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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 924
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
8 de septiembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era absolutamente imposible que no resultase una obra maestra inconmensurable: una pieza de Tennessee Williams adaptada al cine por John Huston e interpretada por Richard Burton, Ava Gardner y Deborah Kerr, rodada en un blanco y negro exquisito. El cine era esto, hablamos de “La noche de la iguana”.

En un rincón apabullantemente caluroso y asfixiante (materia prima primordial con la que se elaboran todas las obras del mejor dramaturgo de la historia de la literatura para mí), esta vez no en el puritano y sórdido Sur de los USA sino en México, un sacerdote apartado de su iglesia por veleidades ateas (absolutamente portentoso Richard Burton) busca refugio de un lío de faldas en el que se ha visto involucrado sin él buscarlo por una menor de edad (perturbadora Sue Lyon en un papel de uns Lolita insuperable) que viaja en un grupo concertado de mujeres para el que es guía por México. Allí tendrá que salir a su rescate la viuda de su amigo (una Ava Gardner como siempre electrizante) que tiene sentimientos por él y a donde acude a refugiarse también una buscavidas acompañada de su abuelo poeta que trata de conformar el poema definitivo de su vida en ese momento vital postrero (enorme Deborah Kerr).

Los diálogos se irán precipitando sobre el espectador e irán perfilando la misantropía, el nihilismo sudoroso, el vacío del ateísmo, la depravación del ser humano, la sordidez del sexo, la suciedad de la prostitución, el tabú de las relaciones entre seres de distintas generaciones, la homosexualidad reprimida… la esencia de lo mejor de la obra del mejor se despliega en esta obra maestra que resulta fresca como el primer día a pesar de haber sido estrenada en 1964.

El peso específico del marcado estilo de John Huston no desaparece ni se disimula entre el texto de Tennessee Williams, todo lo contrario, le otorga una pátina de testosterona que lo engrandece y lo hace aún más creíble. Dos genios que acaban combinándose a la perfección para lograr tamaña obra maestra.
Sergio Berbel
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10
7 de septiembre de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que caracteriza a las grandes obras maestras atemporales es que, siempre que te acercas a ellas, te siguen cautivando, embelesando, emocionando y demostrando que siempre estarán frescas como una rosa. Por supuesto, es el caso de mi idolatrada “Lady Bird”, la maravillosamente perfecta ópera prima de Greta Gerwig, una película que, como ocurriera con "Boyhood" de Richard Linklater (con la que tiene más de un punto de conexión), no es una película sobre la vida sino la vida misma en imágenes, el difícil período de la adolescencia reflejado de forma honesta y realista, con su revolución hormonal, su necesidad de reafirmar la independencia personal, sus (fallidos) descubrimientos del amor, sus miedos, sus necesidades por descubrir, su dicotomía amor-odio constante hacia los progenitores... Todo ello está en sabias dosis escanciadas con mano maestra por la musa del cine indie Greta Gerwig, ahora afortunadamente reconvertida a enorme directora (su posterior película "Mujercitas", no ha hecho más que confirmarlo legándonos una versión novedosa y necesaria del clásico texto literario).

Y es que “Lady Bird” es un peliculón con todas las de la ley, una auténtica maravilla a medio camino entre el drama y la comedia que nos regala un personaje adolescente femenino prendido en nuestra alma para lo que nos quede de vida (incluso bastante superior al que nos dejó "Juno" en la película de Jason Reitman), un guión apabullante y provocadoramente sencillo y sincero, y una interpretación histórica insuperable y magistral de la joven Saoirse Ronan, mejor escrito así SAOIRSE RONAN (todo en mayúsculas) que es diosa y señora del cine de nuestro tiempo (para mí, de Elle Fanning, de Margaret Qualley y de ella es propiedad el cine que está por venir).

Porque Greta Gerwig es lista, muy lista, y sabe que podía y debía dejar todo el peso de su ópera prima sobre los hombros de esta impresionante joven actriz, porque ella puede con eso y con más. Porque prácticamente Saoirse Ronan aparece en todos los planos de la película y no cabe imaginarse una sola escena sin ella, un torbellino interpretativo maravilloso y gozoso.

Un peliculón, así con todas las letras. No es ni más ni menos que el relato de ese momento vital entre el instituto y la universidad de una adolescente con una enorme personalidad, las ideas muy claras, un descaro impresionante y un carácter arrollador. Una chica que vive en el seno de una familia humilde y que tiene que convivir en su colegio católico con adolescentes de mucha mejor posición social que ella. Hay que tener ingenio y agallas para sobrevivir en esa situación, y el personaje de Lady Bird (así se ha autodenominado ella misma renunciando al nombre de Christine que le dieron sus padres) puede con todo y con todos, y se cuela de forma definitiva en nuestra vida para siempre.

No es fácil ser la pobre del colegio de monjas, ese en el que te lavan el cerebro a tiempo completo si no derrochas la personalidad de Lady Bird (impagable escena la de la charla sobre el aborto, llena de risas inteligentes), pero si eres Lady Bird, tienes madera para superar eso y todo lo que te traiga la adolescencia, aunque no te guste una madre siempre agobiada por las circunstancias, un padre desempleado que se avergüenza de su fracaso vital, y un hermano y su novia sinceramente aterrizados desde el planeta Marte, absolutamente inexplicables.

Amo a Lady Bird y a Saoirse Ronan de forma simultánea, porque una no se puede explicar sin la otra y simplemente porque se trata de un personaje que ya me acompañará durante el resto de mis días en una película adorable que forma parte de mi colección particular de sueños cinéfilos.
Sergio Berbel
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9
7 de septiembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una obra aparentemente menor y bastante desconocida que se permitió entremezclar el gran genio en 1984 entre otras muy mayores y de enorme repercusión mundial, “Broadway Danny Rose”, una comedia con un cierto tinte dramático en su tramo final sobre las desventuras y lo ingrato de la profesión de representante artístico.

Casi como si se tratase de un falso documental, Allen rueda en un muy neoyorquino blanco y negro una cena entre gente del mundo del espectáculo (auténticos e interpretándose a sí mismo, de ahí esa idea de falso documental que deslizo) que narran la historia de un tal Danny Rose (interpretado por el propio Woody Allen), un absoluto perdedor que se deja la vida por los demás para finalmente nunca conseguir nada ni tan siquiera recibir agradecimientos a cambio, un representante de segunda que tiene en cartera un arsenal de artistas fracasados y que cree que puede al fin dar el pelotazo con un cantante melódico italoamericano de otros tiempos ahora que la nostalgia vuelve a vender.

Pero, para lograr que tenga una gran actuación, el cantante le encarga a Danny Rose, para que esté presente en la función, que vaya a recoger a su amante igualmente italoamericana (interpretada por Mia Farrow) y ahí comienza un periplo de desventuras con mafiosos de por medio a medio camino entra la carcajada y la media sonrisa sarcástica por el mundo despiadado de quien se deja la vida por los demás recibiendo tan solo desdén a cambio. O sea, la vida misma que tiene bastante poca gracia.

Una muy ácida y me temo que muy realista visión del show business que Allen conoce profundamente desde dentro y que acierta a reflejar incluso con algunos tintes autobiográficos incorporados. Una cinta que, cuando los USA aún no habían perdido la razón y el sentido común y atendían al cine del gran genio, nominaron al Oscar a Mejor Película y Mejor Guión en esta mirada entre divertida, nostálgica y despiadada a los entresijos del mundo del espectáculo que sigue resultando encantadora vista hoy.
Sergio Berbel
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5
7 de septiembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la segunda oportunidad que le concedo en mi vida, tampoco. Algo hay en “Origen” que me repele, que me aleja, que no causa en mí más que indiferencia y miradas disimuladas al reloj para ver cuánto le queda a su terriblemente extenso metraje para terminar. Conmigo no funciona. Y desde luego no será porque la apuesta es menor: hablamos de un proyecto de Christopher Nolan (aquel director que me deslumbró para siempre cuando se nos presentó con la obra maestra “Memento” y después...); una cinta sobre el aspecto más interesante y apasionante del ser humano para mí desde siempre, los sueños; con un elenco encabezado por Leonardo DiCaprio (el mejor actor vivo en este planeta según mi personal criterio) y con Marion Cotillard (musa incontestable); con un derroche de imaginación en el guión exuberante y a ratos excesivo; con un empaque visual sobresaliente y llamativo; y, sin embargo,… Nunca he logrado conectar lo más mínimo con esta película de muchos efectos especiales y demasiada acción para el objetivo intelectual en distintos niveles que se marca a priori.

La película me interesa cuanto más se acerca a la torturada mente causada por un trágico drama familiar que protagoniza el personaje de Leonardo DiCaprio, y me hace bostezar cuando incide una y otra vez en el thriller de acción trepidante que me deja absolutamente indiferente y me cansa hasta el hastío.

Que no pretendo yo en ningún momento negar el portento imaginativo de Nolan a la hora de confeccionar un mundo propio con un código y unas reglas precisas y que todo el conjunto funcione y sea creíble conforme avanza en niveles de complejidad (nunca mejor dicho), pero es que no me interesa absolutamente nada de lo que pasa ante mis ojos salvo lo que tiene que ver con la relación entre DiCaprio y Cotillard.

Todo el thriller de (excesiva) acción sobre el uso del control de los sueños para capturar los secretos del subconsciente de otros me resulta ajeno y poco interesante, además de adolecer de un metraje excesivo que va convirtiendo en soporífera la película por momentos y que puede llegar a desesperar al espectador. Ese rizar el rizo, ese más difícil todavía llegando a los cuatro niveles de sueño es demasiado para mi paciencia.

Al final, sin duda cumple su misión: invitarme a dar una cabezada.
Sergio Berbel
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10
7 de septiembre de 2020
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi 30 años después, “Silencio roto” sigue siendo la gran obra maestra de Montxo Armendáriz, una de las mejores películas de nuestro cine y el matrimonio perfecto para ver junto con “Maquis” de Rubén Burnén, que se acaba de estrenar en Filmin.

Porque esta asfixiante historia coral (cuanto menos sepas de sus personajes antes de verla, tanto mejor, porque deparan sorpresas mayúsculas), ocurrida en un recóndito pueblo navarro, donde todo el mundo se conoce, donde todos saben en qué bando han luchado tras una Guerra Civil aún en carne viva 5 años después, donde el monte está lleno de confiados y optimistas maquis que creen que recibirán pronto la ayuda de las democracias extranjeras para acabar con Franco (el optimismo siempre ha conducido a la perdición en todos los tiempos), de cuarteles de la Guardia Civil donde anida el terror, de calles vacías y muertas por las noches, de silencios ominosos y opresivos impuestos por la fuerza, de luchas cainitas entre vecinos, de rencillas enquistadas, de carros que son llevados a la puerta del cuartelillo (esa escena es una de las más impactantes de nuestro cine), pero sobre todo…

Sobre todo de mujeres silentes que callan y sufren mientras que ellos luchan. Lo de ellos es disparar, pero el sufrimiento, la represión, la retaguardia, la organización y el castigo recae sobre todo sobre esas mujeres que, lejos de conformarse con el papel que les concedió su época, quieren trascenderlo para luchar desde su propia trinchera doméstica, quizás la más difícil y sangrienta de todas ellas. Y es ahí donde esta película se encuentra directamente con la maravillosa y recién estrenada en Filmin "Maquis".

Y ese es el panorama que encuentra Lucía cuando retorna al pueblo varios años después de que mataran a su padre por rojo y se refugia en casa de su tía, casada con uno de los franquistas acérrimos de la población. Lucía se reencontrará con una galería de personajes del pueblo que siguen atrapados en la misma tesitura en la que los dejó, incluido Manuel, por el que tantas cosas siente, un fantástico Juan Diego Botto.

Porque la película es Lucía y Montxo Armendáriz, sabio artesano de nuestro cine, sabe que puede y debe cargarla íntegramente sobre los hombros de la gran Lucía Jiménez, diosa de la interpretación y aquí en el gran papel de su vida. El recital de Lucía Jiménez en cada escena de la película (aparece prácticamente en todas ellas) es de los que hacen época porque se sabe la piedra angular de la historia y de la película, porque ambas gravitan sobre esos preciosos ojos tristes que llenan pantallas y corazones.
Sergio Berbel
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