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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1,065
Críticas ordenadas por utilidad
5
8 de febrero de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Iluso de mí, que vi esta película por curiosidad, esperando ver a la Campanilla de siempre.
Todos sabemos quién, aquella hada vanidosa, belicosa y envidiosa pese a su aspecto bondadoso, inseparable amiga de Peter Pan.
Pero esta no es mi Campanilla, me la han cambiado.

Su aventura en solitario es de todo menos alguna identificación con ese lejano referente de la película original.
En su lugar, es la clásica historia de la ingenua inconformista que se rebela contra toda la sociedad que la exige ser algo que no quiere ser. Nada más nacer (de la risa de una niña, un bonito detalle poético) se le asigna un puesto en la Hondonada de las Hadas, y tendrá que cumplir con él por siempre.
Pero por supuesto, intentará salir de esa situación, con la inestimable ayuda de su inventiva y desparpajo.

No es tan sangrante lo que cuenta si no por cómo lo cuenta: a la historia de la rebelde novata se añaden las amigas multi-étnicas y variadas, con rival engreída de por medio, pasando por los graciosillos del grupo. Podría transcurrir, literalmente, en un instituto americano y no pasaría nada, no hay el más mínimo asomo de cambiar las dinámicas de un mundo imaginario.
¿No habría sido interesante explorar los detalles de atrapar ese último resplandor del atardecer, lo único que recuerdo a algo levemente fantasioso? No, en su lugar hay que poner una Reina Hada que parece directora de instituto, acompañada del pobre bastardo que siempre acaba lleno de pringue.

Los únicos destellos de mínima maravilla, como aquel de Campanilla montando una caja de música a la luz del atardecer, quedan rápidamente eclipsados y olvidados, ahogados en una trama blandamente simple.
Pero, en el último intento de la película por capitalizar mi nostalgia infantil, me doy cuenta de que quizás esta historia no era para mí: era para los niños, que quieren seguir jugando en mundos de fantasía lejos de las carencias argumentales que yo pueda ver. Lo único que existe aquí para fans del personaje es ese torpe final, colocado para dar sensación de conexión y de "¡hey, Peter Pan está a la vuelta de la esquina!", pero no nos engañemos, aquí no lo estará nunca.

Los niños solo quieren divertirse, no tiene nada de malo.
Pero es una lástima que no vayan a conocer a la misma, única, hada que conocí yo.
Charles
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6
4 de febrero de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La infinita estepa de la Antártida sirve de fondo a esta historia.
Una relación, plagada de pequeños gestos, confianzas, y a la vez intenciones ocultas.
Cosas que solo salen a la luz si se les da el tiempo suficiente para hacerlo.

'Red Knot', como tal, es una fortaleza imposible de penetrar.
Toda su narración permanece escondida al principio y solo, al transcurrir el tiempo como transcurren los días para los personajes, donde por primera vez nos daremos cuenta de qué es lo que realmente está pasando en ese bote camino a estudiar las especies animales más aisladas.
El diálogo sale de los personajes, y no deja huella alguna: tampoco es importante, o quizá nunca lo fue.

La relación entre Chloe y Peter es tan fantástica que se van de luna de miel mientras el segundo tiene como objetivo seguir su trabajo de investigación.
Al principio, qué cabría esperar de una pareja joven, se suceden los momentos de sonrisa y hasta casi de "miseria compartida" al darse cuenta de que puede que sus vacaciones no sean tan increíbles como hubieran pensado. Qué afortunadas, las parejas que no conocen la necesidad o la soledad.
A partir de ahí, se sucede un viaje a lo desconocido, pero no a ningún territorio, sino a los deseos de cada uno de ellos, que todavía estaban por desenterrar del todo.

Asistimos a un recital que una cámara atenta y detallista logra captar en toda su esencia: al progresivo desentendimiento de dos personas, contra su voluntad, casi contra su propia lógica.
Sucede cuando el recuerdo de una escapada pasional apenas queda en el recuerdo de unos dedos que tocaron el cielo, y ahora solo tocan triste plástico. También sucede cuándo se prescinde voluntariamente de la compañía del otro, o cuando apenas se logra ver durante unos instantes cómo levanta el párpado del sueño en el que le creíamos dormido. Son pequeños detalles, invisibles a la vista y casi a la nuestra, que se nos revelan en toda su progresiva crudeza.
Llega el punto en que las fronteras son demasiado grandes, demasiado impenetrables como para que alguien se pregunte cómo han llegado allí.

En un barco, rodeado por infinitos horizontes y continuos atardeceres, la vida puede ser muy limitada.
Creemos, y nos gustaría pensar, que las limitaciones están ahí para frenar a otros, amigos, conocidos, puede que extraños. Que lo que otros nos confiesan a media voz casi en tono de disculpa nunca nos pasará a nosotros, somos demasiado jóvenes, sabemos demasiado, no hay peligro.
Este viaje a la Antártida, sin embargo, es la confirmación de que nunca seremos tan inocentes, o perdonaremos con tanta facilidad. Que el tiempo desgasta, y lo hace con todo, a partir de ahí cada uno ve como puede frenar su imparable paso.

No hay salidas fáciles, cuándo pensamos que siempre las habría.
Pero también confirma que igual que pasa la felicidad, pasa la tristeza. Nada nunca es eterno, no cometamos el error de pensarlo.
Excepto los anhelos: esos siempre serán eternos, aunque puedan cambiar fácilmente.
Charles
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8
15 de octubre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para cada acción, hay una reacción.
Por cada puñetazo que no se da, hay alguien que si lo hace. De igual manera que en medio de la corriente de un río siempre hay una piedra resistiendo la corriente.
Y por cada escoria miserable, siempre hay alguien que la planta cara.

'Harry el Sucio' rehuye del heroísmo que normalmente se les da a las fuerzas del orden.
Muy al contrario, presenta un sistema podrido por ambas partes, que es incapaz de atajar las situaciones de crisis y mantener cierta seguridad ciudadana. Las personas que recorren la ciudad de San Francisco tienen caras ocultas, no importa a qué lado de la ley pertenezcan.
Se palpa la obsesión y la imposible idea de una convivencia, amparada en reglas absurdas que los poderosos se creen que los desequilibrados, los vividores al margen, pueden llegar a respetar.

De entre esa confusión emerge Harry Callahan, apodado "el Sucio".
Un hombre al que muchos llamarían difícil, pero solo lo es porque dice la verdad a la cara cuando todos buscan la manera de ignorarla. Y la expone calmadamente, sin ningún tipo de ira, poseído por la determinación que tienen las personas que hacen lo que ellos creen correcto, muy diferente de lo que los que se sientan a salvo en despacho creen correcto.
No importa cuál sea la situación: la locura circundante en forma de atracos rápidos y mortales no pueden perturbar la ironía del detective, ni una amenaza de suicida su desarmante parlamento. Harry se ensucia porque cree que nadie más lo hará y porque, solo hace falta mirarle, en el fondo disfruta un poco haciéndolo, disfruta de esa cara oculta que solo quien mire por las ventanas en el momento justo podrá atisbar (es revelador que de esa manera vea dos actos cotidianos que a través de desnudez femenina revelan su faceta inmoral).

Pero el disfrute se vuelve difícil cuando aparece una mente criminal, Escorpión, carente del miedo que Harry podía ver en los ojos de los criminales al apuntarles con su Magnum.
Escorpión, solo un joven, es más que otra víctima del entorno, no se deja hacer, sino que hace: su métodos inspiran terror porque parece ser que alguien tiene un plan, aunque sea horrible, y alguien está determinado a hacer algo, alguien que ni es Harry ni tiene su sentido de la moralidad.
Don Siegel filma noches robadas en San Francisco, plagadas de negrísima oscuridad, asfixiante incertidumbre y muchas criaturas nocturnas, seres casi humanos que habitan en las sombras y desafían la visión inflexible de Harry Callahan con su estilo de vida miserable e inmoral. Escorpión le hace salir a la calle en la hora menos indicada, mostrándole la realidad que él habita cada día, y hablándole desde cabinas telefónicas, como una voz guía que impone otras reglas a la ciudad.

No es casualidad que Harry solo logre atrapar a Escorpión alejado de las sombras, perdido de su hábitat natural, como un chiquillo asustado que grita socorro.
Su relación cambia, y no es solo por ser el escorpión envenenado por su propia cola, si no porque se nota el choque entre una acción descontrolada y una reacción pétrea: ninguno de los dos parará, nunca, y las fronteras de ambos cada vez están más difusas, en ese contexto plagado de consejeros legales que no han tenido que estar descubriendo a las víctimas rodeadas en brumas de decepción.
Entre Harry Callahan y Escorpión se resumen las contradicciones de una sociedad normalmente agresiva y desnaturalizada, que ha escrito una ley solo para incumplirla, como papel tras el que se escudan los indecisos. Pero la determinación de ambos viene con un precio, porque nadie se estrella contra sus propios límites sin herirse.

Es por eso por lo que Escorpión, tras haber sido corriente decidida del río, duda, por primera vez sumándose a la masa que se deja contagiar por la locura, firmando su caída en desgracia.
Es por lo mismo por lo que Harry Callahan, siendo la roca agrietada, renuncia a su fe en un sistema que ha dejado de darle respuestas.

Y es por lo mismo, por lo que Don Siegel retira el foco, como tantas otras veces, tras haber asistido a un análisis certero pero desolador del comportamiento humano.
Charles
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5
7 de octubre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¿Por qué las chinas tenéis distinto sabor que las otras chicas?"
"¿Nosotras somos mejores?"
"No, solo diferentes."
Entonces, Nancy Sinatra empieza a cantar "solo se vive dos veces, una para ti y otra para tus sueños".

De entrada, como tantas otras veces (metafórica y literalmente), el agente 007 muere, solo para seguir vivo.
Para perseguir sueños no queda claro, pero sí para la inevitable renovación: para evitar el desgaste, se cambia el escenario, de las capitales europeas o las playas paradisíacas a Japón, Tokyo.
Y por primera vez, quizá en un intento para desengancharle de tópicos racistas, él es el extranjero, y no al revés, como venía siendo costumbre.

James Bond entró a Japón de la mano de Roald Dahl (increíble pero cierto) en una historia que buscaba apaciguar el espíritu de la Guerra Fría gracias a una amenaza común, de nuevo marca ESPECTRA.
Por el camino, conoce a su aliado jefe de policía Tigre y a las inevitables chicas Bond, de las cuales solo la occidental, la señorita Brandt, será la que le dé problemas. Curioso retrato de la época, y del personaje, dando a entender que son las víboras occidentales las que hay que temer, y no las amables muchachas orientales, fascinadas por su velludo pecho (en una afilada ironía, las dos chicas Bond japonesas se intercambiaron los papeles por cuestiones de idioma, dejando claro cuán de intercambiables eran).

De nuevo, donde hay historia es en los pequeños detalles, como esa Moneypenny juguetona que casi hace decir a 007 la frase que nunca diría a una mujer (más deliciosa que nunca, Lois Maxwell, y la única capaz de torear a James) y ese curioso episodio en el que Bond se ve obligado a comulgar con las costumbres japonesas de los pescadores y contraer boda con una inocentona chiquilla (como ya es costumbre, en perpetuo bikini dejándose ver aunque él vaya abrigado hasta arriba).
Casi, casi, se ve una sonrisa de esa paz que James busca inconscientemente, cuando la contempla al atardecer del mar.

Pero digo mucho "de nuevo" y "como siempre".
La saga, Sean Connery ya lo sabía, se agotaba, no era capaz de seguir el ritmo de los tiempos porque era más de lo mismo sin ser mejor. No extraña su (momentánea) salida tras este Bond.
La guarida del volcán y Donald Pleseance por fin dando cara al jefe de ESPECTRA, el enigma de la época, de poco servían: las persecuciones en helicóptero o los asaltos de miles de ninjas a la guarida ya no impresionaban, porque eran ruido de fondo sin tensión alguna.

Hasta este punto, podría decirse que Sean Connery vivió de sobra para los sueños de los demás.
Quizás, entonces, le tocaba vivir para él mismo.
Charles
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6
21 de septiembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
De puro imposible, esta historia arranca ya la sonrisa: los Teleñecos buscando empleo.
No, de hecho, no buscando empleo, sino cumpliendo el sueño urbanita de ir a la gran ciudad para buscar su destino, y dándose cuenta una vez allí que pocas personas están dispuestas a darte una oportunidad, sin importar lo bueno que seas.
Pero ahí es justamente donde da en el clavo: Jim Henson siempre quiso para sus creaciones una realidad que ni los tratara como fenómenos de feria o anomalías, y probablemente no había otra manera mejor de expresarlo que dejando claro que ni ellos tienen todo solucionado.

Así, queda una suerte de odisea personal de los Teleñecos buscando su propio hueco, llegando a desbandarse, y volverse otra vez a juntar, porque ya sabemos cómo funcionan mejor.
Entre medias, la búsqueda personal de Gustavo por hacer algo que valga la pena y saber liderar su grupo (ya tiene que ser buena una rana para que te conmueva), con una serie de situaciones de desempleo donde el carismático grupo sigue sacando su buen humor a relucir, no importa lo mal que se vean las cosas.

Y una enseñanza para el recuerdo:
"Escúchame bien. Una gran ciudad. Vives... trabajas... ¿eh? . Pero es solo una ciudad, solo personas.
La gente es la gente, no son edificios. Son tomates.
Es gente, es baile, es música. ¡Son patatas!
Eso. La gente es la gente, ¿de acuerdo?"
Puede que sea una reflexión más atinada de lo que parece, porque cuando todo es caótico, solo hay que recordar que detrás de ello todo es de lo más simple. Porque la gente es la gente, y los Teleñecos pese a sus dudas están entre ellos y los celos de Peggy o la memoria de Gustavo tienen la más sencilla de las soluciones.

Probablemente es así como Jim Henson y compañía veían a sus criaturas, unos seres con bondad infinita, incapaces de ser malévolos o retorcidos, y siempre con la capacidad mágica de hacer que durante un rato los problemas reales se convirtieran en imaginativos chistes.
Conquistar Manhattan no sé, pero desde luego un rincón en nuestra memoria lo conquistaron hace tiempo.
Charles
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