que no se dice y otorga grande alivio en las angustiosas escenas de batalla que necesariamente han de ser horribles, pero visionadas.

Y ojo, que la meditación no es para el encuentro con una serenidad artificiosa, sino con una profundamente madura que hace frente a los horrores de la p... guerra para empaparse de ellos y salir convencido posteriormente de su rechazo.

Una maravilla antibélica para no hacer de lo bélico... una maravilla.