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Críticas de Natxo Borràs
Críticas 2,192
Críticas ordenadas por utilidad
5
19 de noviembre de 2009
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elaborado thriller nórdico que en su primera mitad y gracias a una excelente tarea en el montaje, nos recuerda al mejor Iñarritu-Arriaga pero que acaba siendo un film al cien por cien "sui generis". Me atrevería con algo más de delicadeza considerarla una cinta deudora del universo Largsson (en lo que respecta a los libros del malogrado escritor sueco) sin dudar que la procedencia del país, Islandia, es lo suficientemente creíble como para que "Mýrin" (La Ciudad de los Frascos, en donde se guarda bañado en formol el elemento clave de la trama) tenga sus méritos sin necesidad de recurrir a Hollywood o que, inevitablemente ahora que está tan de moda, a "Millenium".

Pero estamos frente a un pandemonium con sentido pero como un rompecabezas disolviéndose en el agua. Es cierto que las tramas policíacas están concebidas para pensar o incluso para que acabémonos rompiendo la cabeza entre tópico y tópico (ejemplos: forense exponiendo su sentido del humor negro o extracción de un cadáver putrefacto semicubierto de ratas con salto de secuencia con uno de los policias comiéndose un donut en el coche a la espera de que el malo de turno haga de las suyas al salir por la puerta de una casa que no es la suya,...)

Dos hechos paralelos relacionados con la muerte de una niña y una violación llevan a un policia a atar cabos en relación al asesinato de un hombre que conformaba un trío con un reo peligroso y otro tipejo dado por desaparecido, a la vez extorsionados por un ex-policía corrupto sumido en la miseria y la bebida. Por si no tuviera bastante el sufrido investigador (y no tiene a una Salander o heroína de turno que lo achuche, olé su realismo) tiene que cargar con una hija yonqui embarazada de remitente anónimo.

Lo Mejor: los magníficos paisajes de Islandia
Lo Peor: la mala imagen que ofrece de Islandia
Natxo Borràs
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8
17 de noviembre de 2009
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El azote de celuloide erótico que invadió las salas en los setenta no solo llevó de cabeza a un público curioso, sinó a unos censores nerviosos (remilgados obsesivos que aprovechaban visionar antes de dar el tijeretazo definitivo y un que “os den” al resto de los mortales y no sin antes haber dado rienda suelta a sus ocultos deseos de “voyeurs” calenturientos) que no perdonaban pero que su agotamiento acabó siendo la cruz de una manufactura que no paraba de producir Emmanuelles y un largo etcétera. Pero el erotismo pasaba a un plano cansino. Por otro lado algunas pocas quedaron relegadas a circuitos de arte y ensayo con las firmas de reconocidos autores como Bernardo Bertolucci (El Último Tango en París) o Pier Paolo Pasolini (la trilogía de la vida y “Salò”) con sus categorizadas piezas de culto en la actualidad al saber equilibrar reflexión y provocación a la vez.

Al film de Oshima no lo encasillaría en ninguno de estos dos grupos mencionados anteriormente. El título original en japonés de “El Imperio de los Sentidos” es “Ai No Corrida” que, a modo de echarse unas risas algunos la mencionan como “No Ai Corrida” (se puede tomar a cachondeo pero de corridas las hay). No se le puede negar que es un film porno a la antigua usanza pero sin llegar a las tomas y primeros planos que Gerald Damiano detalló en “Garganta Profunda”, para citar un ejemplo de que las secuencias de sexo en lo relativo a lo más agresivo e impactante a fin de herir sensibilidades. Sí, ya sé que cualquier comparación puede ser odiosa, pero si la cinta de Damiano ya exhibía la pornografía sin tapujos ni prejuicios, “El Imperio de los Sentidos” muestra el sexo con tal sensibilidad acorde a la historia de amor formulada; Kichi-San (Tatsuya Fuji) y su criada Sada (Eiko Matsuda), antigua prostituta, enloquecen por el placer de restregarse juntos por una habitación a merced de las curiosas miradas de criadas y gheisas, hasta tal punto que la obsesión por la carne y el intercambio de fluidos corporales llega a límites insospechados hasta que sudan y apestan. Y es que la obsesión de Sada por ser objeto de sumisión y deseo por parte de su amado se convierte en el no va más. El romance en su definición pasa a un plano fantasmagórico que sigue prevaleciendo en el aislamiento de la pareja del mundo exterior. Los dos se envuelven aletargados por la felación, la masturbación y el sadomasoquismo (él se deja pegar, ella estrangular, y viceversa. Vamos, la pareja perfecta) como atractiva vía hacia las puertas de una Muerte que debería cerrar el círculo entre tanto edén de deseo.

Sada y Kichi-San representan unos outsiders del Japón de primera mitad del siglo XX (esa sociedad anticuada y post-feudal tan añorada por Yukio Mishima en las descripciones de la mayoría de sus novelas) en su eterno viaje pasional. Por lo que una vez visionada la película se llega a la conclusión de que se trasta de una de las mejores películas románticas de la Historia del Cine.
Natxo Borràs
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8
29 de diciembre de 2008
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ángela y Pablo representan una pareja de jóvenes rebeldes que no creen en el futuro porque simplemente se les antoja un pimiento. Así que no se les ocurre nada que robar, desvalijar, atracar a mano armada y lanzarse a las andadas lejos de los reformatorios. Viven del crudo presente sin entender ni comprender lo que les ocurre a su alrededor porque, simplemente, no se les ha contado. Como muchos de ellos han abandonado el pueblo, viven en la periferia de las grandes ciudades en desarrollo (Saura dirige su film en 1980) y el mar es para ellosun lugar lejano y nunca visto donde algun dia valdrá la pena visitarlo para olvidarse de lo que precisamente ignoran, lo que les hará más humanos y sensibles.

Saura muestra una generación incomprendida en una brutal crítica sobre el descontento de ciertos sectores de la sociedad española ante ciertos cambios politico-sociales. Ya no es el Saura que exorciza los fantasmas del franquismo; ahora lo es con la democracia y se luce de lleno. Un "Perros Callejeros" justificado y elevado al cubo en toda su cruel redundancia, mereciéndose el Oso de Oro en el Festival de Berlín. Los desgraciados cachorros acuñados por el director de "El Jardín de las Delicias" (por cierto, actores no profesionales) son el claro ejemplo de denuncia social enfrentada a un sistema demoledor y en frenético crecimiento.
Natxo Borràs
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5
7 de enero de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El subgénero “mondo”, asociado al cruel documental que explícitamente muestra escenas de los más abominables en lo que concierne, alcanzó su cúspide con ésta película en que muestra de modo vil en buena parte del metraje escenas de caza en diferentes partes del globo terráqueo. Desde la pampa argentina a la sábana africana, la película (narrada en off italiano por el escritor Alberto Moravia) pretende interrelacionar la relación del hombre con los animales y la caza como herramienta en una constante lucha por la supervivencia de la especie.

El film serà recordado por algunas de sus polémicas secuencias en que pretendían demostrar una veracidad inexistente con el empleo de fotogramas nublosos, las más duras atrocidades que se podían cometer por esa sabia madre naturaleza que instaba al hombre o al animal (en ese caso, desgraciadamente la muerte entre animales por disparo son auténticas) a cometer sus actos. Más allá de si el morbo estaba en la intencionalidad de los autores (sus directores, Antonio Climati y Mario Morra, que repetirían con dos películas más, intentaron lograr el éxito de sus predecesores Jacopetti y Prosperi en “Este Perro Mundo” (Mondo Cane, 1962)) “Hombres Salvajes, Bestias Salvajes” quedó en lo que quedó: en un pseudo-documental enterrado en los cartapacios del cine “trash” y a corte de censura y polvo de herrumbre.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Natxo Borràs
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6
28 de octubre de 2015
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roy Ward Baker siempre fue un nombre ligado la productora británica Hammer y se especializó en géneros como el de la ciencia ficción “¿Qué Sucedió Entonces? (Quatermass and the Pit, 1967) el terror psicológico, “Refugio Macabro” (Asylum, 1971) o incluso remezclando el subgénero de cine de karatecas en “Kung Fu contra los Siete Vampiros de Oro” (The Legend of the Seven Golden Vampires, 1974) entre otras películas en que combinaba terror, fantástico y aventuras.

“El Club de los Monstruos” es un homenaje a la mitomanía recreada durante los años del clasicismo freak que tan bien había aportado el celuloide llenando las pantallas de vampiros, fantasmas, no-muertos u hombres lobo… Pero ¿Qué pasaría si surgieran razas híbridas de estos seres, incluso con humanos?

Tales respuestas no las busca el desafortunado o afortunado escritor de novelas de terror protagonizado por John Carradine sino que le encuentran a él, que se pierde por la noche y casi es atacado por un vampiro (tras los colmillos retráctiles de otro gran veterano como Vincent Price) que finalmente le invita a su selecto local de criaturas de ultratumba y en que aparte de ser recibido con todos los honores como si fuera un monstruo más será partícipe d las historias que se cuentan allí. Y son esos relatos que componen la película: desde criaturas que emiten silbidos letales, vampiros que saben lo que es duro trabajar de noche e ignorando que les dan caza o como un director de cine se ve envuelto en una pesadilla al intentar localizar exteriores para su nueva película.

Entre otros actores destacan la presencia de Patrick Magee (Barry Lyndon), Donald Pleasance (La Noche de Halloween) Stuart Whitman (La Ciudad bajo el Agua) o la exchica Bond Britt Ekland (El Hombre de la Pistola de Oro).
Natxo Borràs
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