El sacrificio del ciervo sagrado
2017 

6.6
20,748
Thriller. Drama
Steven es un eminente cirujano casado con Anna, una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos, Kim y Bob. Cuando Steven entabla amistad con Martin, un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger, los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo. (FILMAFFINITY)
2 de diciembre de 2017
2 de diciembre de 2017
28 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fría, ausente y totalmente perdida en sus formas, ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ quiere aparentar algo que no es, dejando de lado la solidez de un más que interesante argumento para dilapidarlo y ofrecer una expresión vacía de un guion outsider, lleno de preguntas demasiado básicas como para dejarlas ya no sin respuesta sino totalmente de lado, todo ello sin reparo alguno frente a los ojos del espectador.
Yorgos Lanthimos quiere salirse de la narrativa más común en todos los ámbitos, con un atípico uso de la cámara, un terror psicológico de tono kafkiano y unos personajes difíciles de creer que pretenden vender el teatrillo de la tragedia. Cierto es que gracias a eso el ritmo no decae, tiene la suficiente fuerza como para llevarte del principio al fin sin agotarte, pero a medida que la cinta avanza el interés pierde fuelle debido a un guion en demasiadas ocasiones se acerca al absurdo mientras presta más atención a la estética que al contenido, convirtiéndose su final en una decepción.
‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ no es más que lo que si título promete, una propuesta con aires divinos convertida en un corderito a punto de ser destripado por sus vacías intenciones de grandeza. Han centrado su atención en montar un escenario de lo más cool y han lanzado por el retrete el mínimo de coherencia que requiere lo psicológicamente complejo.
Lo mejor: una premisa argumental que en otras manos seguro hubiera ofrecido mucho más.
Lo peor: una propuesta literalmente fría que se engaña a sí misma. Ya lo dicen, aunque la mona se vista de seda…
Más en Más en www.magazinema.es y www.estovacine.blogspot.com.es
Yorgos Lanthimos quiere salirse de la narrativa más común en todos los ámbitos, con un atípico uso de la cámara, un terror psicológico de tono kafkiano y unos personajes difíciles de creer que pretenden vender el teatrillo de la tragedia. Cierto es que gracias a eso el ritmo no decae, tiene la suficiente fuerza como para llevarte del principio al fin sin agotarte, pero a medida que la cinta avanza el interés pierde fuelle debido a un guion en demasiadas ocasiones se acerca al absurdo mientras presta más atención a la estética que al contenido, convirtiéndose su final en una decepción.
‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ no es más que lo que si título promete, una propuesta con aires divinos convertida en un corderito a punto de ser destripado por sus vacías intenciones de grandeza. Han centrado su atención en montar un escenario de lo más cool y han lanzado por el retrete el mínimo de coherencia que requiere lo psicológicamente complejo.
Lo mejor: una premisa argumental que en otras manos seguro hubiera ofrecido mucho más.
Lo peor: una propuesta literalmente fría que se engaña a sí misma. Ya lo dicen, aunque la mona se vista de seda…
Más en Más en www.magazinema.es y www.estovacine.blogspot.com.es
6 de octubre de 2017
6 de octubre de 2017
18 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Brutal, inquietante, angustioso... no se los calificativos que se le pueden poner al último film del griego Lanthimos (Canino, 2009). Es una película que te va oprimiendo y oprimiendo lentamente ... según avanza el metraje... y no te suelta hasta que sales aturdido de la sala.
No es film para todos los gustos, pero es una gran película, la forma tan original que Lanthimos tiene de contar su oscura historia no es habitual en el cine de hoy. El director griego no deja a nadie indiferente. Esa es la verdad.
Película que se apoya en un excelente guión (suyo), y una maravillosa fotografía con la que el director juega en unos encuadres realmente maravillosos, en muchas partes del film.
Reparto de lujo, en el que destaca el enigmático Martín en el film... un joven Barry Keoghan que vimos recientemente en Dunkerque. Le acompaña un atormentado Colin Farrell, que repite con este director ya que trabajo con el en Langosta (2015), y una recuperada Nicolás Kidman en un excelente trabajo. Destacar que sale la
hoy en día olvidada Alicia Silverstone... actriz que prometía mucho en los 90... pero que recordaremos por la flojisima Batman y Robin (1997).
Película recomendable... pero denle su tiempo, requiere saborearla... cuando la vean sabrán a que me refiero.
No es film para todos los gustos, pero es una gran película, la forma tan original que Lanthimos tiene de contar su oscura historia no es habitual en el cine de hoy. El director griego no deja a nadie indiferente. Esa es la verdad.
Película que se apoya en un excelente guión (suyo), y una maravillosa fotografía con la que el director juega en unos encuadres realmente maravillosos, en muchas partes del film.
Reparto de lujo, en el que destaca el enigmático Martín en el film... un joven Barry Keoghan que vimos recientemente en Dunkerque. Le acompaña un atormentado Colin Farrell, que repite con este director ya que trabajo con el en Langosta (2015), y una recuperada Nicolás Kidman en un excelente trabajo. Destacar que sale la
hoy en día olvidada Alicia Silverstone... actriz que prometía mucho en los 90... pero que recordaremos por la flojisima Batman y Robin (1997).
Película recomendable... pero denle su tiempo, requiere saborearla... cuando la vean sabrán a que me refiero.
6 de diciembre de 2017
6 de diciembre de 2017
18 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Esta obra peculiar es la clave del crítico maldito, su cumbre soñada, la gran oportunidad tanto tiempo anunciada y deseada, la que propiciará el escrito definitivo, ese texto esclarecedor que le abrirá, de par en par, las puertas de la comunidad y la inmortalidad, con el que iluminará la cerrada oscuridad, para poco variar, de la película a tratar, de todo su elusivo enigma y hermetismo críptico, reflejo distorsionado de los tiempos actuales, de nuestra cenagosa sociedad. Ahí que (se nos) va. Nadie lo podrá parar. Ya)
El misterio de los artistas malvados.
Toda construcción humana, desde el principio de los tiempos, es o supone una lucha desesperada, agónica, absurda, contra la todopoderosa muerte. La cultura es el medio, el nombre que damos a esa infructuosa pelea, a ese ámbito en el que nos refugiamos del enemigo invencible, el arma decisiva, la que nos sirve, no para ganar, la batalla siempre es perdida, esa victoria es imposible, sino que para tratar de ocultar o subvertir la derrota, para aplazarla, esconderla, disimularla, escamotearla o sublimarla.
Por ello, casi todas nuestras creaciones evitan, rodean o directamente niegan ese mal absoluto y aterrador (del que derivan en cascada todos los demás, pálidos reflejos de ese origen abismal, infernal). Lo mismo que todas nuestras turbaciones, tribulaciones, perpetuos movimientos, ajetreos, descubrimientos, afanes, goces, deseos y ahíncos combaten con denuedo y fracaso a ese diablo postrero, siempre verdadero y tan sepulturero. Todo acto es o supone un espejismo de permanencia, una ilusión, vana, de continuidad, una quimera sin peso, un sueño muerto.
Casi todos los creadores lo saben (o lo intuyen y callan, o ni siquiera pero se adaptan, tragan) y actúan en consecuencia. Llenan el mundo de obras entretenidas (a veces, en el muy mejor de los casos), livianas, ligeras, superficiales, banales, idiotas, tramposas, consoladoras, aliviadoras, engañosas. Es lo que pedimos todos (unos más que otros). Que no nos descubran o recuerden lo que más tememos. Que nos mientan, que nos digan que nos quieren, que nos aturdan y confundan y entretengan. Que nos prometan esperanza, belleza, juventud eterna, amor, toda la santa pesca y su retahíla. Que nos digan que somos guapos y buenos, que nos preocupamos por los otros, que no nos importan un pimiento, que en el fondo todo es posible si lo intentas y miras a los ojos y el alma y el corazón del resto. Que todo mejorará en los tiempos venideros, que nosotros no nos moriremos, que algo seguro que inventaremos.
De eso se trata, del intercambio o negocio de enormes trampantojos, de increíbles mendacidades y descomunales añagazas y aberrantes necedades, las que con agresiva intensidad y enloquecida ansia la masa demanda. Ese es el quid, el meollo, la esencia del cogollo. Lo cual no impide que haya desde humildes o chapuceros artesanos hasta maravillosos embaucadores y fabulosos embusteros. Artistas en el, poco, fondo, los unos y los otros, de medio pelo. Pero nos queda el pequeño resto. Ese grupo muy reducido de elegidos seres que ven más allá, tienen más valor y se atreven a enfrentarse al mal, a mirarlo a la cara y volver para contarlo. Hay dos o tres cada generación. A los que a veces se les venera y otras ocasiones se les odia. Depende de su capacidad de vestir el muñeco, de embellecer esa verdad insoportable que nadie quiere, que es como la lepra o la peste. Deben ser humanos extraños, de características contradictorias, escasos, huraños, tal vez solitarios, rechazados por el grupo, pero que a su vez lo hayan experimentado todo, aunque sea en el pasado, sin necesidad de grandes aventuras o alardes innecesarios, me refiero a haber probado de primera mano al sustrato del mal, al conocimiento exacto de la desgracia o al irreparable pérdida, que hayan bajado al infierno y hayan regresado, que tengan los medios o capacidades suficientes para poder expresarlo, que dominen las reglas del juego, que hayan estado fuera y dentro, muy vivos y bastantes muertos, perdidos, encontrados y que tengan la voluntad y el valor suficientes para decirlo, a pesar de todo. Y, entre los dos o tres artistas inmortales y el millón de mediocridades, hay otro grupo reducido, el de los impostores o timadores, los que copian los modos y maneras de los temerarios, pero ofrecen el material de los temerosos. Se quedan, solo, con la forma (¿esos delicados movimientos de cámara, música, fotografía, actores -Nicole y la hija adolescente y sus bellos cuerpos yacientes-, esa gelidez ominosa que anuncia tremenda tormenta... ?), con la pose, con el gesto y se olvidan del fondo. O no pueden o no quieren o no saben cómo hacerlo de otro modo.
Esta película procede de un autor de culto (eso parece). Es decir, uno sabe que inevitablemente debe ser una oda al mal, su exploración poética (el bien, como ya explicamos, es el terreno de los ineptos, los inútiles y sinvergüenzas; los esbirros del poder o meros transportadores de la moda y su pertinente propaganda que siempre cambia, que ofrece productos viejos que el gran público traga o toma como nuevos, que vende cadenas que se absorben o asumen como rebeldes, papilla infecta vertida por todos los medios a todas horas con el fin de que se confunda con el medio y/o ambiente, de que sea ese veneno que respiras y crees que es solo aire, paisaje, vida, lo que más te conviene). Debe tener, también, un clima enrarecido, amenazante, turbio, esquinado, horripilante. La duda consiste en saber si esa insidia latente va a ser la única propuesta o la antesala de algo más permanente, la concreción de una idea recurrente o, por el contrario, más o menos, original y verdaderamente valiente.
El misterio de los artistas malvados.
Toda construcción humana, desde el principio de los tiempos, es o supone una lucha desesperada, agónica, absurda, contra la todopoderosa muerte. La cultura es el medio, el nombre que damos a esa infructuosa pelea, a ese ámbito en el que nos refugiamos del enemigo invencible, el arma decisiva, la que nos sirve, no para ganar, la batalla siempre es perdida, esa victoria es imposible, sino que para tratar de ocultar o subvertir la derrota, para aplazarla, esconderla, disimularla, escamotearla o sublimarla.
Por ello, casi todas nuestras creaciones evitan, rodean o directamente niegan ese mal absoluto y aterrador (del que derivan en cascada todos los demás, pálidos reflejos de ese origen abismal, infernal). Lo mismo que todas nuestras turbaciones, tribulaciones, perpetuos movimientos, ajetreos, descubrimientos, afanes, goces, deseos y ahíncos combaten con denuedo y fracaso a ese diablo postrero, siempre verdadero y tan sepulturero. Todo acto es o supone un espejismo de permanencia, una ilusión, vana, de continuidad, una quimera sin peso, un sueño muerto.
Casi todos los creadores lo saben (o lo intuyen y callan, o ni siquiera pero se adaptan, tragan) y actúan en consecuencia. Llenan el mundo de obras entretenidas (a veces, en el muy mejor de los casos), livianas, ligeras, superficiales, banales, idiotas, tramposas, consoladoras, aliviadoras, engañosas. Es lo que pedimos todos (unos más que otros). Que no nos descubran o recuerden lo que más tememos. Que nos mientan, que nos digan que nos quieren, que nos aturdan y confundan y entretengan. Que nos prometan esperanza, belleza, juventud eterna, amor, toda la santa pesca y su retahíla. Que nos digan que somos guapos y buenos, que nos preocupamos por los otros, que no nos importan un pimiento, que en el fondo todo es posible si lo intentas y miras a los ojos y el alma y el corazón del resto. Que todo mejorará en los tiempos venideros, que nosotros no nos moriremos, que algo seguro que inventaremos.
De eso se trata, del intercambio o negocio de enormes trampantojos, de increíbles mendacidades y descomunales añagazas y aberrantes necedades, las que con agresiva intensidad y enloquecida ansia la masa demanda. Ese es el quid, el meollo, la esencia del cogollo. Lo cual no impide que haya desde humildes o chapuceros artesanos hasta maravillosos embaucadores y fabulosos embusteros. Artistas en el, poco, fondo, los unos y los otros, de medio pelo. Pero nos queda el pequeño resto. Ese grupo muy reducido de elegidos seres que ven más allá, tienen más valor y se atreven a enfrentarse al mal, a mirarlo a la cara y volver para contarlo. Hay dos o tres cada generación. A los que a veces se les venera y otras ocasiones se les odia. Depende de su capacidad de vestir el muñeco, de embellecer esa verdad insoportable que nadie quiere, que es como la lepra o la peste. Deben ser humanos extraños, de características contradictorias, escasos, huraños, tal vez solitarios, rechazados por el grupo, pero que a su vez lo hayan experimentado todo, aunque sea en el pasado, sin necesidad de grandes aventuras o alardes innecesarios, me refiero a haber probado de primera mano al sustrato del mal, al conocimiento exacto de la desgracia o al irreparable pérdida, que hayan bajado al infierno y hayan regresado, que tengan los medios o capacidades suficientes para poder expresarlo, que dominen las reglas del juego, que hayan estado fuera y dentro, muy vivos y bastantes muertos, perdidos, encontrados y que tengan la voluntad y el valor suficientes para decirlo, a pesar de todo. Y, entre los dos o tres artistas inmortales y el millón de mediocridades, hay otro grupo reducido, el de los impostores o timadores, los que copian los modos y maneras de los temerarios, pero ofrecen el material de los temerosos. Se quedan, solo, con la forma (¿esos delicados movimientos de cámara, música, fotografía, actores -Nicole y la hija adolescente y sus bellos cuerpos yacientes-, esa gelidez ominosa que anuncia tremenda tormenta... ?), con la pose, con el gesto y se olvidan del fondo. O no pueden o no quieren o no saben cómo hacerlo de otro modo.
Esta película procede de un autor de culto (eso parece). Es decir, uno sabe que inevitablemente debe ser una oda al mal, su exploración poética (el bien, como ya explicamos, es el terreno de los ineptos, los inútiles y sinvergüenzas; los esbirros del poder o meros transportadores de la moda y su pertinente propaganda que siempre cambia, que ofrece productos viejos que el gran público traga o toma como nuevos, que vende cadenas que se absorben o asumen como rebeldes, papilla infecta vertida por todos los medios a todas horas con el fin de que se confunda con el medio y/o ambiente, de que sea ese veneno que respiras y crees que es solo aire, paisaje, vida, lo que más te conviene). Debe tener, también, un clima enrarecido, amenazante, turbio, esquinado, horripilante. La duda consiste en saber si esa insidia latente va a ser la única propuesta o la antesala de algo más permanente, la concreción de una idea recurrente o, por el contrario, más o menos, original y verdaderamente valiente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tus hijos y tu mujer vais a morir. Parálisis de las extremidades, inapetencia y hemorragia ocular. Salvo que sacrifiques a uno de ellos. Bien. El sello de calidad del autor. En una película convencional hubiera pasado lo mismo, pero se hubiera dado una explicación más generosa y jugosa, por ejemplo:
- Un Alien se ha incorporado a la vida familiar y se los va a comer a todos.
- Un virus mundial que comienza en el nido familiar.
- Un mal de ojo del buen chaval. Venganza particular.
- Un brebaje ponzoñoso esparcido por el mismo buen zagal. A todos, por quererse vengar, los quiere matar, suele pasar.
Aquí no. Aquí es solo la constatación de un hecho brutal, el joven huérfano solo dicta sentencia, es como un médium, es el emisario ciego del intento de restablecimiento de un orden transgredido por Colin Farrell. De ahí su aséptica indiferencia, su completa tranquilidad. Él no tiene arte ni parte. Es el simple intermediario entre las fuerzas de la naturaleza, del orden universal ofendido, y la realidad ordinaria de la célula familiar.
Farrell ha matado a su padre y ahora debe sacrificar, en ofrenda y compensación, un miembro de los suyos, o, quizás, probar a hacerse cargo del otro clan familiar, ayuntarse con la madre y ejercer de padre del buen chaval o zagal, opción a explorar que no se atreve a realizar por cobarde, banal o demasiado bueno y formal.
Es decir, Lanthimos escoge un aspecto convencionalmente saqueado por la ficción más vulgar y le cambia el paso, le da otro aire, le mueve el piso. El ojo por ojo y la vendetta cruzados con hechos fantásticos, sobrenaturales. El thriller y la ciencia ficción, géneros populares tratados como si fueran el más grande arte.
Por lo tanto, nos podemos preguntar si el tal Lanthimos es un verdadero artista, un elegido que maneja materiales de derribo para reflexionar y explicar metafórica, simbólicamente un avatar del mal o es un simple tahúr del misisipi que ofrece la misma mierda de siempre reciclada con aires de grandeza para despistar y encandilar al personal. Tú verás.
Algunas observaciones más que los críticos más perspicaces o conspicuos estarán la mar de acuerdo en apuntar, a saber, del tipo de, quizás:
- La familia feliz es un invento (me sacas de una duda).
- Los médicos no curan, más bien sobre todo matan (ahora me entero).
- El dinero, el triunfo social, el prestigio moral y el orden particular son eufemismos de corrupción, depravación, descomposición y putrefacción (sin novedad en el frente).
- La burguesía nunca muere y siempre miserias nuevas ofrece (Buñuel, Haneke... ).
O la explicación definitiva: el buen chaval o zagal es un chamán. La muerte del padre a manos del médico negligente ha provocado una regresión o un desvelamiento, una vuelta a las cavernas o la caída del telón de la buena sociedad, su desvelamiento; la recuperación del tiempo de la tribu y las guerras entre los clanes familiares o en verdad nos muestra que, tras toda esa fría pompa y ritual medicinal, late agazapado un fondo bestial, de sacrificios humanos, seres reptantes (antes de ser bípedos), canibalismo, supersticiones, terrores y atrocidades, violencia y espanto, de fuerzas telúricas ante las que el hombre nada puede hacer más que obedecer y callar, aceptar si no quiere convertirse en un gusano que se arrastra por el fango o en un fantoche sin alma, carne de cañón, simplemente sacrificial.
Digamos que comienza siendo levemente fascinante, levemente tediosa, levemente irritante, desagradable, ridícula, tonta, aburrida, grotesca, pueril y, finalmente, también levemente bonachona, achuchable y perdonable.
Tigres de papel.
- Un Alien se ha incorporado a la vida familiar y se los va a comer a todos.
- Un virus mundial que comienza en el nido familiar.
- Un mal de ojo del buen chaval. Venganza particular.
- Un brebaje ponzoñoso esparcido por el mismo buen zagal. A todos, por quererse vengar, los quiere matar, suele pasar.
Aquí no. Aquí es solo la constatación de un hecho brutal, el joven huérfano solo dicta sentencia, es como un médium, es el emisario ciego del intento de restablecimiento de un orden transgredido por Colin Farrell. De ahí su aséptica indiferencia, su completa tranquilidad. Él no tiene arte ni parte. Es el simple intermediario entre las fuerzas de la naturaleza, del orden universal ofendido, y la realidad ordinaria de la célula familiar.
Farrell ha matado a su padre y ahora debe sacrificar, en ofrenda y compensación, un miembro de los suyos, o, quizás, probar a hacerse cargo del otro clan familiar, ayuntarse con la madre y ejercer de padre del buen chaval o zagal, opción a explorar que no se atreve a realizar por cobarde, banal o demasiado bueno y formal.
Es decir, Lanthimos escoge un aspecto convencionalmente saqueado por la ficción más vulgar y le cambia el paso, le da otro aire, le mueve el piso. El ojo por ojo y la vendetta cruzados con hechos fantásticos, sobrenaturales. El thriller y la ciencia ficción, géneros populares tratados como si fueran el más grande arte.
Por lo tanto, nos podemos preguntar si el tal Lanthimos es un verdadero artista, un elegido que maneja materiales de derribo para reflexionar y explicar metafórica, simbólicamente un avatar del mal o es un simple tahúr del misisipi que ofrece la misma mierda de siempre reciclada con aires de grandeza para despistar y encandilar al personal. Tú verás.
Algunas observaciones más que los críticos más perspicaces o conspicuos estarán la mar de acuerdo en apuntar, a saber, del tipo de, quizás:
- La familia feliz es un invento (me sacas de una duda).
- Los médicos no curan, más bien sobre todo matan (ahora me entero).
- El dinero, el triunfo social, el prestigio moral y el orden particular son eufemismos de corrupción, depravación, descomposición y putrefacción (sin novedad en el frente).
- La burguesía nunca muere y siempre miserias nuevas ofrece (Buñuel, Haneke... ).
O la explicación definitiva: el buen chaval o zagal es un chamán. La muerte del padre a manos del médico negligente ha provocado una regresión o un desvelamiento, una vuelta a las cavernas o la caída del telón de la buena sociedad, su desvelamiento; la recuperación del tiempo de la tribu y las guerras entre los clanes familiares o en verdad nos muestra que, tras toda esa fría pompa y ritual medicinal, late agazapado un fondo bestial, de sacrificios humanos, seres reptantes (antes de ser bípedos), canibalismo, supersticiones, terrores y atrocidades, violencia y espanto, de fuerzas telúricas ante las que el hombre nada puede hacer más que obedecer y callar, aceptar si no quiere convertirse en un gusano que se arrastra por el fango o en un fantoche sin alma, carne de cañón, simplemente sacrificial.
Digamos que comienza siendo levemente fascinante, levemente tediosa, levemente irritante, desagradable, ridícula, tonta, aburrida, grotesca, pueril y, finalmente, también levemente bonachona, achuchable y perdonable.
Tigres de papel.
27 de junio de 2020
27 de junio de 2020
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película para "paladares" peculiares.
Cualquier resquicio de pensamiento lógico y racional se convierte en un escollo infranqueable para disfrutar de esta obra.
Quizás la única manera de verla sin ponerse nervioso sea con completa ausencia de reflexión o lógica, puede que si solo ves lo que se te muestra y lo aceptas tal cual es, la historia y no el para que ni el porque de esta misma, entonces si la llegues a disfrutar.
Pero seguramente un espectador medio simplemente se quedará con el culo torcido al final del film sin entender nada de lo que ha visto.
Desgraciadamente no hay nada que entender. Es lo que hay, sin más.
Una revisión del mito de Ifigenia, sin molestarse en acomodarla a la realidad de nuestros tiempos, usando como piedra angular la justicia divina y punto pelota.
Una película con pretensiones de sofisticación que mezcla y tritura conceptos como si de una Termomix cinematográfica se tratase, hasta dejar una amalgama irreconocible e incomestible. Pero para gustos los colores oiga, quizás mi sentido crítico y racional son prejuicios que me ciegan a la hora de disfrutar de esta cinta; puede que a algunos les chifle el film y gocen esa sensación de incomprensión mientras se tiran de los pelos, aunque no sepan ni por qué.
Preparación de la receta *Ciervo asado al estilo Lanthimos*:
Un par de cucharadas bien colmadas de mitología griega (que se note que el director es un griego con solera). Más otra cucharada de héroe pecador y vaso y medio de redención salomónica sin peros ni rechistes y ya tenemos la "Masa madre".
Agregamos un buen puñado de juicio sobrenatural, castigo estilo ojo por ojo, escenas surrealistas e incomodas presentadas descaradamente sin ninguna sutileza, planos cenitales y contrapicados, encuadres abiertos "inpiracion Kubrick" pero con diálogos para besugos, violines desafinados para dar atmósfera, personajes impávidos rozando lo cómico, remover todo con fuerza y agitar hasta conseguir una mezcla plana sin tropezones ni sentido.
Cocer todo a fuego lento (121 minutazos para esto... válgame el señor).
Luego tendrás un esperpéntico plato con un sabor absurdo que te volará la cabeza porque no entenderás nada.
Es una propuesta sin sentido que te roba 2 horas de tu existencia generando sensación de desconcierto, estafa y frustración por igual.
Promete complejidad y entrega algo que no se sabe ni lo que es, cuya única finalidad es entretener a toda costa al espectador sin mantener ninguna coherencia ni forma. Y es que no todo vale para mantener a la gente pegada a la pantalla.
"Toda acción tiene sus consecuencias", bien debería aplicarse el cuento que predica ya que tras 2 horas de película la única consecuencia final es la decepción.
Y es que da la impresión, de que el director después de idear semejante "Frankenstein" decidió seguir adelante con su criatura pese a no tener sentido ni finalidad. Ni él mismo sabe en realidad lo que quiere contarnos, intenta hacerse entender con escenas forzadas y diálogos autoexplicativos que pretende crípticos, con los que solo evidencia la nula intención de que el espectador ate cabos por si mismo.
Con "La Langosta" como plato principal ya nos dejaste buen sabor de boca Lanthimos, no hacia falta arruinar la cena con este segundo plato.
Para mi escudarse con que precisamente en la ausencia de respuestas está la gracia, es como hacer toda la cola durante días para entrar a un concierto y que al final no venga el artista en cuestión.
Frustrante, el auténtico sacrificio lo hace el propio espectador.
Cualquier resquicio de pensamiento lógico y racional se convierte en un escollo infranqueable para disfrutar de esta obra.
Quizás la única manera de verla sin ponerse nervioso sea con completa ausencia de reflexión o lógica, puede que si solo ves lo que se te muestra y lo aceptas tal cual es, la historia y no el para que ni el porque de esta misma, entonces si la llegues a disfrutar.
Pero seguramente un espectador medio simplemente se quedará con el culo torcido al final del film sin entender nada de lo que ha visto.
Desgraciadamente no hay nada que entender. Es lo que hay, sin más.
Una revisión del mito de Ifigenia, sin molestarse en acomodarla a la realidad de nuestros tiempos, usando como piedra angular la justicia divina y punto pelota.
Una película con pretensiones de sofisticación que mezcla y tritura conceptos como si de una Termomix cinematográfica se tratase, hasta dejar una amalgama irreconocible e incomestible. Pero para gustos los colores oiga, quizás mi sentido crítico y racional son prejuicios que me ciegan a la hora de disfrutar de esta cinta; puede que a algunos les chifle el film y gocen esa sensación de incomprensión mientras se tiran de los pelos, aunque no sepan ni por qué.
Preparación de la receta *Ciervo asado al estilo Lanthimos*:
Un par de cucharadas bien colmadas de mitología griega (que se note que el director es un griego con solera). Más otra cucharada de héroe pecador y vaso y medio de redención salomónica sin peros ni rechistes y ya tenemos la "Masa madre".
Agregamos un buen puñado de juicio sobrenatural, castigo estilo ojo por ojo, escenas surrealistas e incomodas presentadas descaradamente sin ninguna sutileza, planos cenitales y contrapicados, encuadres abiertos "inpiracion Kubrick" pero con diálogos para besugos, violines desafinados para dar atmósfera, personajes impávidos rozando lo cómico, remover todo con fuerza y agitar hasta conseguir una mezcla plana sin tropezones ni sentido.
Cocer todo a fuego lento (121 minutazos para esto... válgame el señor).
Luego tendrás un esperpéntico plato con un sabor absurdo que te volará la cabeza porque no entenderás nada.
Es una propuesta sin sentido que te roba 2 horas de tu existencia generando sensación de desconcierto, estafa y frustración por igual.
Promete complejidad y entrega algo que no se sabe ni lo que es, cuya única finalidad es entretener a toda costa al espectador sin mantener ninguna coherencia ni forma. Y es que no todo vale para mantener a la gente pegada a la pantalla.
"Toda acción tiene sus consecuencias", bien debería aplicarse el cuento que predica ya que tras 2 horas de película la única consecuencia final es la decepción.
Y es que da la impresión, de que el director después de idear semejante "Frankenstein" decidió seguir adelante con su criatura pese a no tener sentido ni finalidad. Ni él mismo sabe en realidad lo que quiere contarnos, intenta hacerse entender con escenas forzadas y diálogos autoexplicativos que pretende crípticos, con los que solo evidencia la nula intención de que el espectador ate cabos por si mismo.
Con "La Langosta" como plato principal ya nos dejaste buen sabor de boca Lanthimos, no hacia falta arruinar la cena con este segundo plato.
Para mi escudarse con que precisamente en la ausencia de respuestas está la gracia, es como hacer toda la cola durante días para entrar a un concierto y que al final no venga el artista en cuestión.
Frustrante, el auténtico sacrificio lo hace el propio espectador.
9 de enero de 2018
9 de enero de 2018
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cómo no gustarme esta película si es estimulante en propuesta tal como el cine de Haneke y Kubrick que sin duda la influyen, sin embargo hay que aclarar que Lanthimos tiene su sello. Mas parecida a Canino, esta película toma la tragedía griega como fondo para explorar la mentalidad de la clase alta profesional occidental. La irrupción del joven sirve para diseccionar con mano de cirujano los habitus de la exitosa familia compuesta por Farrell y Kidman. No pude dejar de pensar en ella y no pude estar más maravillado mientras la veía. Cine.
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