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España España · Illescas
Críticas de BiShOp
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Críticas 20
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
22 de agosto de 2018
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Hace ya varios años que llegó por casualidad a mis manos una novela de la que no tenía ninguna referencia, y era raro, puesto que todo lo relacionado con los tiburones (en especial las películas) siempre me ha atraído. Dicha novela era MEG (1997) de Steve Alten, que sin ser una maravilla trataba un tema interesante, la posibilidad de que el Megalodón, un enorme tiburón prehistórico, hubiera sobrevivido hasta nuestros días. Vamos, que había material de sobra para que los grandes estudios de Hollywood se fijarán en el libro para llevarlo a la gran pantalla. El problema es que el proyecto fue pasando de unas manos a otras, se barajaron multitud de directores y el guión se reescribió una y otra vez, sin que la empresa llegara a buen puerto. Finalmente el trabajo cayó en las manos de Jon Turteltaub (New York City, 1963), uno de esos directores cumplidores y competentes que tanto abundan en Hollywood, cuyos mayores éxitos son Mientras dormías (1995) y La búsqueda (2004). Con un presupuesto de unos 130 millones de dólares, nos ofrece una película entretenida, someramente filmada y con un par de escenas de acción destacables, pero que, lamentablemente, se queda a años luz de lo que podría haber sido, teniendo en cuenta el material que manejaba. Veamos las sombras y alguna otra luz que proyecta uno de los blockbusters del verano.

El principal problema que le encuentro a "Megalodón" es la falta de valentía de los responsables. El director se queja de que no le han dejado presentar al público la película que había rodado, ya que los productores no contemplaban la posibilidad de que el film recibiera la calificación "R", es decir "No recomendada para menores de 18 años", por lo que decidieron prescindir de algunas escenas para obtener la calificación "PG-13". Yendo al grano, estamos hablando de una película en la que aparece un tiburón de 25 metros y en la que no vemos prácticamente ninguna escena sangrienta, incluso cuando devora a alguno de los personajes. Este detalle me parece una absoluta tomadura de pelo al espectador que acude al cine esperando una auténtica explosión de muerte y destrucción, y supone un hándicap importante para la película, reflejándose dicho lastre en escenas como la de la abarrotada playa china, que enfocándola de otro modo podría haber sido apoteósica. Por otro lado, los ataques del tiburón terminan siendo bastante repetitivos, llegando a perder el factor sorpresa, ya que salvo alguna contada ocasión sabemos cuándo va a aparecer el escualo en escena. Se abusa demasiado del humor, mal utilizado e innecesario en ocasiones, producto de un guión que no destaca principalmente por la calidad de los diálogos de los personajes. Vamos, que nos importan un pimiento, porque aquí la estrella es el tiburón, y tarda la friolera de 40 minutos en dar la cara por primera vez.

Pocas virtudes atesora la película más allá de ser entretenida, aunque bien es cierto que las prácticamente dos horas de metraje se antojan bastante largas en ocasiones, provocando cierta sensación de lentitud en ocasiones. Los efectos especiales son impresionantes, el tiburón luce perfectamente en pantalla, aunque como en otras muchas películas de este tipo, el animal cambia de tamaño de unos planos a otros. Paradójicamente, el suspense está muy bien llevado durante la primera media hora de la película, justo cuando el tiburón no aparece en pantalla, herencia directa del clásico por excelencia en estas lides, Tiburón (1975), que destacaba por lo que se intuía más que por lo que mostraba. Talento se llama.

Jason Statham (Derbyshire, 1967) llevaba ya tiempo mereciendo un blockbuster de estas características, ya que llevaba un tiempo moviéndose entre películas de bajo presupuesto que frenaban su candidatura a "héroe de acción" del nuevo milenio. Aporta al personaje de Jonas Taylor su habitual chulería y frases lapidarias, aunque por razones obvias no puede desplegar todos sus conocimientos en artes marciales, por lo que sus escenas de acción se reducen a ejecutar piruetas imposibles para escapar en el último momento de las terribles dentelladas del Megalodón. Poco más podemos destacar del resto del reparto, repleto de actores asiáticos, peaje obligado debido al hecho de que casi todo el presupuesto de la película proviene de las arcas chinas.

En definitiva, una película que no constituye un absoluto desastre pero tampoco el pelotazo que se presuponía, no sabiendo definir en ningún momento su estatus, ya que se queda a medio camino entre tomarse en serio a sí misma o el desmadre más absoluto, en la que se echa en falta más sangre en el agua al no explotar al 100% sus potenciales virtudes, quedando en un (liviano) pasatiempo veraniego que, eso sí, nos provocará un un escalofrío cada vez que metamos el pie en el agua este verano...

NOTA : 5,5/10
BiShOp
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6
22 de agosto de 2018
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En una dilatada carrera que se extiende durante más de 30 años, Denzel Washington (Mount Vernon, 1954) nunca había participado en una secuela de ninguno de sus éxitos. Pero el hecho de que The Equalizer: El protector (2014) funcionara estupendamente tanto a nivel de taquilla como de crítica, animó a los responsables a embarcarse en una segunda parte, conscientes de que Robert McCall, el personaje interpretado por Washington, tenía mucho recorrido por delante. También repiten el director, Antoine Fuqua (Pittsburgh, 1965) y el encargado del libreto Richard Wenk (Plainfield, 1956), que, aunque no dejan de dotar a la película de una línea continuista reflejada en las virtudes que iluminaron la primera parte, optan por aportarle matices nuevos con el objetivo de enriquecer el producto final, aunque de manera algo irregular, lo que acaba suponiendo un pequeño obstáculo en su desarrollo narrativo.

La fórmula evoca a la de la primera parte en su esquema principal. Robert McCall es un ex-militar retirado que lleva una vida (aparentemente) tranquila, salvo cuando se dedica a ayudar a gente con problemas, momento en el que no duda en emplear todas sus habilidades para acabar con las injusticias. En "The Equalizer" tan solo se adivinaban pequeños esbozos de la personalidad de McCall, ya que la información venía con cuentagotas, además de recalcar constantemente su ostracismo voluntario. En "The Equalizer 2" el escenario varía sustancialmente, ya que nos encontramos con un personaje que se ha abierto al mundo y que no rehuye el contacto social. Y aquí es donde encuentro el principal problema de la película, ya que el metraje se alarga en exceso por las conversaciones que McCall mantiene con varios de los personajes de la cinta, conversaciones en muchas ocasiones vacuas e innecesarias, redundantes y que no aportan nada a la trama ni tampoco al perfil del protagonista, más allá de recalcar que es un buen hombre preocupado por sus el bienestar de sus conciudadanos, el prototipo perfecto de antihéroe. Tal vez la relación más interesante es la que mantiene con su joven vecino, Miles, enfocada desde un evidente prisma paternofilial. Por otro lado, el guión es bastante sobrio, con una historia que, al contrario de muchas de las últimas películas de espías, se sigue con relativa facilidad al no centrarse en una trama enrevesada, amén de contar con un par de giros que se ven venir de lejos.

Fuqua rinde a gran nivel en lo que es su auténtica especialidad, las escenas de acción. Están bien dosificadas a lo largo de todo el metraje, destacando por su solvente manejo de la cámara y por ofrecer una violencia cruda, seca, sin demasiadas florituras, destacando dos por encima de todas una que se sucede en el interior de un coche, con un plano realmente sublime, y por otro lado la que cierra la cinta, un ejercicio visual y de montaje de sonido sencillamente espectacular, con un duelo al más puro estilo del "spaguetti western". La banda sonora original no tiene una presencia demasiado destacable, más allá del tema central que ya escuchamos en la primera parte.

En definitiva, una película que intenta ofrecer algo más que su antecesora pero que patina en el tratamiento de las novedades, centrándose en conversaciones bastante triviales e innecesarias para redundar en la personalidad y comportamiento del protagonista pero que ralentizan en ocasiones el relato. En lo relativo al apartado técnico no hay nada que objetar: buena fotografía y buen sonido al servicio de un puñado de escenas de acción sobriamente rodadas.

NOTA: 6,75/10
BiShOp
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4
15 de febrero de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía que llegar el día. Lo temía, era algo que incluso me llegaba a quitar el sueño, pero siempre quedaba cierto rédito de esperanza de que no iba a ser así, que mi relación cinematográfica con Clint Eastwood (San Francisco, 1930), seguiría siendo idílica, que nada podría romper ese vínculo. Pero mis peores temores se han hecho realidad, y, tras mucho reflexionar desde que ví la película (el viernes), llego a la conclusión de que no me ha gustado. Bueno, a esa conclusión había llegado nada más salir del cine, pero entré en un estado de negación que me impedía afrontar la realidad. "Este no es mi Clint, me lo han cambiado", me decía mientras trataba de buscar las razones de tal descalabro fílmico. Con "15:17 Tren a París", Eastwood cierra su particular tríptico sobre héroes anónimos, que completan las notables El Francotirador (2014) y Sully (2016), contando la historia de tres norteamericanos que frustraron un atentado terrorista en un tren con destino a París. Sobre el papel se partía de una premisa atractiva, con todos los ingredientes para llevar a cabo una película notable, pero (con todo el dolor de mi corazón) Eastwood se estrella estrepitosamente, así que trataremos de encontrar las razones de este pequeño paso atrás.

Es posible que el suceso que se narra en la película no constituyera suficiente contenido para justificar un film con un metraje de hora y media, por lo que es evidente que había que complementarlo con escenas a las que se les debía exigir, como mínimo, cierto interés. Y por ahí es por donde hace aguas la película, ya que el guión firmado por Dorothy Blyskal (Brooklyn, 1982) no posee la fuerza suficiente, no ofrece un pulso narrativo firme, pegando bandazos y dando vueltas a la misma idea una y otra vez, lo que deriva en una historia donde la banalidad reina a su antojo. En una serie de flashbacks se nos muestra cómo se cimenta la amistad de los tres protagonistas, aunque bien es cierto que centrándose en la figura de Spencer, que acapara la mayor parte del relato, enfocado a que veamos una y otra vez en distintas situaciones lo inadaptado que ha sido toda su vida y las dificultades que ha tenido para encontrar su camino, dando siempre la sensación de que por una razón u otra estaba predestinado a hacer algo importante, todo ello aderezado con el halo de religiosidad que impregna en menor o mayor medida el cine de Eastwood, y que en esta ocasión me ha parecido excesivo. No reconozco al director en esta parte del metraje, me ha parecido una narración torpe, sin interés, obcecada en los mismos elementos. Es en el momento clave, el del intento de atentado, donde recuperamos al mejor Eastwood, con los 10 mejores minutos de la película, que atesoran todo el talento del director. En ese instante es cuando nos preguntamos si ha valido la pena lo visionado anterioremente para poder disfrutar de ese segmento.

Yendo más allá en lo arriesgado de la propuesta, el director decide dar el protagonismo a los verdaderos héroes, que se interpretan a ellos mismos. La verdad es que le ponen ganas y empeño, y a pesar de no ser actores profesionales, no chirría su interpretación. El problema es que un guión terrible no les ayuda en lo más mínimo, y asistimos en más de una ocasión a diálogos auténticamente sonrojantes.

En definitiva, podemos decir que nos encontramos ante la una de las peores películas (si no la peor) de Clint Eastwood. No sabemos si ha sido el pésimo guión, o un error a la hora de enfocar la historia que nos quería contar, o bien que en esta ocasión el patriotismo que le gusta mostrar en sus películas se le ha ido de las manos o, sencillamente, una desafortunada combinación de todo ello. Pero supongo que con 88 años y una carrera estelar a sus espaldas se ha ganado el derecho a fallar y que en el fondo no le importe demasiado.
BiShOp
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6
8 de febrero de 2018
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras unos inicios en los que su carrera profesional parecía enfocada al cine de terror, con títulos como La casa de cera (2005), el director español Jaume Collet-Serra (Barcelona, 1974), parece haber encontrado en el thriller de acción y suspense el género en el que mejor se desenvuelve y con el que se está labrando una trayectoria a tener en cuenta en el panorama cinematográfico estadounidense. En su nueva película, "El pasajero", además vuelve a contar con el que se está convirtiendo en su actor fetiche, Liam Neeson (Ballymena, 1952), que desde que protagonizara Venganza (2008), parece haberse anclado en un tipo concreto de personaje a la hora de interpretar, algo que de momento parece que le funciona. En esta ocasión interpreta a un vendedor de seguros que es despedido y se encuentra en su viaje diario en tren con una misteriosa mujer que le hace una enigmática propuesta con la que puede ganar 100.000 dólares.El resultado es una película en la que, como el tren en el que se desarrolla, la trama arranca lentamente, dosificando el suspense poco a poco, para coger velocidad en forma de un par de escenas de acción, preludio del ritmo vertiginoso que desencadenará en un final explosivo (y algo inverosímil, seamos sinceros). Veamos si merece la pena pagar el billete para embarcarnos en este viaje.

A Collet-Serra hay que agradecerle su sinceridad cinematográfica en sus propuestas. Aunque trabaje con temas mil veces vistos, no engaña, no marea a la audiencia, ofrece divertimentos puros y duros, y eso es "El pasajero", una cinta que busca la complicidad del espectador durante hora y media, que ha de ser consciente de lo que se va a encontrar. Obviando la poca consistencia del guión, debemos detenernos en el estilismo y saber hacer en la dirección que Collet-Serra ya ha demostrado en sus anteriores cintas. Al igual que en Non-Stop (Sin escalas) (2014), que comparte con esta director y actor protagonista, el escenario vuelve a ser asfixiante, cambiando un avión por un tren. La cosa empieza pausada, y tras la consabida presentación de personajes (brillante la de Michael, con un montaje que nos muestra su rutina diaria de una manera atemporal), abordamos un primer acto en el que prima el suspense, incluso pudiendo apreciar remininiscencias "hitchcockianas", como en el encuentro del personaje interpretado por Neeson con la intrigante mujer que le realiza la descabellada propuesta. Todo ello sienta las bases de lo que sucede a continuación, un tramo en el que la acción se adueña de la pantalla, sabedor el director de que el factor sorpresa ya se ha diluido y que debe transitar por otros derroteros. Y aquí el realizador tiene las de ganar, ya que se muestra como un consumado especialista de las "set-pieces" de acción, con una dirección muy dinámica y con la inclusión de planos arriesgados que están muy bien llevados, aunque la era de automatismos cinematográficos que vivimos hace que dichas escenas no estén exentas de cierta inverosimilutud inducida en aras del espectáculo, pero realmente es algo que no da exactamente igual.

Liam Neeson tiene pinta de ser un tipo simpático, vamos, del tipo de persona con la que te podrías ir de cañas sin conocerla. Es por eso que estos papeles le sientan como un guante, ya que encarna a la perfección al hombre corriente desbordado por las circunstancias, por lo que no debemos hacer demasiados esfuerzos para identificarnos con él. Breve, pero intenso, es el papel de Vera Farmiga (Clifton, 1973), "femme fatale" y factor desencadenante de la odisea del protagonista. Farmiga es una de mis actrices favoritas, teniendo en su haber la estupenda serie Bates Motel (2013-2017) y las dos peliculas de Expediente Warren. Se les une en el reparto una serie de caras más o menos conocidas, como Patrick Wilson (Norfolk, 1973), Sam Neill (Tyrone, 1947), Jonathan Banks (Washington, 1947) o la española Clara Lago (Madrid, 1990), en su primer papel en Hollywood.

En definitiva, una película de muy fácil digestión y que se olvida con facilidad, ideal para pasar un rato agradable en el cine si no somos demasiado exigentes. Positiva en el aspecto visual y en las escenas de acción, baja enteros si analizamos a fondo el guión o no tenemos la mente abierta hacía varias fantasmadas propias del género.
BiShOp
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8
30 de septiembre de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras abordar el drama bélico con En tierra hostil (2008), retrato trepidante del trabajo de un grupo de artificeros en Irak, y el thriller con base histórica en La noche más oscura (2012), donde narra la caza de Bin Laden, Kathryn Bigelow (San Carlos, 1951) completa su particular trilogía de cine orientado a despertar la conciencia social con "Detroit", demostrando una vez más que se trata de una de las directoras más viscerales de su generación, capaz de afrontar películas que se sustentan sobre temas de actualidad, pero también espinosos, siendo acusada en muchas ocasiones de tirar la piedra y esconder la mano, de cuidarse mucho de sobrepasar la línea que marca lo políticamente correcto en Estados Unidos, para no contrariar a nadie. Si lo observamos desde otra óptica distinta, también podemos decir en su favor que es capaz de ahondar en la llaga de ciertos temas sin tomar partido a favor o en contra. En "Detroit" trata el racismo que siempre ha estado presente en los EEUU, un tema atemporal, y lo hace a través de la narración suceso desconocido para gran parte del público, con un desarrollo irregular que afecta al resultado final pero con destellos del buen cine que es capaz de ofrecer Bigelow.

El libreto de Mark Boal (Nueva York, 1973), colaborador de Bigelow en las tres anteriores cintas de la directora, se estructura en tres partes. Tras una breve lección de historia insertada a través de unos artesanos títulos de crédito y usando imágenes reales de archivo como base, nos metemos de lleno en el contexto sociopolítico (aunque pueda parecer que en cierto modo se pasa de puntillas sobre él) de la trama. Bigelow maneja perfectamente los tempos, consiguiendo que flote en la atmósfera algo amenazante, algo que sabemos que no tardará en estallar. Y estalla con la redada que se lleva a cabo en un club nocturno, constituyendo la chispa definitiva que precipita los acontecimientos. Es una fase de presentación de muchos de los personajes que serán fundamentales en la segunda parte de la película, donde la directora pone en boga sus enormes cualidades. Con el ejército ya en las calles de Detroit, un inocente juego con un arma de fogueo supone el asalto por parte de militares y policías del motel Algiers, buscando al autor de los disparos.

Este segundo segmento de la película es sin duda el más desasosegante y cruel, donde asistimos al punto más bajo de la condición humana, al triunfo del odio racial como lacra de la humanidad. A través de un montaje preciso como un reloj y un uso de la cámara centrado en primeros planos y excelentes planos-secuencia, Bigelow acelera nuestro pulso y golpea nuestra conciencia con saña, provocando repulsa, angustia e indignación a partes iguales, encontrándonos con algunos de los mejores minutos de cine del año.

El gran hándicap de la película es el tercer acto, posiblemente necesario pero mal insertado, que se encarga de tirar por tierra lo conseguido en las casi dos horas anteriores. Se centra en el juicio a los culpables y en las secuelas que sufren las personas que se encontraban esa noche en el motel.

De un reparto coral, destaca principalmente el joven Will Poulter (1993), que encarna a un policía racista, y que se marca una interpretación absolutamente antológica, con un personaje repulsivo, obcecado en sus convicciones y que utiliza el incidente del motel para sacar fuera todo su odio y violencia. Él acarrea todo el peso interpretativo de la segunda parte del metraje, aunque también es justo nombrar a John Boyega (Londres, 1992), de moda en el firmamento cinematográfico por su participación en la nueva trilogía de "Star Wars" y que se mete en la piel de un guardia de seguridad que asiste horrorizado a las vejaciones y abusos de las autoridades sin nada que poder hacer.

En definitiva, un nuevo paso de Kathryn Bigelow en su faceta de realizadora de cine de denuncia sociopolítica, con un duro alegato antiracista que sufre de un cierto bajón en el ritmo en su último tramo. La dirección es solvente, a ratos brillante, y tanto William Goldenberg como Harry Yoon dan una lección de cómo montar una película. Cine duro de ver pero muy necesario.

NOTA: 8/10

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BiShOp
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