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Voto de hpbordon:
7
7.1
3,451
Cine negro. Intriga. Drama
Un escritor intenta demostrar la deficiencia de las leyes y la ineficacia de la policía, colocando falsas pruebas contra sí mismo en un caso de asesinato. (FILMAFFINITY)
17 de julio de 2009
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta difícil analizar “Más allá de la duda” sin desvelar partes trascendentales del argumento. Ello se debe a varios giros inesperados que se van sucediendo según avanza la cinta y repercuten tanto en el género como en el mensaje del film. De ahí que considere más adecuado comentar la película en el "spoiler".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
En un principio, estamos ante una especie de alegato contra de la pena de muerte, cuando el escritor que interpreta Dana Andrews se inmiscuye a propósito en la investigación de un asesinato para evidenciar las carencias del sistema judicial.
El primer giro en el plan que tenía el protagonista (y en la trama de la película) se produce a raíz de la muerte del suegro y único cómplice que tiene el escritor en su plan (juzgar la calidad de una película de 1956 -como he leído en una de las críticas- por deficiencias en la escena del accidente de tráfico me parece injusto e inapropiado).
A partir de este momento la película se desarrolla en torno a la desesperación por encontrar las pruebas que demuestren la inocencia del acusado. Pero las pruebas se destruyeron en el accidente, por lo que el escritor es condenado a la pena capital. Se trata de una situación de máxima angustia e inquietud, que contrasta con la primera parte del film, en la que se contaba con la total complicidad del espectador.
Sólo falta encontrar algún tipo de prueba que justifique su inocencia. Además, hay que contar que estamos ante un escritor reputado, por lo que la compasión del público hacia el acusado se acrecenta.
Todo parece indicar que se va a solucionar el escalofriante conflicto planteado (estamos en Hollywood y la prometida del ahora condenado a muerte parece bastante avispada). Y llega. Lo que deja algo perplejo es ése otro giro inesperado.
Éste se produce por culpa de una mención que debería ser desconocida por el recién liberado escritor (habitual en la ficción policíaca), que acaba por confesar ante su novia que él es realmente el asesino.
Por una parte, se trata de una conclusión original, puesto que un final en el que se libera al protagonista y todos quedan felices era demasiado evidente.
Pero al intentar dar la sorpresa final, el guión cojea “por los cuatro costados”, ya que todo queda muy precipitado. Andrews nos cuenta una sombría historia de su pasado deprisa y corriendo que poco tiene que ver con el alegato contra la pena de muerte que se planteaba al principio.
Además, resulta un tanto inverosímil que alguien pueda inmiscuirse de tal forma en un asesinato que verdaderamente ha cometido, solamente para dejar claro que uno no tiene nada que ver con el mismo. Y, si así lo hace, es que hay que ser falto de luces para meterse en la boca del lobo de una forma tan inoportuna.
El primer giro en el plan que tenía el protagonista (y en la trama de la película) se produce a raíz de la muerte del suegro y único cómplice que tiene el escritor en su plan (juzgar la calidad de una película de 1956 -como he leído en una de las críticas- por deficiencias en la escena del accidente de tráfico me parece injusto e inapropiado).
A partir de este momento la película se desarrolla en torno a la desesperación por encontrar las pruebas que demuestren la inocencia del acusado. Pero las pruebas se destruyeron en el accidente, por lo que el escritor es condenado a la pena capital. Se trata de una situación de máxima angustia e inquietud, que contrasta con la primera parte del film, en la que se contaba con la total complicidad del espectador.
Sólo falta encontrar algún tipo de prueba que justifique su inocencia. Además, hay que contar que estamos ante un escritor reputado, por lo que la compasión del público hacia el acusado se acrecenta.
Todo parece indicar que se va a solucionar el escalofriante conflicto planteado (estamos en Hollywood y la prometida del ahora condenado a muerte parece bastante avispada). Y llega. Lo que deja algo perplejo es ése otro giro inesperado.
Éste se produce por culpa de una mención que debería ser desconocida por el recién liberado escritor (habitual en la ficción policíaca), que acaba por confesar ante su novia que él es realmente el asesino.
Por una parte, se trata de una conclusión original, puesto que un final en el que se libera al protagonista y todos quedan felices era demasiado evidente.
Pero al intentar dar la sorpresa final, el guión cojea “por los cuatro costados”, ya que todo queda muy precipitado. Andrews nos cuenta una sombría historia de su pasado deprisa y corriendo que poco tiene que ver con el alegato contra la pena de muerte que se planteaba al principio.
Además, resulta un tanto inverosímil que alguien pueda inmiscuirse de tal forma en un asesinato que verdaderamente ha cometido, solamente para dejar claro que uno no tiene nada que ver con el mismo. Y, si así lo hace, es que hay que ser falto de luces para meterse en la boca del lobo de una forma tan inoportuna.