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Críticas de Anibal Ricci
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Críticas 354
Críticas ordenadas por utilidad
4
27 de marzo de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título provocaba algo profundo tipo Bergman, una metáfora que nos situara en el lugar de los personajes: una pareja lésbica de mediana edad, donde a una de ellas le confirman que el cáncer es terminal.

El tema de la muerte es tan inherente al ser humano, una certeza que nos alcanzará algún día. Surgen interrogantes relativas a cómo se afronta, las despedidas que implica, la dignidad de ese acto final.

La película aborda escasos elementos y se centra en la evolución del cariño que sienten una por otra. Los diálogos mínimos, algo así como el “ayudándote a sentir” que se expresa en un funeral. La cinta insiste en mostrarnos un tono, la tristeza (el cariño no aflora, cierta parsimonia aleja al espectador). No hay demasiadas pistas de cómo era la relación antes de ese fatídico veredicto; la enferma llora, se ofusca con la pareja y siente dolor físico, pero básicamente su pareja la acompaña y cuida en silencio.

Quizás lo valioso es que hace pensar en tu reacción ante un suceso tan devastador. Si no has experimentado pérdidas importantes, la cinta hará reflexionar en la manera de expresar afecto a los seres queridos. Quizás escoger las palabras adecuadas, en cambio este guion nos impone diálogos tan rudimentarios, que siempre mantiene una constante emocional: una parca tristeza. La dirección de actrices no ofrece matices, por lo que en todo momento esa tristeza amenaza en convertirse en tedio. Hay mucha distancia con los personajes y los primeros planos y las imágenes de la naturaleza no parecen encontrar el timing adecuado para afirmar que hay un buen trabajo de edición.

El tono triste lo invade todo y la duración de las escenas pretenden darle una significación poética, acaso intentando alguna elipsis que no funciona. La fotografía y el sonido de buen nivel técnico no trasmiten profundidad y hay dos relatos anexos que tampoco articulan ningún significado: voces en off de los personajes interpretando a otros personajes, la idea de la amante contando un cuento a la moribunda resulta muy forzado y el que los personajes masculinos tengan voces femeninas francamente no se entiende.

El tema sentimental no tiene espacio alguno en este relato. El que sea una pareja homosexual no influye en nada, podría ser cualquier pareja abordada en sus últimos momentos. No hay recuerdos, es todo tan literal.

Aquí es donde el espectador se pregunta cuál es el tema de la película, cuál es el punto de vista. Todo tan inconexo que parece un ejercicio de escuela de cine donde la pretensión resulta desmedida al lado de una historia que no ofrece variantes.

La hora y media de duración es más que suficiente y no desemboca en ninguna emoción por parte del espectador, la cinta es demasiado contemplativa.

El final pretende decirnos que la vida sigue a través de unas adolescentes bailando al son de Raffaella Carrá. Ese tránsito de la tristeza (nunca es congoja, angustia, recogimiento o arrepentimiento) a la alegría despreocupada resulta bastante torpe como elipsis y provoca una sensación extraña de haber perdido el tiempo.
Anibal Ricci
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5
4 de marzo de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es evidente el crecimiento que tuvo el cine de Pablo Larraín a partir de su primera pieza. Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y el salto cuántico de El Club (2015), dan cuenta de su evolución como director, dejando de lado esos intentos de fotografía correcta y planos supuestamente artísticos, para posteriormente oscurecer sus imágenes y registrar espacios cerrados, claustrofóbicos, mostrando instinto para registrar el lado oscuro de los seres humanos. Habrá talento para reflejar la podredumbre humana a partir de escenas bien compuestas, siempre replicando la turbiedad de sus protagonistas.

Fuga (2006) debe haber sido su escuela para experimentar, con posibilidades técnicas aportadas por Fábula Producciones, un lujo a los que pocos cineastas chilenos podían aspirar. El gran problema de Fuga es que su historia está llena de clisés, compuesta en tres actos, que van desmejorando la calidad de la cinta conforme avanza el metraje.

El apartado de actuación merece mención por su deficiencia. Un demasiado joven Benjamín Vicuña no acierta con ninguno de los registros (el guion no ayuda por cierto), incluso parece que el personaje fueran tres personas diferentes. Bien que haya variaciones que expliquen su envejecimiento, pero la continuidad resulta difícil de aceptar para el espectador. Está plagado de secundarios que ni siquiera esbozan estereotipos, son actuaciones planas, quizás con el único matiz de Alfredo Castro, encarnando a Claudio, un homosexual dado por loco, único pilar para sacar adelante la anécdota de fuga del segundo acto.

Hay numerosas citas a otras cintas famosas, incluso imitando su paleta de colores, pero no están bien ejecutadas y reflejan cierta escasez de recursos. Atrapado sin salida (Milos Forman), El resplandor (Stanley Kubrick), Hombre mirando al Sudeste (Eliseo Subiela) son sólo algunas cintas que se vienen a la mente, el problema es que el estilo de Fuga sufre saltos estéticos, como si se tratara de un collage.

La historia de Ricardo Coppa (Gastón Pauls), esta especie de Salieri que quiere plagiar la música de Eliseo Montalbán (Benjamín Vicuña), es realmente floja y su arco dramático casi inexistente. El registro del co-protagonista muestra escasa inspiración, persigue a Montalbán en el último acto y sus gestos no denotan ni vileza ni astucia.

El final es horrible, da la impresión de que el metraje intentara sacar a relucir una apuesta ambiciosa, algo así como echar toda la carne a la parrilla, pero la historia resulta artificial y sobre todo mal ejecutada.

Se agradece el sonido de la cinta, destacando del promedio de la producción nacional, los segmentos de “Rapsodia Macabra” como leitmotiv funcionan correctamente, es una pieza musical extraña, que aporta al desequilibrio psíquico del personaje central.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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7
9 de noviembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fausto, un hombre neurótico, se dará cuenta de que conforme avanzan los años, no podrá seguir siendo el centro del universo. En las conversaciones triviales es insufrible, siempre con la voz de la razón, se considera una personalidad objetiva.

Hay un gran tópico que es aprender a postergar las necesidades propias por el bienestar de otra persona. Fausto es un ser egótico, le será arduo el aprendizaje.

Un evento extrañísimo, lo convierte en un potencial padre por transitividad. Parece una comedia delirante, salvo que el montaje de las escenas en blanco y negro es bastante flojo. Si bien la película es de larga duración, ésta no se hace tan larga, aunque el espectador no entienda para qué los directores decidieron filmar en blanco y negro (poco contraste de luz y sombra; subutilización de la profundidad de campo) salvo para intentar imitar al genio narrativo de Woody Allen.

Los primeros noventa minutos son como estar visionando «Manhattan», sin su magia ensoñadora (salvo las secuencias de la pareja lésbica) y por más que las calles de Montevideo sean atractivas, por melancolía, el espectador espera en todo momento que aparezca el puente de Brooklyn.

El director (Mauro Sarser) es también el protagonista, pero carece del carisma de Woody Allen para interpretarse a sí mismo. También es un snob progresista, pero uno no cree que sea tan neurótico. Dejémoslo en egoísta, pues como actor, Sarser no da la talla.

Repito que la primera hora y media intentó filmarse a la Woody Allen, por lo que el aporte fílmico para un cinéfilo es escaso. Luego surge el evento improbable y la película empieza a enderezar rumbo.

El resto no es muy novedoso, pero los diálogos fluyen con naturalidad, la vida avanza y los proyectos personales van cambiando. Lo inútil de planificar una vida ante acontecimientos trascendentes, va relajando la neurosis de los personajes.

Las actrices (Noelia Campo, Stefanía Tortorella y Marie Helene Wyaux) se mueven dos peldaños más arriba que Mauro Sarser. Son la explicación de que la cinta nos mantenga interesados, de sobre manera Tortorella (interpreta a Ana) como una muy asumida lesbiana.

Cuando la comedia se adentra en los enredos, curiosamente se vuelve más profunda, los diálogos danzan y la visión de la maternidad nos acerca al mundo latinoamericano. Adquiere identidad y los personajes cambian, transitoriamente, pero la realidad los aterriza hacia escenarios más egoístas y la pareja protagónica deja escapar a Ana de sus vidas.

La ausencia de su calidez produce un quiebre profundo, los personajes optan por rumbos separados y la cinta brinca en el tiempo.

Pero los directores decidieron girar hacia el melodrama y proponer un final dulzón, tanto más improbable que la historia que desata el conflicto.

La película no es la octava maravilla. Se mantiene en el sendero de la comedia de trazos superficiales, es divertida a ratos, aunque no conmueve tanto, quizás por impericia de los directores.

«Los modernos» apela a personajes en el papel muy civilizados, con problemas de toma de decisiones propios de la modernidad, pero los temas que hilvana no tienen nada de novedosos y la puesta en escena tampoco.

Hay que reconocer un detalle estético interesante sacado del espíritu de Woody Allen: la inclusión de música antigua contrastando con la temática contemporánea, interpretada muy acertadamente por la voz del inmortal Carlos Gardel, dándole al filme, en definitiva, ese aire porteño que nos transporta a las calles de Montevideo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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Cantos de represión
Documental
Dinamarca2020
6.9
162
Documental
8
10 de octubre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que destacar el simple, pero efectivo tratamiento estético de los realizadores. No utilizan música de fondo, sólo los cantos de los ancianos que viven al interior de Villa Baviera. Los paisajes son idílicos, panorámicas siempre luminosas, muchos de los entrevistados prefirieron ser fotografiados en ese entorno, en general, los testimonios son realizados en sus lugares de trabajo o en sus hogares, al comienzo se deja claro que son los colonos los que eligen locación. Planos fijos y preguntas breves, el entrevistado se explaya libremente. Utilización de subtextos que describen la realidad vivida en ese enclave fundado en 1961 por el exmilitar Paul Schäfer.

Al espectador, durante el documental, le queda muy claro el porqué de las elecciones estilísticas del formato. El coro y la orquesta de Colonia Dignidad (nombre original) eran la fachada de pureza con la que El Jerarca daba una idea de tranquilidad al observador externo. Se trataba de una secta de origen religioso, con prácticas paramilitares, que mantenían el orden interno en base a castigos, golpizas llevadas a cabo por los seguidores de Schäfer, pero a su vez, dando una connotación de castigo expiatorio a los abusos sexuales, perpetrados por el propio Jerarca. Incluir los cánticos de los colonos obedecen al propósito de hacernos testigos de cómo a través del arte se pueden encubrir aberraciones.

El uso de paisajes idílicos responde por un lado a la belleza del lugar, pero por otro, una muestra más de encubrimiento de acciones abyectas, de hecho, en la actualidad es un lugar turístico para gente adinerada, refleja todas las comodidades que no tuvieron los colonos abusados, el paraíso es para el visitante. Pero también hay un concepto de pulcritud a la que acceden los que no se oponen a los hijos de los jerarcas (cómplices de Schäfer), de beneficios por pertenecer a esa herencia oscura: salud gratis, casa de reposo para los ancianos y en general pocas preocupaciones económicas. Los disidentes sufren discriminación y los que emigran huyen con lo puesto. Es bastante diabólico: si no estás de acuerdo con los preceptos de Villa Baviera, simplemente eres expulsado del paraíso.

Los entrevistados eligen la locación y en las imágenes abunda la luz, en su doble acepción tanto de blindaje como de purificación de los horrores. Los colonos son bañados por esa luz tranquilizadora para que se expresen libremente ante las cámaras. El tono de los testimonios es mesurado, aun cuando a veces se refieren a golpizas brutales y violaciones sexuales. Se trata de una localidad que no se rige por la Constitución del país, donde hubo privilegios y encubrimientos mucho antes de la dictadura de Pinochet.

El lado amable del exceso de luz, es que no se trata de entrevistas, son más bien testimonios terapéuticos, donde los colonos dejan entrever su sumisión tras años de abusos físicos y unas profundas diferencias en cuanto al significado. Para unos fueron horrores que no se pueden tapar sólo cantando, pero otros asumen la obediencia y ven bondad y encuentro con Jesucristo, según ellos, están mejor capacitados para distinguir el bien del mal. No se trata de un psicoanálisis, aquí no hay asociaciones libres, sólo respuestas instintivas para sobrevivir a la realidad.

Una mujer entrevistada, a boca de jarro concluye que “Perdonar significa olvidar”, momento en que al espectador se le aprieta el estómago y todo buen chileno sobreviviente de los tiempos de dictadura, en su fuero interno, se da cuenta de que Colonia Dignidad es una alegoría de un país sin memoria, de gente a la que se ha inculcado que olvidar es bueno y que es mejor perdonar a los torturadores del pasado. “El amor y la sexualidad van de la mano”, le explican a otra de las abusadas y el marido ahorra comentarios diciendo que sólo tuvieron sexo cuando concibieron a sus hijos. Silencio, recurso que abunda en este documental.


Las conclusiones que el espectador obtiene de la primera hora de visionado son espeluznantes. Pero luego viene lo peor: testimonios de algunos colonos que escucharon los gritos de los torturados y luego desaparecidos durante la dictadura. Schäfer fue un colaborador cercano del régimen y en su enclave murieron muchos prisioneros políticos. Esos testimonios de la última media hora son dados a hurtadillas, en voz baja, mientras unas ancianas los espían desde las ventanas y los vienen a intimidar para que no den la entrevista.

Se muestra la placa del sitio de memoria donde se realizaban esos actos oprobiosos y otro colono muestra las fosas comunes que están siendo investigadas. El documental se adentra en terrenos surrealistas.

Una abuelita da testimonio de lo buena persona que era el general Pinochet, que vivía en forma austera con un sueldo menguado. Es tal la desconexión con la realidad, que incluso entiende las torturas y da como explicación que evitaron la muerte de otros tantos miles. Los cantos ensalzan al pueblo alemán y la vida en medio de sus paisajes. La propia abuelita cuida de las plantas dentro de un vivero, representación en miniatura de los parajes alemanes.

El documental termina mostrándonos bailes y costumbres típicos bávaros, mientras los turistas ignorantes beben de una jarra de cerveza. Es bien chocante ver a sus hijos disfrutando de esos parajes llenos de horror que se ocultan bajo la luz del sol.

El canto y la orquesta eran el maquillaje perfecto para dar una sensación festiva de programa de televisión. Esa fachada ha evolucionado y ha sido cambiada por otra de postal turística.

Todo termina con el testimonio de los abusadores, entubados y viejos, pero felices… dando a entender que sus acciones siempre obedecieron a su buen corazón.

El final es verdaderamente surrealista. Los viejos cantan y es imposible distinguir a víctimas de victimarios.
Anibal Ricci
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8
10 de octubre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El fanatismo, sea religioso o político, puede llevar a la humanidad a límites peligrosos. Pensemos en Underground (1995) de Emir Kusturica, donde un grupo de partisanos, escapando del fascismo invasor, se refugian en un sótano de Belgrado al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Los excesos y horrores del nazismo suceden en la superficie, la pureza de la raza aria es lo que persigue ese grupo de fanáticos. Mientras, al interior del sótano, se lucha por la supervivencia de los valores humanos, pero curiosamente, esa gente se dedica a la fabricación de armas (símbolo de exterminio). Al finalizar la guerra, el coprotagonista les hará creer que el conflicto continúa para no entorpecer el negocio. Este es un ejemplo de un grupo de personas que se marginan de la sociedad para no contaminarse con la crueldad de los alemanes.

En la década de los cincuenta, en el Distrito Federal de México, la prensa roja hizo cobertura de otro suceso cruel, orquestado por un hombre fanático que recluyó a su familia dentro de una casona vieja durante dieciocho años. Arturo Ripstein, dramatizó esos acontecimientos en El castillo de la pureza (1972).

Gabriel Lima es un fanático que mezcla religión con algunas predicciones de Nostradamus y se dedica a la producción de veneno para alimentar a la familia. Según su lógica, las ratas se multiplican como un virus y se dedican a destruir bodegas y esparcir enfermedades. Para Lima, los hombres se han vuelto como las ratas y pronto alcanzarán los siete mil millones de habitantes.

Al igual que en Underground, el protagonista mantiene un férreo control “casi militar” sobre sus hijos (la idea del fascismo es fácil de extrapolar una década después). Sus nombres (Porvenir, Utopía y Voluntad) aluden a un futuro improbable, implicando la visión negativa del director ante este tipo de conductas. Para Ripstein no es un sótano, sino una casona que se cae a pedazos, otro símbolo de decadencia junto al hecho de que fabrican veneno para exterminar ratas, lo que en la cabeza de Lima es similar a acabar con la humanidad corrompida.

Los paralelismos entre las cintas son evidentes, pero la película de Ripstein se filmó con anterioridad. Ambas versan sobre una humanidad sin valores cuyo destino será la decadencia. Pero al contrario de Underground, el mundo exterior no es tan malvado como lo pinta el padre, la visión de un dictador que ejerce puertas adentro.

La incongruencia entre las reglas y el comportamiento abusivo de Lima van quebrando la supuesta armonía de este “castillo de la pureza”.

Para preservar ese cerrado mundo totalitario, no hay otro camino que la violencia, tal como acontece en Dogtooth (2009) de Yorgos Lanthimos, donde la violencia aflora a partir de una mezcla letal entre fanatismo e ignorancia.

En estas películas, hay una experimentación del rol de la familia y la educación. Ofrecen una visión distorsionada, negativa y descarnada, que se produce cuando los modelos de autoridad actúan no con el objeto de transmitir conocimiento y permitir la evolución de la especie, sino bajo la premisa de negación de todo lo aprendido y sin el fin último de preparar a las futuras generaciones para aportar a la humanidad.

Gabriel Lima deja de lado el amor o la sabiduría (querer que los hijos tengan una vida mejor) y percibe la educación como un juego para mantener el control según sus propias creencias o aspiraciones, en aras de alejar a los hijos de los supuestos peligros que existen en el exterior.

Persiste en el jefe de familia la idea de que comprende el funcionamiento de las virtudes y pecados del mundo, una especie de dios temeroso e ignorante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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